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El día era soleado y el suave viento golpeaba en la cara a Yuuri mientras corría hacia la pista de hielo, su ánimo no podía estar mejor.

Patinar seguía siendo su pasión número uno y que al fin pudiera hacerlo lo llenaba de gozo. Así, apresuró el paso, no quería perder ni un momento de su inesperado día libre.

Cuando llegó a la pista de hielo saludó bastante enérgico a Yuuko, quién sonrió divertida al ver la expresión de felicidad pura de Yuuri. En menos de 10 minutos ya estaba listo y sobre el hielo.

Yuuri amaba la sensación que le producía deslizarse sobre el hielo. Se sentía tan libre, que era como quitarse de encima un enorme peso. Patinando olvidaba que era un omega bastante señalado por no poseer una marca a pesar de su edad -en noviembre cumpliría 28 años-, sus fracasos quedaban atrás y perdían la importancia que alguna vez les había dado; no existía nada más que él y las piruetas, sus saltos y la sensación de total libertad.

Con sorpresa Yuuri descubrió que le gustaba más patinar ahora que no se presionaba por la puntuación, o por demostrar que a pesar de ser un omega era igual de apto como cualquier otro beta o alfa, ni por el desempeño de sus compañeros; habían quedado atrás esos días donde se comparaba con otros y se sentía inferior.

Ahora podía asegurar que de verdad era feliz sobre el hielo.

Yuuko entró con él a la pista, hicieron juegos tontos como cuando eran niños y se divirtieron cerca de una hora sin hacer algo realmente sorprendente. Después de una hora y media, tomaron un descanso que aprovecharon para ponerse al día con lo que habían hecho durante el tiempo que no tuvieron más contacto que sus llamadas y mensajes.

—Te juro que esas niñas me volverán loca un día de estos —Yuuko afirmaba que las trillizas eran un torbellino de problemas y citas en la escuela, cortesía de sus travesuras—. No entiendo cómo pueden hacerlo, mira que meter ratones al escritorio del sensei...

—Oh, vamos, no pueden ser taaan terribles —comentó Yuuri.

—Entonces te dejaré a cargo de ellas una semana entera —gruñó Yuuko—. Espera a que tengas hijos, te acordarás de mí.

Yuuri sonrió. Nunca se había planteado seriamente tener una familia propia donde tuviera pequeños a su alrededor llamándolo para que los atendiera, mucho menos tener una marca en su cuello que lo uniera a un alfa.

—Sí, supongo que debo esperar —respondió el moreno en un murmullo.

—Yuuri, lo siento, no quise incomodarte...

—No pasa nada, Yuuko, así que no te preocupes —repuso Yuuri con amabilidad—. No es un tema que me incomode.

Yuuko lo miró antes de seguir su conversación. Sabía muy bien que sí hubo una época cuando Yuuri deseó tener una familia y ocurrió cuando cierto ruso se proclamó su entrenador. Aún así no dijo nada y desvío la conversación a temas más triviales y carentes de importancia.

Justo antes de reanudar su "práctica" el teléfono de Yuuri sonó. Él sonrió en cuanto vio el nombre que apareció en la pantalla.

Curiosa, Yuuko se acercó a él y le preguntó si era alguien importante.

—Es Yurio, charlamos de vez en cuando —le dijo el chico con una sonrisa.

—¿Yurio? ¿Ése Yurio? —preguntó bastante sorprendida—. Creí que no tenías contacto con él ni con nadie de San Petersburgo.

—Umm, en verdad no tiene mucho que empezamos a hablar. Me sorprendió que él me llamara, pero es divertido leer sus mensajes —Yuuri le explicó a su amiga mientras guardaba su móvil.

Katsudon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora