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Yuuri despertó rodeado de una fuerte y agradable esencia, así que abrazó con fuerza las sábanas que estaban impregnadas con el olor de Yurio para abrir con pereza los ojos.

La pequeña pero acogedora habitación ya estaba levemente iluminada por los rayos del sol que traspasaban las cortinas color crema, por lo que buscó sus lentes y se los colocó volteando a ver el reloj que estaba frente a la cama. Eran 10:22, razón por la cual se apresuró a tomar otra dosis de inhibidores y a colocarse un suéter para saludar al abuelo Plisetsky.

Encontró al anciano sentado en el comedor tomando tranquilamente café mientras lo acompañaba con unas tostadas cubiertas de mermelada, por lo que en cuanto vio salir al muchacho le sonrió y lo invitó a sentarse a su lado.

—Buenos días, muchacho. 

—Buenos días, abuelo Plisetsky —contestó Yuuri resistiendo las ganas de bostezar que sentía—. Lamento la hora, le aseguro que no volvera a pasar.

—No pasa nada, hijo —repuso amable Nikolai—. Debes acostumbrarte al cambio de horario, está bien que duermas un poco más. Además, estás de vacaciones, disfruta tus días libres para dormir todo lo que quieras.

—Es usted muy amable —dijo Yuuri aliviado. Era su segundo día en San Petersburgo pero aún no se acostumbraba a la diferencia de horario, razón por la cual se despertaba mucho después que los rusos.

—Lo sé —Nikolai sonreía con orgullo—, es por eso que Yura adora ir de vacaciones conmigo; en casa también duerme hasta que el hambre lo despierta.

—¿De verdad? No me imagino a Yurio haciendo algo así... —comentó el chico que recordaba al ruso llegando temprano a los entrenamientos.

—Es más perezoso de lo que parece, odia hacer limpieza y lavar ropa, por eso es que a cada rato va de compras —la naturalidad con la que el alfa hablaba de Yuri era contagiosa—. Pero sabe que detesto sus malos hábitos, así que limpia y ordena el lugar cada vez que vengo de visita.

—Eso sí suena a algo que Yurio haría —admitió el moreno.

En medio de la charla que mantenía con el ruso, y para quitarse de encima la gran pereza que sentía, el japonés se ofreció a preparar un omelette para que Nikolai acompañara su ligero desayuno.

Así, con la aprobación del viejo, se acercó a la cocina y empezó con su labor manteniendo la conversación que inició.

Fue en medio de eso que Nikolai, hombre que no sabía estar quieto, le preguntó al moreno qué deseaba hacer ese día, sugiriendo que pasearan por la ciudad mientras hacían turismo hasta que su nieto saliera del entrenamiento. Sin embargo, el chico declinó la oferta en favor del abuelo porque pensó que el alfa le proponía salir como mera cortesía.

Además, no le molestaba quedarse en el departamento para hacerle compañía al alfa.

Después del desayuno y de limpiar la cocina, Yuuri se disculpó con el anciano y fue a tomar un baño. Al chico le gustó bastante descubrir que Yurio había comprado algunas cosas para él, aunque sin duda le hubiera gustado más poder sentir el penetrante olor del alfa en las toallas con las que se secó.

Yuuri sonreía pensando en lo absurdo que era desear oler el perfume del rubio cuando todo el departamento estaba lleno de su fragancia, cuando pensó en su extraño comportamiento.

Katsudon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora