El paraíso perdido

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No podría darte con exactitud los detalles de ese momento, porque había pasado tan rápido, que fue difícil para mí saber lo que pasaba cuando llegaron varios grupos de rebeldes fuertemente armados. Recuerdo que después de aquella explosión que provocó un ligero temblor, trataba buscar un refugio en medio de esa luz roja tenue y de los prisioneros corriendo hacía la salida. Al parecer, todos de algún modo estaban enterados de lo que sucedería y de lo que tendrían que hacer una vez que llegara el momento. Martin me llevó hasta un extremo del patio y mientras yo le exigía una explicación, él se mantenía atento y me ignoraba. Escuché una pequeña explosión ahogada, disparos y gritos tanto de los guardias, como de aquellos sujetos que estaban invadiendo la prisión. Estaba en cuclillas esperando a que Martin me avisará cuando movernos y francamente, también estaba muy asustado porque nunca estuve cerca de un enfrentamiento armado. Algo que siempre recuerdo de aquel momento, es que mi corazón golpeaba con fuerza mi pecho mientras veía a mí alrededor con estupefacción. Vi a varios guardias matar a los prisioneros que se aproximaban con rapidez y a su vez, a muchos guardias que caían cuando un proyectil los derribaba de inmediato. La visibilidad era cada vez menor, porque aquella explosión ahogada era una granada de humo negro que abarcó completamente toda el área común. Agaché la mirada esperando cualquier cosa, mientras continuaba escuchando aquellos gritos, disparos y el sonido de la alarma general. Era un caos completo.

Martín de pronto me había levantado con rapidez. Nunca me di cuenta que llegaron a nosotros cinco hombres con máscaras y uniforme negro. Uno de esos hombres, se puso detrás de mí sujetándome del hombro para dirigirme a prisa y yo sin oponer resistencia. Tenía bastante miedo por el arma que traía y pensé que me haría daño. Aquella granada había abarcado una enorme extensión de territorio y no lograba ver absolutamente nada durante varios minutos en que me apresuraba ese hombre. El miedo de ser víctima de una bala cruzada en medio de la batalla era cada vez mayor conforme los segundos avanzaban y más sin saber lo que pasaba a mi alrededor con claridad. Varios cuerpos se habían cruzado en mi camino y no fue hasta que después de correr por los pasillos largos y estrechos, llegamos por fin hasta unas escaleras que conducían hacia la luz del cielo. Parecía un amanecer porque era un azul muy claro y opaco, pero tal vez era ya se aproximaba la noche o se trataba de un simple día nublado. En cualquier supuesto, no podría explicar la clase de sentimiento que me invadía cuando vi el cielo después de años. Al subir las escaleras, el frío que me invadía era cada vez mayor y la batalla continuaba incluso en la cubierta. Nuestra cárcel era un gigante carguero en medio del océano. Aquel hombre me sujetaba con fuerza y no dejaba de apresurarme mientras apuntaba a los enemigos. Había demasiada neblina y entonces ya no estaba tan seguro de que fuera un amanecer. Estaba demasiado sorprendido por lo gigantesco que estaba ese carguero, que no pude distinguir su límite en ambos extremos.

Aquel hombre me tiró detrás de una enorme caja metálica y durante varios segundos, veía como disparaba y se ponía a cubierto varias veces. En ese momento, se me había olvidado que venía con Martin y aquellos otros cuatro, a quienes no encontraba en ningún lado. Solo éramos nosotros en medio de la batalla. De pronto con brusquedad me dijo que saltara por la borda que estaba a mi derecha. Aquella orden me dejó helado y yo permanecí sentado en el suelo unos segundos. Me volvió a ordenar con más fuerza que saltara y salí corriendo con la cabeza agachada. Cuando llegué, el miedo era incontenible porque la altura era increíblemente alta. Solo recordaba una altura similar cuando me había hospedado en un hotel y me instalé en el piso 23. Retrocedí en ese momento y de nuevo me senté en el suelo tembloroso. No sabía si era el frío o el miedo lo que causaba que incluso hasta tenía dificultad para respirar. Ese hombre al ver que no podía, se acercó a mí con rapidez y sacó un cilindro pequeño de su bolsa parecido a un plumón. Me dijo que me asomara al borde para ver el transporte y yo pensando que habían traído un gran tren aéreo, buscaba entre la neblina alguna señal de cualquier tipo que me indicara algo sobrevolando la zona. Era una distracción. Aprovechando que buscaba vanamente por el horizonte, me inyectó aquel cilindro por el cuello. Al principio me dolió, pero rápidamente sentía una gran pesadez y cansancio en todo mi cuerpo. La visión era cada vez más borrosa y sabía que iba a dormir profundamente.

Amor artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora