Era San Francisco, ciudad de artistas en América. Como alguna vez la cumbre de la música era en Viena, Hollywood para el cine y el CERN para los físicos, en aquel entonces San Francisco y Buenos Aires eran las capitales de los artistas que influenciaban la cultura anglosajona en ese tiempo. En su mayoría eran arquitectos vanguardistas, bailarines, actores y creadores de contenidos audio–visuales, y todo eso porque hace unos años las compañías importantes de entretenimiento se mudaron a esta ciudad y por consiguiente, sus artistas. No es que fuera vital que el punto se concentrara en un lugar fijo, pero por simple asociación así sucedía en cualquier parte del mundo. Una ciudad que apenas y concentraba un cúmulo de personas curiosas del turismo, habitantes que prosperaban en sus negocios, familias con raíces tan viejas como la implantación del nuevo gobierno, navidades humildes y bibliotecas sin presunción de cantidad. Ahora reposaba en la ciudad una personalidad que desconocían viejas generaciones y que las actuales, apenas dieron cuenta del cambio tan brusco. Calles bastas de inmundicia publicitaria y la sustitución del centro cultural por una nueva tienda de electrónica. Los cambios eran recurrentes y notorios, tanto como para no poder acostumbrarse a ellos, pero sí para vivir con la duda de no saber cuál sería el siguiente. Durante décadas me fui adaptando a este estilo con el que fui olvidando las referencias, para concentrarme en los simples puntos cardinales. Decían que en Buenos Aires era como vivir en París o en Roma del siglo XX, ya que el ambiente que se respiraba era más tranquilo y, aunque es evidente que nadie tiene idea de cómo se vivía en esos tiempos. Que petulante quererse atribuir un reloj ajeno. Las ciudades siempre habían tenido cierta sutileza en la armonía de sus calles y ahora la fama les brindaba a los turistas una visión más acentuada. Yo vivía en Vallejo y me quedaba a diez o veinte minutos en tren, pero casi nunca iba a menos que fuera para ver a Tom o por cuestiones de mi trabajo. No le veía mucha atracción a deambular por el centro porque el ruido me era muy insoportable. Tom, era mi mejor amigo en esos tiempos y era un respetado director de renombre a nivel mundial, gracias a que sus primeros proyectos fueron muy cuidados en detalles. En sus primeros años buscaba no solo transformar su vida en el pincel para el lienzo, sino que sus oídos y ojos fueran más críticos que los de sus adversarios. Su objetivo siempre fue el explotar al máximo el sonido y la imagen para convertirse en provocador. Aunque con el pasar de los años, la fama le iba desvistiendo hasta llegar a un cínico egocéntrico. Por mi parte, el objetivo era diferente; historia y sentimientos.
Todo había iniciado una noche en la que me había invitado a una celebración de las que estaba tan acostumbrado en organizar. Quería invitar a sus conocidos importantes por festejar que firmaba un contrato millonario, para hacer la saga de un libro que en aquel entonces era la novedad entre los jóvenes. La verdad es que casi siempre se la pasaba haciendo fiestas en su casa como en algún tiempo la pareja Fitzgerald se regocijaba entre los ambientes más animados y célebres. Como cualquier mundano que se irradiaba del despilfarro ruidoso. Regularmente no iba a esas fiestas porque no eran de mi agrado, pero en esta ocasión sabía que era importante. Concretar su negocio no solo le abría la puerta al magnate mundo de la historia del cine, sino que aseguraba su patrimonio hasta llegar a la vejez. Estoy seguro que aun así no dejaría de hacer lo que tanto le gustaba, aunque tampoco con el mismo amor como en un inicio. Los primeros proyectos eran temas que le fascinaban y ahora solo prestaba sus servicios al mejor postor. Recuerdo cuando me hablaba de ciencia ficción, fantasía y terror, temas que fue adquiriendo con sus años de joven cinéfilo.
Él vivía en una zona residencial y lujosa, mientras que yo vivía en medio del caos urbano. Siempre he sido una persona sencilla. A pesar de no verlo durante dos años y no coincidir en muchos puntos de vista, seguíamos siendo muy cercanos desde que salimos de la escuela de cine. Él había terminado su carrera de mercadotecnia y yo fui egresado de psicología. Supuse que de ahí se originaba su notorio éxito a comparación del mío. Iba en el taxi, recordando las cosas que habíamos vivido en compañía de nuestros amigos hace años en aquel curso. Caminábamos alrededor por las calles hasta estacionarnos en un café o alguna librería, platicábamos de nuestra vida con nuestros padres, anécdotas o alguna relación amorosa en turno. Nuestro lugar preferido era un parque a tres calles de la escuela, donde nos relajábamos mirando las fuentes o a las personas que recorrían felices entre los árboles. En aquel entonces me hablaba de su vecina de quien estuvo tan enamorado. Me hablaba tanto de aquella señora llamada Sarah, que hasta llegué a pensar que era una obsesión. La ponía en un altar tan alto, que me pareció sinvergüenza su confesión, sabiendo que en ese momento tenía novia. Aunque estoy consciente que una cosa no tiene que ver con la otra, sus ojos brillaban de tan solo hablar de esa Sarah. Antes de entrar a la escuela de cine, él vivía con sus padres en un vecindario tranquilo y donde a lado vivía Sarah con su esposo e hijos. En ese tiempo era un Tom de veintitrés años cuando veía a la señora de cuarenta y dos con tanta admiración, que incluso le daba nervios saludarla. Me contó que en navidad los vecinos llegaron a su casa para darles el abrazo y que esa noche, Sarah se veía más hermosa que nunca. La abrazó con timidez al principio. Después simplemente se dejó llevar. Una vez en sus brazos, su corazón se agitó tanto, que ella notó su exaltación. Ignoró la vergüenza del joven Tom y le brindó una sonrisa para calmarlo un poco. Ella lo consideraba tierno e inocente por ese nerviosismo causado y se sentía alagada por esa obvia fijación. Me dijo que nunca se había sentido tan estúpido. Tenía la esperanza de crecer y buscarla en unos años, pero eran solo fantasías de un joven enamorado. Ahora él estaba ocupado con sus propios amoríos con actrices y modelos. Cuando el taxi llegó a la residencia, desde mi reloj transferí el monto para que el escáner del taxista se cobrara el servicio.
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Amor artificial
Bilim KurguMichael Dujardin, director de cine, le molesta su presente lleno de superficialidades y pérdida del romanticismo. Cuestiona los vacíos de la vida con la tecnología y la era digital. Todos sus pensamientos, todas sus inquietudes y toda una vida, dará...