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Yuuri estaba nervioso, muy nervioso.

 A las 23:00 tenía una especie de cita virtual con Yurio.

Después varias semanas intercambiando mensajes y llamadas, Yurio le había preguntado si tenía Skype; Yuuri lo tenía y le había cuestionado la razón de su pregunta.

—¿Es en serio, cerdo? ¿Para qué carajo crees que te lo pregunto? ¡Es para que tengamos una conversación decente, idiota! —le dijo el ruso sonando algo molesto, por lo cual Yuuri creyó innecesario decirle que él ya consideraba sus conversaciones decentes.

Yurio logró sacarle toda la información necesaria a base de promesas -amenazas- de ir a su casa y arrastrarlo por todo el lugar si no cedía a sus demandas. Así llegaron al acuerdo de que la videollamada la harían el sábado a las 22:00, hora Moscú.

Para sorpresa del moreno, Yurio había decidió aprovechar que ese domingo Yuuri no debía ayudar en las aguas termales para poder hablar con calma y sin preocuparse por lo tarde que podía ser en Hasetsu.

Yuuri no sabía en qué momento el ruso paso a tener conocimiento de sus horarios laborales pero, ahora el chico sabía qué días tenía más posibilidades de descansar y las horas en las que podían charlar con un poco más de calma.

Al ruso no le importaba que Hasetsu y San Petersburgo tuvieran una diferencia horaria de seis horas, él simplemente decidió que hablaría con Yuuri cada día libre que éste tuviera libre y, a decir verdad, tampoco parecía tener interés en conocer la opinión del japones. Sin embargo, a Yuuri no le molestaba la actitud del ruso, curiosamente la encontraba agradable pero de una forma que no podía explicar.

Para Yuuri era tan grato saber que cualquier momento del día podía recibir un mensaje del malhumorado ruso, que se angustiaba absurdamente cuando Yuri se demoraba en escribirle.

Si se ponía  a pensar en eso, la sensación que lo llenaba era la misma que había sentido cuando aún estaba en Rusia y le pedía al rubio algún consejo sobre cómo mejorar sus saltos cada vez que tenían alguna presentación: era como si cientos de mariposas revolotearan en su interior mientras él esperaba oír lo que el joven alfa le diría.

Con una sonrisa, Yuuri pensó -justo como lo hizo un par de años atrás- que se comportaba de forma muy ridícula.

Justamente por eso, y para evitar situaciones incómodas, el moreno decidió buscar ayuda antes de quedar como un tonto frente a Yurio.

—No estés nervioso, Yuuri —le dijo Pichit el miércoles después de que le contará sus planes para el fin de semana—. Es como si hablaras conmigo. Además, han hablado cientos de veces, no veo cuál es el problema.

—Bueno, hablar por teléfono es distinto a hablar viendo a alguien a la cara... ¿Sabes lo mucho que Yurio cambió en dos años? —Yuuri en verdad trataba de serenarse—. Me pondré tan nervioso que seguro diré puras tonterías.

—¡Claro que lo sé! El año pasado chorreaba sex-appeal en la cena del Grand Prix —Pichit súbitamente estaba emocionado—. Era, sin duda, uno de los alfas más atractivos del lugar. Debo tener una fotografía suya por algún lugar, te la enviare cuando la encuentre...

—Pichit, no es necesario que lo hagas... Además ¡no estás ayudándome para nada! ¿Cómo se supone que me tranquilice si dices que es tan impresionante en persona? —Yuuri empezaba a perder la fe: quedaría en ridículo ante Yurio.

Katsudon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora