Recuerdos. 1

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Recordaré aquel día por el resto de mí vida, no olvidaré que sentía, ni la temperatura que hacía en Dastewn, tampoco se borrará de mi mente aquella fecha; quince de enero

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Recordaré aquel día por el resto de mí vida, no olvidaré que sentía, ni la temperatura que hacía en Dastewn, tampoco se borrará de mi mente aquella fecha; quince de enero.

Estaba enfadada con mi madre, en realidad, ella era quien estaba enfadada conmigo. Le había mentido, por primera vez a mis diez años había conocido el termino de mentir y había decidido utilizarlo. Había suspendido --el suspenso que me marcó por el resto de mi vida--y al ver a mi madre, tan feliz al decirle que había sacado un sobresaliente, comencé a sentirme culpable. Recuerdo perfectamente como achinaba los ojos cuando reía, o el pequeño hoyuelo que se creaba en su perfil izquierdo. Lo recuerdo todo, recuerdo su risa como la más dulce melodía, y sus abrazos como el más cálido abrigo en días de invierno.
Ante la culpabilidad, decidí decirle la verdad al día siguiente.
Se había enfadado conmigo, diciendo que ella no me había enseñado a mentir y que iría a hablar con mi tutor, cosa que yo no pude impedir de ningún modo.

Esa misma mañana fui al colegio, junto a ella, no nos dirigíamos la palabra, ni siquiera le di un beso de despedida al entrar a clases. Todo por mi orgullo, a pesar de que ella me lo había pedido, estaba avergonzaba de mí misma y lo pagué con quien no debía de hacerlo.

Horas más tarde se escuchó un golpe, y la alarma de un coche sonaba frenéticamente. Sentí algo, sabía que había algo que iba mal, pero mi mente no podía ni imaginarse la realidad.
Pasaron varios minutos, los profesores nos retuvieron en las clases, hasta que, minutos después, entro Miss Trebor, quien tras buscarme con la mirada unos segundos, me hayó. Con la mirada fue capaz de decirlo todo, recuerdo aquel momento, la sangre había dejado de fluir por las venas y había olvidado el como respirar. No podía ni llorar, solo sabía que mi corazón se había desgarrado en pedazos tan sumamente pequeños que jamás se unirían.

Ese día había perdido a mi madre, la persona más unida a mí del mundo.

Decidí que era yo quien sacaría adelante a la familia, pero poco tiempo después, no pude cumplir con mis palabras. Mi padre cayó, el único adulto que podía cuidar de mi hermano mayor y de mí, había caído enfermo, cáncer de pulmón, a causa del tabaco que había comenzado a consumir por la perdida de mí madre. Mi hermano no supo llevar la situación, se encerró en si mismo, no me dirigía la palabra. Me culpaba, era lógico y lo entendía; yo también lo hacía.

En cuanto tuve la edad suficiente, comencé a trabajar. A los quince años trabajaba como azafata en los bingos de toda la ciudad, incluso, los días de entresemana. Todo el poco dinero que ganaba parecía demasiado para una simple chica de quince años, pero tres cientos euros se quedaban cortos cuando debía pagar la luz, el agua, el gas y la comida. No podía permitirme comer un plato de más, ni tampoco salir a ningún sitio.
Aún así, mis notas se mantuvieron perfectas, se lo prometí a mi madre el día de su funeral; Jamás volveré a mentir, Mami. No haré más tonterías, aprobaré todo para que desde el cielo seas capaz de ver como crezco y maduro, te amo.

Todo aquello me había hecho madurar, quizá demasiado. A mis dieciséis años trabajaba paralelamente en el bingo y como camarera en una cafetería, poco a poco pudimos dejar de pedir dinero a familiares y costeabamos las medicinas de mí padre, quien cada vez perdía vitalidad. Cada vez que respiraba, me preguntaba si ese sería su último momento, si a caso él también se iría. Derek ya tenía sus diecisiete años, en poco tiempo podría irse y nadie se lo impediría, y ni siquiera nuestro padre moribundo.

Nada en esta vida impide que alguien se aleje de ti, ni tampoco que te desvanezcas en el vacío del olvido.

Dulce asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora