Despacito.

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— No me gusta esa canción. —Gruñí mientras la canción Despacito de Luis Fonsi ocupaba el silencio del vehículo.

— A mí si —protestó— mi coche, mis reglas. Sabes que tú corazón conmigo te hace pam pam... Es buenisima la letra.

Oh, era una indirecta. Bien, ahora se reía de mí por no poder resistirme a él, era maravilloso.

— O la cambias o me bajo.

— No serías capaz de bajarte.

— Ni tú de dejarme aquí.

Había jugado el último as de mí baraja, si ya no conseguía que demostrara que le interesaba un poco, me volvería loca.

— No te juegues el cuello.—Dijo y subió el volumen de la canción.

— Para el coche ahora mismo.
— No, no creo que lo haga.

— ¡Qué pares! —exclamé. Intentaba probar hasta que punto quería retenerme junto a él. O si a caso quería hacerlo.

— ¿Me estás dando ordenes? Mi coche, mis normas.

— Vale pues no bajes el volumen y no detengas el coche.

Psicología inversa.

— Está bien. —Dijo él mientras sus comisuras se elevaban enseñándome una de sus mejores sonrisas.

— ¿Pero? ¡Te he dado una orden y la has obedecido!

— Es que como te estabas enfadando he decidido complacerte en algo.

No podía creerlo.

(...)

— Kyle, esto parece peligroso. —Me quejé a medida que el vehículo avanzaba por una zona completamente desconocida y siniestra. Llevábamos más de cuatro horas de viaje y lo único que me decía era que iríamos a una de sus casas.
Claro, que eso podría ser en el otro extremo del país y yo no lo sabría porque era imposible sonsacarle algo sin que comenzara con sus juegos o a cantar.

— Elena, a veces me pregunto si tú piensas antes de hablar. —rió— Conmigo no te va a pasar nada.

Oh. Si, oh.

— De todas maneras, es un barrio seguro, al menos para mí... —Comentó mientras aparcaba. Miré la casa que había frente a nosotros.

Era increíble, indescriptible, hermoso... La casa también, obvio.
¿Qué?

La casa por fuera era del blanco más puro y pulcro que existiera, recordándome a la piel de Kyle. No pude resistir la tentación y en cuanto el coche se detuvo por completo, me bajé para admirar la mansión que había ante nosotros.

— ¿Cómo puedes tener una mansión y no vivir en ella? Simplemente no puedes hacer eso.

— He vivido en ella durante mucho tiempo, Elena. Hay que cambiar de casa de vez en cuando.

Claro, cuando vivías más de mil años probablemente pudieras permitirte cosas como esta. Él se adelantó, con la intención de abrirme la puerta de su mansión, pero yo seguía embobada pensando en que había hecho para merecer pasar una semana aquí.

— Pues, básicamente, que mi ex novia intente matarte. —Respondió.

— ¿Puedes leer mentes?

— No, Elena. Es un tópico absurdo, igual que el que dice que las mujeres pueden hacer más de una cosa a la vez, porque tú desde luego, no puedes.

— Conseguirás que te odie.

Él me guiñó un ojo y abrió la puerta de la casa, a la vez que extendía sus brazos en direcciones opuestas.

— Las señoritas primero.

Negué con la cabeza mientras reía y me adentraba en aquella maravillosa mansión, de la cual me había enamorado desde el primer momento que la vi. Pero me conquistó aún más su interior. Desde mi posición podía apreciar un inmenso salón, donde se situaba una mesilla de cristal, rodeada por lo que parecían ser sillones de masajes. Las paredes volvían a recordarme a Kyle, por la luminosidad que desprendía aquel azul cían. Si miraba un poco más hacia la izquierda, podía ver una muy larga escalera de parqué en forma de caracol. A mi derecha, un sin fin de puertas de color blanco.

— Nunca vas a dejar de sorprenderme con tus casas. —Admití con una leve sonrisa.

— No todas son tan bonitas como
esta. —Rió. No podía imaginarme a Kyle viviendo en una pequeña y humilde morada, no cuando todo él me recordaba a elegancia pura y dura, a pesar de tener ese toque pícaro.

— No entiendo como puedes permitirte todos estos lujos.

— Piensa una cosa —dijo— yo no gasto ni en comida ni en calefacción, bueno, contigo si. Eres un derroche de dinero.—Rió— Es broma, pero si lo piensas, tú llevas ganando dinero unos dos o tres años, yo mucho, pero muchísimo tiempo más.

Tenía su lógica.

— Hablando de esto, voy a ir a por comida. Evita tener accidentes en mi ausencia. —Me advirtió.

— Eso me huele a preocupación.

— Elena... Creo que realmente necesitas comer, estás delirando.

Rodé los ojos y segundos más tarde veía como Kyle soltaba mi maleta para después salir por la puerta.

Tenía una mansión para mí sola. Solo para mí. Y no tenía ni idea de que hacer con ella.

Así que empecé por lo simple, sentarme en uno de aquellos sillones de masajes y me dejé llevar por el placer que sentía. Me gustaría compartir esto con mi padre, pero dudaba que Kyle estuviera de acuerdo en traer a mi padre aquí, y yo no iba a pedírselo, bastante estaba haciendo por mí.

Con Kyle a mi lado todo era más fácil, quizá porque todo parecía un sueño del cual no estaba preparada para despertar todavía. Olvidaba los dolores del pasado, los problemas que había afrontado. Olvidaba hasta que él era un vampiro, y yo una simple humana que se maldecía por serlo y complicarle la existencia a Kyle.

Pero cuando él se iba, todo regresaba. Las imágenes de la muerte de mi madre, mi padre y sus subidas y bajadas tan repentinas, el no saber nada de Derek, mi hermano. Todo aquello era desgarrador y se mantenía en mi vida.

Kyle era el peso que nivelaba la balanza a su favor.

Dulce asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora