Habían pasado algunas semanas y le establecí desde el principio que su única obligación era mantener limpio la casa y que la mayoría del tiempo se mantuviera en silencio. A veces, le pediría que también fuera por provisiones, pero esas tareas prefería hacerlas yo para distraerme un poco. Ella, muy amable decía "si" a todas mis demandas sin objetar. En un inicio, me mantuve de manera cortante y brusca cuando le ordenaba algo para que le quedara claro que debía limitar sus intenciones amigables. Mi verdadera lucha con androides o con los humanos, era no permitirme mostrar debilidad para que no abusaran desde ahí, dando cabida a la coyuntura que muchos desean obtener a expensas de otros. Solamente continué siendo el serio hombre. Yo renegaba por su naturaleza ajena a mi ciclo natural. Aparte de ser una singularidad que no era bienvenida, era un cambio de hábito que tenía que compartir por resignación. Una resignación que nacía por aceptar un regalo. Pensaba que podría ser equiparable a que me hubiera regalado un arma, sabiendo que repudio la violencia pero que él, justificaría que sería por mi seguridad. Luego venía a mi cabeza esa barrera que imponía con mi carácter para tratar de proteger una mínima ración de mi individualidad entre la vulgar mente colectiva.
Exagero, lo sé.
De lo que sí estaba seguro, es que los humanos se acostumbraban a fingir para dar su buena cara al mundo e incluso a los androides. No le iba a dar ese gusto, sino que sería yo mismo para que conociera mi carácter sin filtros. Ella debía poner de su parte en darme la comodidad sin que yo tuviera que ceder. A pesar de todo, ella seguía manteniendo los mismos estándares de sociabilidad, mientras yo me sentía un poco aliviado por saber que su inteligencia no era tan alarmantemente sofisticada, o por lo menos eso me imaginaba.
Al principio trataba de mantenerme alejado de ella porque había escuchado rumores de que los androides también transmitían información directamente al gobierno, pero ella decía que su compañía era autónoma del sistema, y que tal vez era mucha paranoia de mi parte. Muchos ciudadanos buscábamos opciones que tan solo nos hiciera a la idea de que no invadirían nuestra privacidad, aunque solo sea para mentirse a sí mismos, ya que todo era propiedad del sistema y legalmente estaban autorizados a invadirla. Nuestros relojes no grababan o escuchaban lo que decíamos, pero tenían localizadores y registraban las compras, pagos o cualquier actividad financiera. Además, estoy seguro que ya sabían mi vida completa desde que mis padres me solicitaron mi NIC, así que no tenía caso continuar ocultando cosas. La privacidad se había convertido en mito después de todo. Aparte, estar consciente de que siempre vas a ser observado a donde fuera que vayas, era un método psicológico simple para auto regular nuestro comportamiento y garantizar orden en la sociedad. Tal vez era el mejor método para autorregular la conducta, pero también se convertía en una sofocante forma de llevar al ciudadano a un estado de locura cuando se hacía consciente del problema. El secreto era que a pesar de ser una sociedad pensante, las personas preferían ignorarlo a propósito y gozar de las ventajas que el sistema brindaba. Todos sabíamos que era mejor dejarnos consentir por sus beneficios que atormentarnos con los delirios de persecución. Una mentira que se fue convirtiendo en una necesidad para no tener que llevarnos una soga al cuello, pero la presencia de este androide acentuaba mi nula libertad incluso en mi propio hábitat. Ella era el recordatorio de lo que había olvidado en mi subconsciente, a tal grado de que era un escenario descarado que simplemente no podía ignorar. Caminaba por la calle y podía ver en cada esquina una cámara que apuntaba a todas las direcciones, drones diminutos del tamaño de un ave pequeña que circulaban por los cielos con frecuencia, androides vestidos de policías, vehículos autónomos, gente caminando con la mirada en sus gadgets y ahora al entrar a mi casa, una conciencia con forma de mujer me miraba desde la sala.
Esas primeras semanas hasta me parecían una película de terror. Yo con mis inseguridades caminando por la casa, y ella solo mirando desde una posición lejana y con la misma postura erguida. No es que pensara que un día me iba a despertar en la noche acostado en mi cama y ella a un lado con un cuchillo preparada para matarme, pero las divagaciones suelen ser el peor castigo del obsesivo. Incluso me pasaba con Lea cuando empezó a vivir aquí. Aunque fue por decisión propia y los dos queríamos pasar al siguiente nivel de pareja, tenía cierto miedo porque al final del día iba a cambiar mi solitario estilo de vida. No es hostilidad, pero una llegada repentina siempre marca una incómoda aura de incertidumbres y desconfianza. La costumbre es buena para mí en muchos aspectos y principalmente porque sé que no habrá sorpresas de las cuales deba confrontar. Siempre intentaba controlar el mayor margen a mi disposición para no perderme en el laberinto de la vacilación. En todo caso, Marilyn ahora estaba volteando mi mundo, sin tener la absoluta idea de cuál sería el desenlace.
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Amor artificial
Science FictionMichael Dujardin, director de cine, le molesta su presente lleno de superficialidades y pérdida del romanticismo. Cuestiona los vacíos de la vida con la tecnología y la era digital. Todos sus pensamientos, todas sus inquietudes y toda una vida, dará...