Mala suerte. 2

5.9K 461 50
                                        

Estaba segura de que había oído la voz de mi padre llamándome, por lo que inmediatamente me levanté de la cama de un salto, dispuesta a correr hacia su habitación

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estaba segura de que había oído la voz de mi padre llamándome, por lo que inmediatamente me levanté de la cama de un salto, dispuesta a correr hacia su habitación. Antes de salir vi la hora, las cinco de la mañana.
No podría dormir más y hoy tenía turno en la cafetería hasta la una de la madrugada. Abrí la puerta y allí estaba mi padre, tendido sobre su cama, conectado a una máquina de segunda mano que había conseguido por ebay. Era increíble todo lo que se podía comprar en esa página, claro que el poder conlleva dinero y no podía desperdiciar ni un solo céntimo.
-Hija, no puedo dormir... -Susurró mi padre. Su voz con el paso del tiempo se había deteriorado hasta tal punto que un susurro era lo máximo que podía obtener de él.

- Bueno, me quedaré contigo hasta que me vaya al instituto, ¿vale?

-Gracias, mi niña. Pero... No te he llamado por eso, quiero que me cuentes algo, cómo te va con los chicos o cosas así.

-Papá, no hables tanto. Deja en paz a tus pobres pulmones -intenté bromear, pero me arrepentí cuando mi padre comenzó a toser por haber reído-Pues... No, no sé, no hay chicos en mi vida.

-¿Y aquel chico guapo que me presentaste?

-Fue algo efímero, papá. Todo lo es.

-Cuéntame la historia.

-Bueno, has amanecido cotilla-Le dije y él asintió. Era buena señal, estaba animado. -Estábamos bien, pero él quería algo serio y yo no estaba preparada para ello, ya sabes, no tenía tiempo ni dinero para salir con él a algún sitio.

-¿Rompió contigo?

-No, le dejé yo. No podía atar a nadie a mí, menos cuando yo no podía corresponder su cariño.

-Mi niña, algún día conocerás el amor, estoy seguro de que hay un montón de chicos haciendo cola por mi pelirroja favorita.

-Si los hay, no me importa, yo ya conozco el amor y es lo que siento por ti y por mamá.-Respondí, sintiendo como una lágrima amenazaba con salir, pude resistirme. No había llorado en seis años por la perdida de mi madre, no lo haría ahora, simplemente no tenía tiempo.

- ¿Te he contado como conocí a tu madre?

- Claro, papá. Me sé toda la historia, con pelos y señales.

-Cuentamela. Si, cuentamela, he soñado tantas veces con ese día que han cambiado detalles.

-Pero no me llores, eh, blandengue. Era un sábado diecisiete de Octubre, cuidabas del tío Jack, quien solo tenía trece años y tu eras mayor que él por cinco. Entonces, te distraiste al ver a una pequeña pelirroja llorando sentada entre sus flores favoritas, las margaritas. Era pequeña por su tamaño, pues tenía la misma edad que tú. Inevitablemente te acercaste a ver que ocurría, y ella rompió a llorar en tus brazos. Perdiste al tío Jack y horas más tarde llegó a tu casa, con la policía por haber acosado a una ancianita, insistiendole en que si alimentaba de más a las palomas explotarían y llenaría su cara de sangre.

-Cierto, tu tío fue desde muy pequeño un granuja. -Dijo mi papá pensativo, y luego soltó una breve risita. -Me encantaría seguir hablando, pero se te acaba el tiempo y tienes que arreglarte para ir al instituto.

Se nos acaba el tiempo.

Me despedí de él besando su frente y al pasar frente a la habitación que había pertenecido a mi hermano, suspiré. Él se había ido a estudiar a otro país por una beca, dejandome a cargo de todo esto, sin molestarse en llamar.
Necesitaba alguien en mi vida que hiciera de mí una persona más fuerte, porque poco a poco sentía que toda mi fuerza se desvanecía.
Tardé poco tiempo en ducharme y arreglarme, de todos modos, cuando volviera a casa no quedaría ni rastro del poco maquillaje que me podía permitir usar. Desayuné una manzana y un simple vaso de agua, dejando en el microondas una nota para la cuidadora de mí padre.
Cuentale cosas, dale buenas noticias. Hoy está dispuesto a hablar.
Firmado, Elena.

Era un chiste personal algo retorcido, era obvio que era yo quien escribía esa nota, es decir, nadie más podía hacerlo. Era una mujer de cuarenta años, bajita y menuda, recibía la mitad de lo que yo ganaba; seiscientos dólares mensuales, y alguna que otra propina algo generosa por parte de las señoras del bingo, conocedoras de mí situación familiar y económica.
Decidí que aquel día iría caminando al instituto, aunque estuviera lloviendo, curiosamente, yo odiaba la lluvia. Sentía que cuando llovía, alguien desde el cielo lloraba.

Y me dolía pensar que quizá ese alguien era mi madre.

Con mi mochila en la espalda, y unas pocas galletas envueltas en papel, me dirigí al instituto.
Durante el camino, me detuve frente a un señor mayor al cual conocía de vista, él hacía retratos para ganarse la vida. Sería genial que él pudiera ser más conocido, o por lo menos que su hobbie se convirtiera en su oficio como tal. En realidad, sería genial si todo el mundo pudiera ser lo que realmente quería.

Y yo no sabía que quería ser.

Durante el trayecto, un coche pasó junto a mí, cubriendo mi cuerpo completamente de aquella sucia agua del suelo.

Diablos, eso era tener muy mala suerte. Demasiada, quizá. Cerré el paraguas que llevaba; ya no serviría de nada. Minutos después llegué al instituto, veía a la gente feliz, rodeados por sus tantísimos amigos y yo... Bueno, yo me tenía a mí misma. Si bien era cierto es que en un pasado había tenido demasiados conocidos, los había alejado a todos. No conocía el significado de la palabra amigo y de momento no quería descubrirlo.

No quería añadir gente a mi vida si en algún momento terminarían por irse.

Dulce asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora