Fuego.

1.9K 182 28
                                    

Sentía como mi cuerpo dolía hasta tal punto que el colchón hería mi piel, la cual parecía seguir ardiendo. Un fuego recorría mi cuerpo de principio a fin con tenacidad.

No podía abrir los ojos, sentía mis párpados como un obstáculo de gran peso, que a su vez, aplastaban mis ojos. Pero necesitaba hacerlo, ver que ocurría ante mí.

Moví mi brazo derecho, intentando averiguar si estaba en mi cama, pero al parecer no. Mi mesilla no estaba allí, sino que era sustituida por lo que parecía ser una silla.

Toqué mi rostro, no había ni rastro de la sangre que había estado ahí.

Hice uso de toda mi fuerza y abrí los ojos, encontrándome con los de mi padre de inmediato.

Pero era, y no era él.

El color gris de sus ojos se había vuelto tan negro que no tenían nada que envidiarle a la noche. Su rostro no tenía ninguna expresión.

No era mi padre.

— ¿Qué has hecho con mi padre?

— Soy yo, nena.

Nena. El odiaba con todas sus fuerzas aquel apelativo.

— ¿Qué vais a hacer conmigo? —pregunté, yendo al grano. Rezaba por recuperar a mi padre hablando con él.

— ¿Por qué tienes un conjuro de protección, nena?

— Conozco a muy buenos psicólogos, tal vez deberías ir a uno. Tú y Zayra, por supuesto.

— No hables así de mi novia, niñata.

— ¿Papá? Si estás ahí, reacciona.

Su cuerpo convulsionó durante unos segundos, sus ojos variaron entre el gris y el negro. Pero el negro ganó.

— Estoy aquí, niña. Deja de decir tonterías.

— Papá, te necesito.

Su cuerpo convulsionó nuevamente, pero el ser que había poseído este se proclamó victorioso nuevamente. Mordí mi labio inferior, intentando recordar algo que hiciera salir a mi padre.

— ¿Recuerdas el lago, papá? Donde tú, mamá, Derek y yo disfrutábamos de los domingos. Vuelve y no dejes que todo quede en el olvido.

— ¿No sabes hacerlo mejor?

La voz de Zayra interrumpió mis intentos. Pero no era ella.

Una chica morena tanto de piel como de cabello se situaba ante mí. Era joven, tendría pocos años más que yo. Al igual que mi supuesto padre, sus ojos eran negros, impactantes, completamente llenos de maldad.

Se aproximó a mí, con sus brazos en alto, extendiendo la palma de sus manos.

— Acaba con la vida de esta impura humana. —Ordenó, mirando atentamente hacia el techo.

— ¡No! —exclamó el hombre que proclamaba ser mi padre.

Zayra extendió sus brazos ante él, pude percibir como unas descargas viajaban desde la punta de sus largos dedos hasta el cuerpo del que parecía ser realmente mi padre otra vez.

Su cuerpo cayó al suelo, inerte.

— ¡Papá! —chillé y logré levantarme de la cama, dispuesta a lanzarme sobre aquella maldita mujer que me había arrebatado a lo más preciado de mi vida.

No pude vengar la muerte de mí madre, no hubo motivos para ello. Pero no permitiría que eso volviera a ocurrir.

Tenía sed de venganza.

Mi puño impactó contra su tabique nasal, mas ella comenzó a reír exageradamente.

— Kyle debía ser quemado —espetó— él sabía lo que hacía cuando hizo que te enamoraras de él. Un gran potencial se esconde en ti, lastima que no supieras alejarte a tiempo.

Extendió sus brazos e impulsó mi cuerpo contra la pared sin rozarme tan siquiera. Sentí como mis músculos se contraían al sentir un punzante dolor que recorría mi espalda.

Pero nada me detendría. Un fuego interno luchaba por expandirse y se lo permitiría sin lugar a dudas.

Me abalancé nuevamente contra su pecho, tirandonos a ambas al suelo. Aproveché la ventaja que me proporcionaba estar sobre ella y una serie de golpes —con una fuerza que ni yo misma sabía que tenía— en su rostro no bastó para que ella perdiera su conocimiento, mucho menos su sonrisa.

Sus ojos comenzaron a brillar y volvió a empujarme por los aires, provocando que esta vez mi espalda impactara contra el borde en pico de la cama. Gemí de dolor.

Se elevó en los aires y extendió sus brazos horizontalmente hacia mí, mientras comenzaba a girar sobre si misma. Abrió sus puños y unas pequeñas bolas de fuego aparecieron.

Quizá en ese momento debería de despedirme mentalmente de todas las personas a las cuales había querido, como haría cualquier persona normal cuando está apunto de morir.

Pero yo no.

Apreté mis puños y me incorporé, a pesar del punzante dolor en mi espalda. Paso a paso me acerqué a la ventana de la habitación, dándole la espalda.

La primera bola de fuego impactó contra la ventana.

— Vaya puntería —me reí.

Sabía que provocarla tendría sus consecuencias, pero lo hiciera o no, intentaría matarme.

Prefería morir al frente de la batalla que vivir a base de ruegos y suplicas.

Preparó la segunda bola con la intención de lanzarmela, pero la esquivé nuevamente.

Había trazado un plan en mi mente y rogaba por llevarlo a cabo.

— ¡Dios! ¿Estás ciega?

Abrí la ventana mientras veía su rostro enrojecer de la ira. Unas nuevas bolas se formaron en sus manos y juntó ambas. No había contado con una de tal intensidad.

La ventana y la puerta se cerró, y cuando intenté abrir una corriente eléctrica me atravesó.

No podría saltar.

Las bolas de fuego impactaron contra la tela de la cama y la de las cortinas.
Creó una barrera a base de sillas y un escritorio y lo último que vi fue su cuerpo abandonar la habitación mientras el mío comenzara a quemarse lentamente.

Todo fue humo.

Dulce asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora