John

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El trabajo era algo que ya habíamos realizado en el anterior trimestre pero que al profesor le parecía buena idea repetir en parejas, este trataba de desarrollar una conciencia cívica y social, basada en el ejercicio democrático de un concepto de ...

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El trabajo era algo que ya habíamos realizado en el anterior trimestre pero que al profesor le parecía buena idea repetir en parejas, este trataba de desarrollar una conciencia cívica y social, basada en el ejercicio democrático de un
concepto de ciudadano responsable con sus derechos y con sus deberes positivados a través de unas normas a las que todos los ciudadanos están sujetos, que exige el mismo compromiso con la sociedad que respeta y defiende los derechos humanos, la igualdad, la convivencia pacífica y el desarrollo sostenible.

Vamos, algo sencillo. Me esperaba algo un poco más fuerte, que me obligara a esforzarme y dejar de pensar en el rumbo que tomaba mi vida. Kyle a mi lado había comenzado a escribir en su cuaderno apuntes desde que el profesor había dicho el tema del trabajo, de reojo podía apreciar que escribía tan sumamente rápido que posiblemente su letra fuera incomprensible.

Pero no, no era así. Su caligrafía era sumamente perfecta y cuidada, sin ningún tipo de falta de ortografía.

Y así pasó el resto del día. No me había percatado de que era viernes, y que por lo tanto no tenía turno en la cafetería, por lo que después del bingo tenía la libertad de irme a mi casa y descansar. Pero no, eso no era posible, ya que había accedido a tener una cita con el nieto de una cliente del bingo.
Maldita distracción.

Por lo que, una vez que había llegado al bingo, sentía como temblaban mis piernas, no era en lo absoluto partidaria de las citas y menos cuando era con un chico del cual solo sabía quien era su abuela.

—Te veo nerviosa, ¿tiene algo que ver Kyle con esto? —susurró Leila a mi lado.

— No, no tiene nada que ver, es que he aceptado una cita y...

—¡Una cita! —Gritó ella y todas las mujeres presentes nos miraron.—Lo siento... Una cita, ¿con quien?

—No lo sé —susurré yo— es su nieto —dije señalando a la mujer en cuestión.

—¿Y si es feo?

—Si es feo o guapo, realmente me es indiferente, no quiero ir.

—Pues no vayas.

—No me gusta fallar a la gente, ya me conoces.

—Siempre siendo tan buena Elena... Espero que todo salga bien.

Asentí y acepté que me diera un abrazo antes de comenzar con la rutina de cada tarde. Mi mente viajaba en tres puntos muy concretos.

Primero, en diez minutos empezaba mi cita.

Segundo, Kyle. Que no sabía el por qué, pero tenía la necesidad de verle.

Y tercero, en el fin de semana solo tenía turno en la cafetería por las mañanas, por lo que tendría el resto del día libre.

Pero todo eso tendría que esperar a que terminara mi cita con el chico que había entrado por la puerta y se había sentado junto a su abuela.

— Es la hora, fiera. Comete a tu presa.—Susurró Leila a mi lado. Era su forma de hablar, se refería a los chicos como presas y a nosotras, las mujeres, como fieras capaces de destruir a cualquier hombre.

Y en lo último estaba de acuerdo.

No pude evitar reírme antes de ir al baño y cambiarme de ropa, y peinarme con un cepillo que me había dejado Leila. Esta chica siempre llevaba de todo en su bolso.

Le devolví el cepillo y me dirigí hacia el chico bajo su atenta mirada.
Inmediatamente él se levantó de la silla y me sonrió ampliamente.

—Soy John. —Se presentó y se acercó para darme dos besos. Desde un principio se había tomado demasiadas confianzas conmigo y eso no me resultaba en lo absoluto agradable.

— Hey, yo soy Elena. —Le respondí.
¿En serio, Elena? ¿Hey? No puedes ser más hortera.

—Tenía pensado que podríamos ir a jugar a los bolos, yo invito.

No sabía si él se había percatado, pero yo no era el tipo de chica que pudiera lanzar una bola de bolos y mantenerme intacta. Pero no me quedó otra que asentir e ir junto a él hacia su vehículo, un mercedes-benz blanco.

El coche en si era bastante cómodo, pero no podía evitar sentirme bastante incomoda, y es que al fin y al cabo, estaba subida en el coche de un desconocido.

Últimamente parecía tener ganas de morir...

Le miré de reojo, no era el chico más atractivo, pero tenía su punto. Sus ojos eran de color miel, tenía una fina y recta nariz y unos labios bastante delgados y rosáceos.

No había nada en él que destacara lo suficiente como para que algo en mi gritara ¡es mi hombre! Pero, ya no había nada que hacer.

— Y, ¿qué edad tienes? —Preguntó después de unos minutos del más absoluto e incomodo silencio. Bueno, esa pregunta era fácil.

—Diecisiete años, ¿y tú?

— Dieciocho.

Y ahí terminó nuestra insignificante conversación, tenía ganas de irme a mi casa y no despertar hasta que tuviera canas.

(...)

— Venga, que tú puedes.—Me animó él riéndose. Le había llevado veinte minutos descubrir que era muy mala jugando a los bolos, por lo que, cuando tiré la bola y esta se fue directamente al canal, no le sorprendió en lo absoluto.

— Te lo dije, se me da muy mal.

—Pero, ¿te estás divirtiendo?

—Si, nunca había hecho esto.

-—¿En serio? —pregunta asombrado.
Yo asentí y miré mi reloj, las doce de la noche. Es hora de irse a casa.
Él pilló la indirecta y minutos después —y gracias a mis indicaciones— llegamos a mi casa.

—Gracias por todo, ha sido
divertido. —Comenté repitiendo una frase que había oído en varias películas.

— Gracias a ti. —Respondió él, y antes de que pudiera acercarse más le sonreí y bajé del coche.

No iba a permitir que me besara, vamos, ni de broma. No me gustaba el chico ni lo más mínimo.

Porque algo comenzaba a aflorar en mí...

Dulce asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora