Testaruda

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Los días posteriores eran un poco incómodos y molestos. Cada vez que yo salía, ella estaba afuera buscando una oportunidad de hablar conmigo y convencerme de regresar. Obviamente, yo la ignoraba y continuaba con normalidad. De alguna manera, sus palabras anteriores que para mí fueron hirientes, me convirtieron en alguien más fuerte para levantarme de mi hoyo trágico. Fueron varias semanas de trabajo en los que daba gracias de mantener mi cabeza ocupada y disfrutar del cine. Durante ese tiempo, le había pedido a James que trabajara conmigo para realizar juntos una historia que fuera interesante. La idea era seguir intentando a pesar de las dificultades. Marilyn al parecer, también compartía esa filosofía de seguir intentando y esperando a hablar conmigo. Llegué a estar tentado a la idea de mejor apagarla y guardarla en mi ropero, pero tener un androide escondido me hacía sentir más desconfiado. Habían pasado cuatro meses desde que la había corrido y ella continuaba en espera de mi aprobación. Meses en la calle con la misma ropa, en la misma esquina y con la misma esperanza, por definirlo a mis palabras. En un inicio ni siquiera la volteaba a ver, pero conforme pasaban los días me sentía curioso de su nueva vida. A veces se sentaba en un juego del parque enfrente de mi casa y miraba tranquila a las personas que pasaban. Miraba la arquitectura de los edificios, para compararlos con mi casa de dos pisos y con tejado de cemento. Vi que unos policías se le acercaban, que algunos niños jugaban a su lado, que hombres le buscaban hacer plática, pero en general ella se mantenía a la expectativa de mi entrada o salida. Los vecinos ya empezaban a sospechar de ella, porque no dejaba el sitio ni aunque lloviera. Yo me mantuve firme, a pesar de verla enfrente de mi casa con una fuerte lluvia y sentada tranquilamente. Veía bajo el agua a los aerodinos que pasaban, los charcos que se formaban en las esquinas de la acera y finalizaba mirando mi puerta que se mantenía cerrada. Yo la espiaba varias veces desde la cámara de mi puerta. Tuve la osadía de abandonar la casa seis días porque debíamos grabar en Washington. En ese tiempo ni siquiera me acordaba de que ella estuviese en la calle. Solo al regreso, me empecé a sentir preocupado porque también en ese tiempo dejé de darle sus lubricantes y el aceite. A mi regreso, seguía tranquila pero ahora sus movimientos se veían más rígidos. Saqué sus aditamentos afuera de mi puerta y cerré inmediatamente. Supuse que tendría la inteligencia suficiente para que ella misma los tomara. Después solo salía y ella continuaba acercándose como vendedora.

–¿Quieres que empiece a buscar trabajo también para pagar mis lubricantes?

–Da gracias que te los di. Pude dejar que te oxidaras.

–Más bien se te olvido que me habías dejado sin ellos cuando te fuiste seis días.

–Eso no importa. Ya estás bien.

– ¿Es necesario mantenerme tanto afuera?

–Ya habíamos hablado de que no te quiero en la casa.

–¿Por cuánto tiempo más?

–No estoy listo.

–¿Cuatro meses para un humano no es suficiente?

–Yo soy diferente.

–En muchos aspectos.

–Adiós.

Con el tiempo y sus intentos tenaces, fui descubriendo que no era una fuente de desgracias para mí, sino que era la desgracia necesaria. No debía tocar fondo, pero sus intentos deliberados de buena voluntad también me servían para conocer mis límites. Una contradictoria lucha de pensamientos, ya que estaba convencido de la amenaza que simbolizaba su belleza y carisma, pero también era consiente que yo fui el mismo que le dio significado negativo a sus acciones. Simplemente le observaba desde el ángulo más nocivo, donde no importaba si fuesen sus acciones un símbolo de bien, porque siempre quedaría mal ante mí. Como una vana labor de curar una manzana podrida o tratar de hacer olvidar una ofensa. Ella representaba el peligro, pero de verme en el espejo.

Amor artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora