Ya estaba casi finalizando la reunión y los invitados poco a poco se iban marchando. Mis antiguos colegas también emprendían la salida, pero yo con afán de hacer que valiera la pena el viaje, tenía la intención de quedarme casi hasta el último para platicar bien con Tom, que incluso él también me lo pidió. Teníamos tantas cosas que se juntaron en esos dos años de incomunicación, que estaba seguro que se convertirían las palabras en horas. Aparte, tenía la curiosidad de preguntarle por Lea. Ya habían pasado en aquel entonces algunos meses cuando habíamos decidido separarnos y supe que se volvió a unir con otro hombre que tenía entendido, era un conocido de Tom. La curiosidad por saber sobre el presente de mi pasado, innegablemente era un dato que quería escuchar aunque sea por curiosidad. Las razones de la separación no eran importantes para mí, ya que fue más valioso el tiempo en pareja.
La conocí cuando realizaba un comercial para un producto de belleza, en donde ella era la asistente de iluminación. Quisiera presumir que fue un flechazo a primera vista, sin embargo en realidad se fueron dando las cosas conforme trabajaba con ella. Todos me decían que yo le agradaba, aunque estaba demasiado distraído para darme cuenta de eso. En realidad, para darme cuenta de todo. Solo sabía que era una mujer bella que me hablaba con educación y amabilidad. El comercial solo duró dos días, pero ya había trabajado con su casa productora varias veces y al parecer le fue suficiente para invitarme a tomar una malteada. En ese momento me sorprendió, no porque ella me invitara a salir, sino porque es raro escuchar que alguien invite algo así. Supongo que eso fue lo que me motivó a decirle que sí. Conocer al tipo de mujer que va invitando malteadas por la vida. Después las cosas se dieron por sí solas como dejando el barco de papel sobre el río y yo sin oponer resistencia, disfrutar el tiempo que estuviera a su lado sin importarme cuando se hundiría. Después de todo, sabía que la andanza sería desprovista como la intensidad de nuestro enamoramiento. No era una persona memorable para ser sincero, en cambio pasamos algunos buenos momentos y al final de cuentas, era la última mujer con la que había estado de manera formal. Incluso vivió en mi casa por un tiempo. Hubo otros pequeños romances tan secundarios que se había convertido en un recuerdo algo ambiguo porque no era una añoranza que pudiera reflejar en alguien con sentimientos genuinos o intensos. Realmente mi soledad era un estado tan natural, que la perturbación más escandalosa fue con esa mujer con quien no tenía muchas similitudes.
Al principio la fiesta parecía albergar como a unas doscientas personas, por lo que no les tomé tanta atención. Conforme se reducía el número, me percaté de una joven muy atractiva de cabello corto. Su fina figura se paseaba entre los invitados, ofreciéndoles una bebida con su charola de plata. Como un cisne paseando delicadamente sobre el lago apacible y orgulloso de su elegancia, pero con el atractivo suficiente para que me convirtiera en un espectador de sus movimientos vanidosos. Portaba un vestido de gala con un encaje floral que atravesaba desde su pierna hasta su delicado hombro y zapatos negros de tacón. Era una distractora de mi aburrimiento común, que jugaba con mis ojos imantados sobre su cuerpo, imperiosa sobre el salón de la enorme casa. Pensaba con ansias en el momento en que ella volteara a verme. Esa terrible equivocación de la esperanza fortuita que burlaba mi tempestad. Una boba intención de tener un acercamiento con ella al menos en una mirada certera. Entre la fantasía y la risa, estaba mi reputación ahora encarcelada. Pensé que me estaba comportando como un tonto al darle tanta atención a una mujer que no conocía. Además ¿qué más engañoso que una cara bonita entre la fealdad? Un señuelo que te arrastraba a las calamidades más insospechadas. Claro que exagero, pero estaba claro que era ella lo único llamativo de la desganada fiesta. Los asistentes solo sostenían su bebida y conversaban en pequeños círculos distribuidos a lo largo del salón, ignorando completamente su alrededor. Esa mujer por otra parte, era el contraste que brillaba entre tantos puntos grises. Imposible ignorar. Veía como se detenía con algunos invitados para ofrecer una bebida o al menos una sonrisa que les complaciera. Fue muy significativo, aunque tampoco creas que me la pasé como obsesivo o como un pervertido siguiéndola todo ese tiempo con la mirada. Al principio me había desconcertado que el servicio de meseros también incluyera mujeres atractivas, sin embargo mi primera impresión se vio derrumbada al percatarme de que no usaba el uniforme del conjunto de meseros ¿si ellos portaban uniforme de color naranja, quién era esa hermosa señorita que evidentemente estaba al servicio? Aunque al principio lo quería negar, mi resolución era totalmente incuestionable: era un androide.
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Amor artificial
Science FictionMichael Dujardin, director de cine, le molesta su presente lleno de superficialidades y pérdida del romanticismo. Cuestiona los vacíos de la vida con la tecnología y la era digital. Todos sus pensamientos, todas sus inquietudes y toda una vida, dará...