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- ¡Despierta, ocioso hecho en China!

Yixing levantó la cabeza, recibiendo el impacto de cuatro almohadas al instante.

- ¡¿Qué haces?!

- ¡No me alces el tono!

- Lo siento, Junmyeon-sumbae.

Finalmente abrió los ojos resignado y apartando el cabello que se interponía en su vista hacia atrás. Observó que Junmyeon permanecía de pie con una bolsa en la entrada de la habitación.

- ¿Qué sucede? – habló sintiéndose miserable por su compañero de apartamento.

- Tienes que trabajar – informó.

- ¿Ah? – frunció el ceño, tirándose a la cama y cubriéndose nuevamente con las colchas que el coreano le había quitado – Yo no tengo trabajo.

- Sí lo tienes, secretario.

Se volvió a incorporar en el colchón, quitándose el cabello de la cara como si así lograra quitarse el sueño también.

- Sigo sin entender – frunció el ceño aún somnoliento.

- ¿Recuerdas que me pediste trabajo como ayudante en mi oficina? Tenías que ir por tus credenciales el día en que Chorong vino sin avisar y nos escondimos en mi auto.

- Sí, por eso no tengo trabajo.

Junmyeon soltó un pequeño bufido en forma de risa ligera.

- Fui por tus credenciales el viernes, así que debes ir.

El pelinegro intentó asimilar la información que se le fue proporcionada a medida que se levantaba. Se colocó una de las sábanas como una especie de capa o túnica para lograr cubrir su desnudez.

- Espera, espera – dijo despertando - ¿Tuviste todo el fin de semana para decirme y no lo hiciste? – lo miró acusante.

- No se me ocurrió.

- Eres malvado, Junmyeon-sumbae.

Con una sonrisa el nombrado bajó un poco la tela que cubría el cuerpo ajeno, dejando al descubierto los hombros del menor que tenían unas pequeñas marcas de mordidas, el contrario se sonrojó ligeramente.

- Lo sé – ladeó la cabeza - ¡Ah! Deberías apurarte, se supone que debes estar en tu trabajo a las seis.

- ¿Y qué hora es?

- Veinte para las seis.

Yixing salió volando de allí, tomando el sobrante de la sábana para permitirse correr por el apartamento sin caerse. Se bañó en la ducha, no en la tina como siempre ya que el tiempo no le alcanzaría. Ni bien salió se vistió con la velocidad de la luz, colocándose lo más presentable que tuviese.

- ¿Qué tal me veo así? ¿Crees que pueda usar esto?

Se acercó al coreano, exhibiendo su conjunto de ropa que consistía en unos pantalones negros de vestir un poco desgastados junto a una camisa celeste, las blancas siempre las ensuciaba y no quería tentar al destino así.

- Ehm, Yixing, los empleados llevan uniforme.

El aludido se sonrojó hasta las orejas, sus mejillas hervían por la vergüenza. Lo había olvidado, aquel día en que fue a la oficina del mayor había visto a las secretarias con faldas entubadas, camisa blanca y chaleco, todas uniformadas y con una cola de caballo.

Injurias conyugalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora