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Un chico de negros cabellos y grandes ojos castaños iba y venía por las aguas termales mientras atendía a los visitantes del onsen.

Últimamente en Yu-topia tenían mucho trabajo, lo que sin duda era genial, pero también agobiante, y es que apenas el sol empezaba a asomarse hasta que la luna estaba en lo alto del cielo nocturno, la familia Katsuki entraba en acción.

Yuuri jamás se quejaba sobre la monumental carga de trabajo, trabajaba porque le gustaba y porque después de todo, él y Mari serían los responsables del lugar en el momento que faltaran sus padres, así que ganar más experiencia nunca estaba de más.

Era una pena que en ocasiones necesitarán de más ayuda, pero tampoco se protestaba por ello.

—Si necesitan algo más no duden en llamarme —les dijo el moreno a la adorable pareja de ancianos que entraban a las aguas termales, al tiempo que se despedía con una suave sonrisa y una leve reverencia.

Yuuri caminó de vuelta a la sala de estar, lugar donde seguramente estaría su madre. Tenía la intención de ver si había algo más donde pudiera ayudar, quedarse quieto no le era muy satisfactorio.

—Hola, mamá ¿Hay algo más que pueda hacer? —le preguntó a Hiroko, sentándose al lado de la rellena mujer de la cual heredó sus ojos.

—Yuuri, no hace falta. Toma un descanso. Si algo surge te llamaré —repuso Hiroko sonriente.

—Bien, estaré afuera —Yuuri salió de la habitación dándole un beso en la frente a su madre.

El moreno movió perezosamente los pies hacia la entrada de las aguas termales y se sentó junto a la escalera para contemplar el ocaso que se aproximaba. Aquel simple y cotidiano acto era algo que lo llenaba de paz; simplemente encontraba relajante ver el cielo teñirse de rosa y naranja mientras el sol se escondía.

Dejó salir un suspiro.

Con nostalgia pensó en lo mucho que le gustaría patinar en ese momento. Tenía al menos cuatro meses sin ir a la pista debido a la repentina oleada de visitantes. Si bien era cierto que Yuuko le dejaría usar la pista aún después de haber cerrado, Yuuri consideraba descortés aparecer ya entrada la noche para pedir la pista prestada.

Sus turnos laborables empezaban muy temprano y solían acabar alrededor de las diez de la noche, sin embargo, no hacía comentarios al respecto porque era consciente de que su familia había trabajado sin descanso ni ayuda extra durante el tiempo que él estuvo fuera debido a las competencias. 

Mientras pensaba en lo complicado que debió ser para los suyos mantener el onsen sin su ayuda, el móvil que llevaba con él sonó dentro del bolsillo de su pantalón.

Yuuri torció un poco la boca al ver el nombre que aparecía en su pantalla. Decidió ignorar los mensajes que se acumulaban, quizás más tarde estaría con humor de responderlos.

Pero los mensajes siguieron llegando uno tras otro. ¿Por qué le era difícil entender que ya no tenían nada de qué hablar? Bueno, Yuuri sabía que todo se arreglaría si tan sólo se armara de valor para contestar una de las numerosas llamadas que recibía, para decirle que no tenían nada ya qué hablar.

Era una pena que Yuuri no tuviera la menor idea de cómo lograrlo, así que se dijo que lo mejor que podía hacer era ignorar sus mensajes.

Pese a su decisión de ignorarlo, el teléfono siguió sonando, por lo que estuvo a un segundo de apagarlo, pero también pensó que sería buena idea contestar de una vez por todas y decirle que estaba realmente ocupado.

Katsudon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora