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Julio Vega esperaba en la sala de visitas, como prefería llamar al estrecho espacio donde sólo había una mesa metálica y dos asientos a juego, con las manos juntas y apretando las yemas de sus dedos de uno en uno. Habían venido hasta la habitación que hacía las veces de celda comunicándole que tendría visita, pero no le habían dicho quién. No era Beatriz; su mujer había estado aquí, y, como siempre, había intentado con mucha fuerza disimular la desolación que le provocaba verlo en este estado, y sabía que no la vería sino en una semana más, que era todo lo que le permitían verla.

No estaba preparado para ver a Eloísa atravesar la puerta.

Se puso en pie cuanto la vio, boquiabierto por la sorpresa, y con terribles deseos de ir a ella y abrazarla, estrecharla, y decirle las cosas que solía por ser su hija menor, la pequeña de la casa.

Pero no podía. Por su culpa, tal vez la vida de su hija estaba destrozada.

—Papá —saludó ella con una sonrisa triste.

—Estás... estás hermosa.

—Gracias.

—Eres como Beatriz. A ella le sentaba divinamente estar embarazada —eso hizo sonreír ampliamente a Eloísa. Dio unos pasos acercándose, pero en vez de abrazarlo, ella se sentó en la silla que había frente a él. Julio se sintió de repente con sus brazos y su regazo muy vacío. Bueno, este era uno de los castigos que debía sufrir, y el más duro de todos—. No deberías estar aquí —dijo luego de tragar saliva y sentándose otra vez—. No es saludable para ti.

—Lo hablé con Mateo y estuvo de acuerdo, y el bebé está bien, no le pasará nada por venir aquí.

—Es un sitio horrible, nada adecuado para una mujer en estado.

—Estoy bien, papá. Quería verte —Julio la miró a los ojos con anhelo, pero ella bajó la mirada—. Estuve separada de Mateo dos semanas —dijo ella con la misma tristeza en su sonrisa—. Fue todo lo que pude soportar.

—Estás enamorada.

—Sí, sí... —Eloísa respiró profundo, y apretó en sus manos la correa de su bolso—. Creí que... no lograría perdonarle que te encerrara aquí. Que eligiera la venganza por encima de nuestro hijo y yo. Pero lo cierto es que... a pesar de todo, quiero estar con él.

—Lo entiendo.

—¿Lo entiendes? —preguntó Eloísa, como si aquello la estuviese preocupando.

—Sí, claro. Es tu esposo, el padre de tu hijo. Por supuesto que debes estar con él—. Eloísa sonrió, y Julio vio que en sus ojos había lágrimas—. ¿Está todo bien? —Eloísa se secó las lágrimas con la yema de sus dedos asintiendo.

—Sí, sí. Es... El embarazo me pone así, llorona y sentimental—. Julio extendió su mano y tomó la de su hija con suavidad.

—Ya. Entiendo. Mi niña... —Julio suspiró— No sientas que me estás traicionando porque has decidido volver con tu marido. Todo lo contrario, hija. No te imaginas el alivio que siento porque estás con él. Así es como deben ser las cosas—. La expresión de Eloísa le hizo sonreír. Ella, cuando lloraba, todavía parecía una niña, así que se levantó de su silla, se aceró un poco más a su hija, y con sus manos le secó las lágrimas.

—Lo siento —susurró ella.

—No. Yo lo siento. Lo siento de verdad y... —Eloísa le tomó la camisa, arrugándola en su puño, y lo acercó para apoyar su cabeza en él. Julio acarició sus cabellos consolándola—. Vas a estar bien. Sólo tienes que alimentarte bien, y tú y mi nieto estarán bien.

—Pero tú no.

—Pero son las consecuencias de mis actos... Y tengo totalmente asumido que... aunque pida perdón un millón de veces, nunca será suficiente. En cambio tú, mi niña... estás en la flor de tu vida. Debes vivirla y disfrutarla, no tienes por qué pagar los errores de tu padre.

Mi Placer (No. 3 Saga Tu Silencio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora