Mentira

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Dejar los labios de Yixing rojos era como pintar en un lienzo, porque también tenía las mejillas rosadas y a medida que seguía se tornaban rojas igual que sus orejas. Como una pieza de arte.

Junmyeon besaba con la velocidad justa al menor, mordía sus labios para hacerlo temblar, le encantaba. El coreano tenía razón con eso de perderse en Yixing, solo lo había besado y ya se hallaba en esta situación, con el pelinegro sentado sobre sus piernas y soltando débiles gemidos en ocasiones.

Con traer algunos papeles el chino había empezado a quedarse más de lo debido en la oficina de su jefe, terminaba con el tan esperado roce de labios, porque el menor lo deseaba tanto. No era la mejor manera reacomodar las cosas luego de una extraña discusión, pero ahí estaba, tomando con fuerza las braceras de la silla costosa del castaño, cerrando los ojos mientras este le recorría el cuello.

Y es que tampoco reparaban en ocultar el deseo que acumulaba uno por el otro, porque desde hace unas dos semanas o tal vez quince días que ellos no iban a la cama, no era obligación, sin embargo lo querían tanto. Yixing podía sentir la creciente erección del coreano ya que estaba sentado sobre él, además de también ser culpable con la fricción que causaba al mover sus caderas de manera ligera por impulso. Además, cada que el chino se intentaba acomodar mejor el contrario subía su rodilla, jugando un poco a ver qué sucedía si tocaba la entrepierna ajena. Yixing soltaba gemidos bastante vergonzosos, cubriéndose el rostro o desviando la mirada con las mejillas rojísimas.

- Junmyeon.

Pero la realidad tocaba a la puerta.

El pelinegro se desestabilizó bastante, y se bajó de las piernas ajenas con velocidad, Junmyeon lo ayudó un poco para evitar que se tropezase, acomodándose luego el cabello desordenado y sentándose lo más pegado a su escritorio para que no fuese visible el obvio problema en sus pantalones.

- Pase.

Y antes de que la puerta fuese abierta el menor tomó un portafolio del escritorio para también ocultar lo que le sucedía dentro de su ropa interior.

- Hola, Yixing – saludó el hombre que acababa de entrar a la oficina.

- Bu-Buenas tardes, jefe Kim – hizo una reverencia pequeña.

- ¿Cuántas veces debo decirte que no tienes que tratarme con formalismos? – sonrió mostrando su dentadura blanca – Está bien que me llames Jongin.

- D-De acuerdo, Jongin – asintió con la cabeza.

Con un gesto bastante liviano cerró la puerta, avanzando hasta el lado derecho del escritorio de su colega, el más cercano.

- Junmyeon, tal parece que ninguna de tus secretarias te avisó, pero necesitamos de tu presencia en la sala de conferencia general para que hables con los inversionistas, será dentro de cinco minutos.

El nombrado suspiró y asintió.

- De acuerdo, estaré allí para coordinar con ellos – afirmó.

- Déjame avisarle al personal.

Sacó su celular, tecleando con velocidad.

- Junmyeon-sumbae, yo no tengo cómo irme al departamento – susurró en su oído -, y-y gasté mi dinero en el almuerzo de las demás – explicó apenado.

Es que Yixing había notado que su turno había acabado, también por ello tenía sentido que DaSom no había venido a tocar la puerta como desquiciada a exigir atención del castaño.

- Ehm, Jongin, ¿y si me esperan unos veinte minutos?

- Lo siento, te necesitan allí cuanto antes – indicó subiendo la mirada de su teléfono.

Injurias conyugalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora