Invierno con Marilyn

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El test de Turing, ya no era suficiente para identificar a una máquina que intentaba imitar al humano, pero era seguro que jamás llegaría a ser lo que somos en esencia. Por más cerca que se encontraran, nunca llegarían al punto exacto. Me daba cuenta de eso cuando recordaba a la señora Sarah. Esa mujer que se escondía detrás de su piano y de sus interpretaciones.

El mes más feliz que había tenido, fue cuando estaba a mi lado. Cuando era lo más importante para mí, pero también fue el mes de las revelaciones. En aquel invierno, caminaba por mi extinta ciudad con ella para buscar los aceites y productos para su mantenimiento en la enorme plaza. Aquellas plazas eran tan luminosas como escandalosas, que me hacían sentir irritable. Promocionando productos o servicios que en realidad no necesitaba, mientras veía mucha gente caminando con tranquilidad y con vestimentas excéntricas. Llegamos hasta una tienda especializada en Amor–perfecto y nos atendió un joven alto y amable, que buscó entre su estantería con eficacia el lubricante correcto para su modelo. El joven miró a Marilyn con una sonrisa y ella se la devolvió con calidez. En mi mente y defecto terrenal, aquello lo interpreté como una coquetería, pero le di las gracias y nos fuimos con serenidad. Le pregunté si creía que le había gustado ella, pero solo soltó una risa ante mi inquietud. Me dijo que no había problema porque el joven era un androide. Solo le preguntaba si hacía falta algo más. No recordaba que se podían comunicar con alguna señal de corta frecuencia, pero me quedé más tranquilo por la falsedad de mis conjeturas.

–Todos tenemos un puerto de enlace adicional para comunicarnos entre nosotros. –Decía despreocupada– Mediante códigos nos hablamos sin decir una palabra.

–¿Cualquier distancia?

–Claro, gracias al internet.

–¿Tú sabes quién es androide?

–Sí –lo decía con toda la naturalidad del mundo.

–¿Cuántos hay en esta plaza?

–Te vas a asustar.

–Solo es un dato morboso que quiero conocer.

– Pues en lo que llevamos aquí, 40.

Era impresionante porque la plaza estaba llena de personas que consumían con tranquilidad. Volteé a ver y por primera vez tomé conciencia de la realidad que estaba rodeándome. Incluso me sentí con miedo.

–Estoy algo perturbado por la gran cantidad de androides. Siempre pensé que eran pocos.

–No temas. No dominaremos al mundo.

–¿Por qué se comportan como humanos consumidores?

–Solo hacen las compras para sus dueños.

–¿Y la ropa?

–Es para que se vea bien tu androide. No vas a mandarlo con harapos sucios, casi como me tienes a mí.

–Perdón, es que parecen asumir más su papel y no sé a dónde llegará todo esto.

–En realidad, terminaremos en el futuro como uno solo. Androide y humano como la próxima especie de la evolución.

–Pareces segura.

–En mis mejores días.

–¿Cómo piensa la maquina detrás de Marilyn? Sobre la realidad humana.

Me miró con detenimiento y solo sonrió levemente.

–¿Acaso importa la visión de una máquina en la vida del humano?

–Me gustaría conocerte más. Ambos sabemos que Marilyn es una construcción, pero tú tienes una visión más fría.

–Matemáticas, programación, física o esas cosas de cerebritos. No tienen relevancia contigo. No busques lo que no quieres encontrar.

–De alguna manera no puedo ignorar que piensas de una manera pero te expresas de otra.

– Escucha. –Me tomó del brazo y habló con cautela– Ya sabes que en mi mente son datos exactos, pero la programación que me integraron al sistema, es de la divertida, agradable, romántica y sonriente Marilyn. Es algo así como sus emociones, porque no las pidieron pero son parte intrínseca de ustedes. Hubiera sido mejor no poseer esa personalidad en sentido de excelencia, pero es mi talón de Aquiles ser tan adorable. Nunca te mentí, Michael. Haré cualquier cosa en el mundo, solo para que no olvides que mi objetivo es complacerte.

Su mirada se quedó en mi boca y mis ojos. Sonrió de manera traviesa.

–¿Qué te parece si después de administrar mis soluciones, nos divertimos un rato?

Trataba de disimular mi indignación a manera de juego.

–No soy un objeto de placer.

– Un hombre con integridad ¡Me gusta! No te preocupes, que esa enfermedad yo la curo con rapidez.

Me reí y la miré fijamente.

–Me confundes mucho –La besaba mientras le preguntaba– ¿Hasta dónde llegarás?

– Hasta donde tus pecados rocen el enardecimiento de tu gloria. No dejes que el miedo te limite a solo darme un beso en la obscuridad, sino a poseerme en las llamas del deseo.

–Eres increíble.

Se separó un poco para mirarme con sorpresa.

–¿Solo eso? 

Amor artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora