La llegada

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La sensación es muy extraña al llegar a un país completamente desconocido. No era un turista que conoce las atracciones de Egipto, sino un investigador que tiene que sumergirse en las zonas más apartadas. Restaurantes y plazas que hacían un pequeño homenaje a la arquitectura del siglo XX. Era como si yo fuera el único turista con mirada asombrada y vacilante. Callejones que mantenían aquella sensación de lo que uno imagina cuando piensa en ese país o cualquiera que se relacione con un desierto. Pero solo la sensación es la que mantiene, porque la ciudad no dejaba de parecer como cualquier otra con múltiples hologramas, luces y tecnología. La diferencia que mantenían las ciudades era solo el sentimiento de familiaridad y los pequeños detalles que tenían más que ver con la tonalidad de sus calles. Solo las personas más perspicaces podían diferenciar entre la anatomía, vestimenta y acento para tener idea de su origen y procedencia, porque cualquier ciudad del mundo tenía entre sus habitantes a todos los grupos étnicos del planeta. Ni siquiera el idioma podía ligarse a un pueblo en específico, como las tradiciones no eran exclusivas de algún sector austero. Tenía mi traductor portátil listo para todo. Caminaba hasta el centro para aprovechar un poco mi visita antes de buscar un taxi y buscar a la androide. Eran calles amplias con poca recurrencia de gente, tranquilas, y al respirar solo identificaba la tierra en el aroma. A pesar de la urbanidad, lograba percibir esa atmosfera que se diferenciaba de cualquier otra ciudad. Aquella misma sensación que me alentaba los pasos para contemplar con más detenimiento las paredes o mezquitas que conservaban por su valor histórico.

Era una verdadera máquina del tiempo con solo pisar sus suelos y tocar sus paredes de cemento o yeso con pintura de agua. Una fuente de vida en vez de iluminación. Arquitecturas que se empeñaban en redimir sus tiempos con sus arcos, ventanas o impostas que se volvían extrañas de una era que no les pertenece. No era una necesidad barroca de desmesurada vanidad, sino una imposición simple pero elegante.

En otras partes de la ciudad, los edificios no eran ni tan altos, ni tan orgullosos, pero eran acogedores y contagiaban naturalidad. El apogeo de diferentes tiempos expresados en sus edificios, parecía una cosmopolita unión de filosofías diferenciadas por sus columnas y copulas. Sin que se tenga la sensación de que se convirtiera en una fastidiosa o indefinida identidad, era justamente esa variedad de tiempos lo que le daba su sello distintivo. Una línea atemporal y eterna, que transformaba sus calles en más leyenda que actualidad. La duda y curiosidad sobre sus banquetas, que la certeza física.

Tomé un taxi y recorrió un largo tramo hasta llegar cerca de la ubicación donde aparentemente estaba. Nos alejábamos poco a poco de la zona urbana y civilizada, pero en vez de sentirme incómodo por esa distancia, me provocaba el ambiente mayor sensación de calma. El barrio al que llegaba era de mansiones y casas de dos pisos sin nada de tecnología afuera. A pesar de tener las calles pavimentadas, se veía mucho tránsito de tierra que le cambiaba el tono a las calles. Un color más amarillento al aire.

Me bajé y llegué hasta una lujosa mansión. La gran valla, dejaba observar un jardín hermoso con una fuente, arbustos y palmeras. La entrada era custodiada por dos hombres armados que me miraban con curiosidad desde la caseta de vigilancia. Me acerqué con los vigilantes y les pregunté por el nombre de Marilyn. Ellos con actitud secante y grosera, me respondían que no la conocían y que me fuera a buscar a otro lado. Crucé la calle y saqué mi móvil para actualizarlo. No estaba ahí, pero estaba acercándose a mi ubicación y yo volteaba atento. Los vigilantes estaban mirándome fijamente y me sentía incómodo, pero no podía irme porque estaba a cien metros de distancia y cada vez se acercaba más. Entonces me percaté de 3 vehículos que descendían del aire. Eran grandes cajas rectangulares con superficie metálica de color negro, una sola ventana angosta que rodeaba horizontalmente todo el vehículo y a diferencia de los demás Aerodinos, estos eran usados por gente importante como el presidente. Eran amplios por dentro con capacidad para 8 personas, equipos de combate y primeros auxilios. Aterrizaron en el jardín y dos custodios salieron rápidamente para abrir la puerta. Un hombre con túnica blanca, keffiyeh, robusto y barba abundante, salía tranquilamente y esperó a que saliera su acompañante. Salió una mujer hermosa con cabello corto y de color rubio, con un vestido azul que llegaba hasta las rodillas y que caminaba con un porte elegante. Volví mis ojos hacía mi móvil y de acuerdo al móvil era ella, pero no se parecía a la mujer que había encontrado en el catálogo ni en la foto de París. De hecho, reconocí su rostro después de recordarla y definitivamente era la misma. Era Marilyn Monroe.

Un vigilante salió de la caseta a mi ubicación porque seguía fisgoneando y con su visible arma, me entró pánico. No sabía si debía irme o decirle que era esa mujer a quien buscaba. Me empezó a gritar en su idioma y yo le dije que por favor me dejara hablar con aquella mujer. Puso una mano en la empuñadura de su rifle y con la otra, me indicaba que me alejara. Según el traductor, ahora me hablaba con groserías. El otro vigilante salió para apoyar a su amigo y entonces les dije que se tranquilizaran porque no venía armado. Decidí caminar y continuar mi camino porque aquellos sujetos daban miedo. Mientras caminaba, guardé mis cosas en la mochila y noté que me temblaba la mano por la confrontación. Era muy sensible y me alteraba con facilidad.

Ya estaba alejado pero escuché que de repente me gritaba el vigilante. Me estaba haciendo señas para regresar. Con cierta reserva y miedo, caminé lentamente hacia él. Cuando llegué de nuevo a la entrada, me despojaron de mi mochila y me ordenaron quedarme quieto para escanearme. Me llevó el vigilante con algo de prisa al interior de la residencia y yo todavía estaba nervioso. Quería irme pero ya no me dejó. Me llevó al interior de la mansión, ordenó que me sentara en la sala y me dejó al cuidado de un hombre de traje negro con complexión atlética. Me habían despojado de mi traductor y no entendía lo que hablaban entre ellos. Decidí mantener mi cabeza abajo y esperar a que no me pasara nada malo. Fue un momento muy tenso aquel día. De un momento a otro, ese silencio fue interrumpido por una voz dulce y aterciopelada.

–Hola, Ian.

Levanté la vista. Estaba frente a mí aquella mujer elegante y hermosa que me miraba con una sonrisa tranquila. L82–737, mejor conocida como Marilyn. 

Amor artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora