Es difícil y vergonzoso tener que darte a conocer esta parte de mi vida. Todos poseemos un pasado, aunque hay algunos que estamos más orgullosos de él que otros. El humano no es perfecto y siempre tendrá en sus memorias capítulos que perjudicaron un presente y mil futuros. Aun así, ahora que me parece más risible te puedo confesar que algunos días no podía ni trabajar sin el pensamiento de que las cosas en mi vida ya no tenían sentido. Ya estaba en el punto en que nadie me contrataba en meses. Mi carrera laboral ya iba en declive y todo por mi empecinada visión de mostrar que las cosas visuales no son el único medio para explotar. La única constante durante ese tiempo era esa robot con carne y cabello que servía a mis necesidades básicas, que prácticamente era comer, limpiar y cerrar la boca.
Siempre estuve convencido de que la naturaleza humana tiene ese sin sentido, pero que en la hora del apogeo tiene una sagacidad con lenguaje que solo las emociones entienden. Una pequeña chispa que se interpreta de acuerdo con las debilidades del observador. Era un hombre ajeno a su propia gente e idioma, indiferente a su suerte y sueños. Era un infeliz y me sentía irrelevante tanto para el universo, como para mí mismo. Le perdí un poco el amor a mi trabajo y fue extraño porque el cine es de las cosas que más amaba hacer.
Era una lucha interna entre el tiempo y la muerte, conmigo intentando descubrir los engaños de mi pasión. Regularmente mi lucha consistía en la inconformidad, al grado de utilizar el cine como mi instrumento para manifestarlo. Pensé que tal vez el mercado laboral ya me había sobrepasado, pues no entendía bien las reglas de caducidad o sobre las tendencias que pudieron haber cambiado. A las personas ya no les gustaban los temas que yo les daba. Parecía que ella era un fantasma de mis miedos y malos pensamientos, quien no solo los revivía, sino que los magnificaba.
Mis días posteriores fueron de beber alcohol rebajado, regresar a mi casa a dormir, levantarme para buscar trabajo y en las tardes volver a beber. No quería regresar a mi casa. Caminaba entre la gente y viendo los mismos comercios que abundaban por todos lados, escuchando el bullicio, bajando la mirada y caminando a paso lento. Podía ir a varios lugares tranquilos, pero los bares clandestinos eran mis favoritos porque a nadie le importaba un carajo y la música era buena. Debía cruzar un pasillo angosto, girar a la derecha, dos manzanas derecho, otra vez a la derecha y bajar por unas escaleras hasta una puerta de madera. Tocaba y me abrían sin problemas. Regularmente pedía un Whisky y aparte de mi trago, me daban un pequeño plato con cacahuates japoneses. Me extendía en mi sillón y me relajaba como nunca cuando el agresivo licor estremecía mi paladar. Primero agredía mi lengua y garganta, pero después mi cabeza era una revolución de placer. Mucho tiempo después, Marilyn me dijo: "Esperan que el placer del cuerpo se magnifique para tratar de dar alivio a lo que no entienden ni controlan. Podrás comprar dosis de felicidad, pero la verdad siempre los alcanza para regresarlos a su estado natural y perpetuo". Se tenía permitido beber, pero no en grandes cantidades porque ahora el estar ebrio, se consideraba un "estado potencialmente pernicioso". Por esa razón, solo tomaba cuatro tragos al día y regresaba a mi casa. Al día siguiente me duchaba, Marilyn me daba un desayuno, iba a una agencia para preguntar si tenía propuestas y al finalizar regresaba al bar. Una rutina que no me molestaba y que duró 5 meses consecutivos. Una noche, estaba tomando tranquilamente mi whisky y mirando el proyector, hasta que el barista se me acercó.
–Te he estado viendo mucho últimamente – yo continuaba con la mirada en mi vaso, tratando de permanecer ajeno a sus comentarios– ¿Vives cerca?
– ¿Acaso importa? –le dije serio y secante.
–No, claro que no. Lo único que me importa es que sigas gastando tu dinero en mi bar pero te puedo ofrecer algo más que solo tragos.
–No consumo drogas.
– No, me refiero a otros servicios que creo te pueden dejar complacido.
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Amor artificial
Science FictionMichael Dujardin, director de cine, le molesta su presente lleno de superficialidades y pérdida del romanticismo. Cuestiona los vacíos de la vida con la tecnología y la era digital. Todos sus pensamientos, todas sus inquietudes y toda una vida, dará...