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Aquel sábado fue un día casi tan normal como cualquier otro para los miembros del equipo de patinaje ruso.

Como era costumbre tuvieron treinta minutos para hacer estiramientos y calentar, algunos entraron a la pista para practicar sus rutinas, otros fueron a los salones de ballet para perfeccionar sus movimientos y unos más escucharon con atención las indicaciones de Yakov; incluso hubo quienes decidieron aprovechar que el entrenador estaba ocupado para tontear un poco.

Finalmente, tras horas de práctica, al mediodía tomaron su tan apreciado descanso.

Lo único anormal fue que Yuri Plisetsky salió con rapidez del recinto apenas el reloj marcó las 12:30 sin decirle a nadie a dónde se dirigía.

No era como si el muchacho fuera alguien muy comunicativo, más bien sorprendía que por voluntad propia dejara las prácticas antes de tiempo, en especial cuando tenía semanas quedándose más tiempo del normal.

Fue Yakov quien les dijo a los curiosos que el abuelo del rubio llegaría temprano a la ciudad, explicación que satisfizo a los interesados en las acciones del alfa. Para nadie era desconocida la adoración de Yuri por su abuelo, por lo que les pareció normal la acción de salir temprano para ir por el viejo a la estación.

Claro que sólo el viejo beta conocía la verdadera razón por la cual el joven medallista tenía prisa ese día, más no dijo nada gracias a que prometió guardar el secreto.

Yuri llegó a su departamento a la 13:50 debido a que demoró más de lo planeado a causa de una pequeña falla en el subterráneo.

Nikolai, que ya esperaba al rubio con un generoso almuerzo, había llegado a la ciudad la noche anterior, razón por la cual estaba mucho más relajado y fresco que su nieto a pesar de haber viajado en tren.

Inmediatamente después de entrar a su departamento, el joven alfa saludó a su viejo con un beso en la frente para sentarse a comer junto a él; con ese ánimo hablaron sobre la mañana de Yuri y los planes que tenían para la tarde.

—¿A qué hora llega el vuelo del muchacho, Yura? — preguntó Nikolai mientras le daba un sorbo a su café.

—Ah, cerca de las 17:00, abuelo —contestó el rubio mientras comía un gran bocado de pan y queso.

—Eso es bueno, tenemos unas dos horas y media para alistarnos.

—Abuelo, no tienes que ir si no quieres... Deberías quedarte a descansar —Yuri miraba al viejo con preocupación—. Al katsudon no le molestará si no vas.

—Tonterías, Yura. Yo lo invite a venir, sería muy descortés no ir por él —el viejo le restó importancia al asunto—. Además, ya he descansado lo suficiente y sé que no dejaras que pase un mal rato. Apresúrate a comer y toma un baño.

—Pero, abuelo, la espera puede prolongarse y te la pasarás mal —insistió Yuri.

—Vamos, hijo, soy viejo pero no frágil —repuso el alfa—. Deja de poner pretextos y date prisa.

Yuri miró a Nikolai un par de segundos antes de seguir con su almuerzo. En verdad no deseaba que su abuelo sufriera por lo larga que podía ser la espera en el aeropuerto, pero tampoco podía obligar al viejo a quedarse, por lo que no insistió y terminó su comida.

Katsudon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora