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Habían pasado dos semanas desde la última conservación que Yuri sostuvo con el japonés, tiempo suficiente para determinar que el celo del moreno había acabado. Sin embargo, parecía ser que Yuuri evitaba hablar con él debido a su muy excitante y vergonzosa actitud.

Yuri encontraba realmente divertida la actitud del omega, tanto que estaba convencido de que el cerdo era absolutamente adorable.

Después de percatarse de que Yuuri lo evitaba -el ruso seguía la actividad del japonés a través de sus redes sociales, por lo que notó que de nuevo estaba activo-, Yuri decidió no llamar ni mandarle mensajes al moreno para que no se hiciera a la idea de que lo veía como un culo caliente; si bien eso también era cierto, consideró innecesario que lo supiera por el momento.

Lo que en verdad quería el alfa era que Yuuri comprendiera que estaba dispuesto a esperar el tiempo que hiciera falta hasta poder llegar a ser algo más que su amigo.

Fue por eso que mientras esperaba a que el japonés se pusiera en contacto con él, Yuri se concentró en sus entrenamientos, se ejercitó con más frecuencia y habló con Otabek y su abuelo, aunque siempre evitando mencionar al chico que lo ignoraba. Cualquier cosa era bien recibida con tal de no recordar a un muy excitado Yuuri.

Yuri estaba tan determinado a no  pensar más de la cuenta en el omega, que incluso se prohibió revisar los últimos mensajes que compartió con él o mirar la galería de fotos que tenía en su teléfono, pues sabía que inmediatamente buscaría ver de nuevo el glorioso cuerpo de Yuuri.

Su determinación era grande, pero el único problema se presentaba en sus sueños.

Desde que Yuri pudo dejar de imaginar al moreno desnudo y se deleitó con la imagen real del mismo, se soñaba haciendo a Yuuri suyo, besando y mordiendo cada milímetro de esa pálida y seductora piel, escuchando sus jadeos llamándolo mientras lo embestía con fuerza... En sus sueños dejaba sus dientes sobre la piel del omega para demostrar que era su única y exclusiva pareja, llenando sus cuerpos con el profundo amor que le tenía.

Yuri no negaba que quería hacer sus sueños realidad, pero también quería más que el cuerpo del omega: fantaseaba con salir a recorrer las calles de la ciudad con Yuuri sujetando su mano, llevarlo por un postre a su cafetería favorita, patinar nuevamente con él, ir al cine, pasar las tardes del domingo abrazados en el sofá sin hacer nada más que ver televisión, salir de compras, observar a Yuuri mientras cocinaba o hacia cualquier otra cosa...

En fin, lo que en verdad deseaba era compartir su vida con Yuuri.

Pero existían dos obstáculos en su camino: la gran y evidente distancia que los separaba, y la incertidumbre de saber si Yuuri aún tenía sentimientos por Viktor.

Con el primer problema podía lidiar sin complicaciones, bastaba que Yuuri se lo pidiera y haría de Hasetsu su hogar permanente. Viktor, por otro lado, era un asunto mucho más serio.

El rubio sabía que durante muchos años Yuuri había admirado y amado en secreto al alfa mayor, por lo que borrar esos sentimientos no era tan fácil y Yurio no quería forzar la situación.

Aún así, Yuri también era consciente de sus propios sentimientos, sabía que tenía unos cinco años observando al bello y tímido omega sin poder hacer algo más porque creía -absurdamente- que si Yuuri era feliz debía aceptar esa felicidad aunque él no fuera la causa de la misma.

Sin embargo, ahora que podía tener una oportunidad real con Yuuri, era incapaz de seguir esperando a que las cosas fluyeran con calma y por sí solas.

Por eso, y pese a que la paciencia no estaba entre sus virtudes, Yuri trataba de respetar el espacio del omega y no forzar las cosas, razón por la cual siempre pensaba con detenimiento cada palabra que le diría al chico cada vez que hablaban.

Katsudon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora