¿Era una broma?

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John estaba enfadado conmigo, o eso me había hecho saber Leila a través de un mensaje. Ella había optado por coger también el turno de
noche–madrugada aquel día y aunque ella lo negara, yo sabía la razón.

Estaba vigilando a Kyle.

No me sorprendía en lo absoluto, ella había perdido toda la fe en ese chico y pensaba vigilarle hasta cuando fuera al baño. El problema de todo esto, es que mi amiga consideraba necesario decirme a hora exacto y cuanto tiempo estaba en el baño.

No necesitaba saber eso.

Por eso, cuando llegué a la cafetería por la mañana no extrañó en lo absoluto encontrar a mi mejor amiga con una libreta rosada entre sus manos, anotando cada movimiento que hacía Kyle.

Quién, nuevamente, estaba acompañado por sus amigos.

Amigos y amigas.

— Deja de espiarle —Le pedí a
Leila. —¿Ha hecho algo malo?

— No pero está raro, lleva media hora analizando a cada persona que entra al local. ¡Ah! Y Ginger está enamorada de él.

— Maldita... ¿Cómo lo sabes?

— Lleva todo este tiempo intentando mantener contacto físico con él, a parte de la estúpida risa que suelta cada vez que Kyle habla.

— Kyle puede ser gracioso. —protesté. Si asumía que esa chica estaba enamorada de él, posiblemente tendrían que sujetarme.

— Cito textualmente, quiero un café, ¿qué tan gracioso es, Elena?

Bufé y me dirigí al cuarto de empleados. Cuando antes empezara a trabajar, antes terminaría y podría irme con Kyle a quien sabe dónde.

A pesar de que mi jefe hubiera insistido en que no usara los trajes yo seguía haciéndolo. No quería que el resto se hiciera ideas equivocadas.

El pequeño vestido con estampados florales cubría mi cuerpo, por lo menos no iba disfrazada en aquella ocasión. Los patines me resultaban incómodos, pero a estas alturas ya nada podía hacer por evitar usarlos.

— Atiendele tú. —Susurró Leila.

Había intentado por todos los medios no acercarme a su mesa, en un intento poco efectivo por ignorar a Ginger quien reía cada vez que Kyle decía algo.

— ¿Qué desean? —Pregunté, intentando mantener el formalismo, evitando a toda costa mirar a Kyle.

— ¡Yo quiero un batido de fresa! —exclamó Ginger— Y bombón uno de chocolate.

Todo se desmoronó cuando, al pronunciar las últimas palabras, señaló a Kyle.

Apreté con fuerza los puños, no estaba dispuesta a demostrar cuan molesta estaba. No delante de ella.

Sonreí falsamente y anoté el resto de pedidos, y sin querer, confundí el batido de fresas por uno de ciruelas con sal y pimienta.

Sin querer, por supuesto. Me encargué yo misma de prepararlo bajo la atenta mirada de Leila, quien reía sin intenciones de disimularlo.

— Espero que salga corriendo al
baño. —Susurré y ella asintió, estando de acuerdo.

— Le cae muy bien a James, tú ya me entiendes.

Volví a la zona de ingredientes e involuntariamente se cayó un trozo de guindilla en su bebida.

— Perfecto —murmuró— llevemoslo juntas.

Asentí y llevé con una gran sonrisa en mi rostro la bandeja hacia la mesa, donde Kyle reía sin poder evitarlo.

Constantemente olvidaba que él oía, olía y veía todo.

— Pruebalo, Gin. —Le animó él— Tiene buena pinta. Que bien huele.

Juraría que al pronunciar las últimas tres palabras sus mirada se había enfocado en mí, descolocandome por completo.

Ginger se llevó el batido a sus labios tranquilamente, bebiendo un gran sorbo de este. Podía sentir como mi amiga apretaba mi muñeca con fuerza, posiblemente evitando las carcajadas que vendrían a continuación.

...

— Eres malvada —Admitió Kyle mientras bajábamos de su coche— No puedo creerlo, ¿qué te había hecho?

— Era una nueva receta.

— Pues de ser así agradezco no poder consumir nada. —Rió y yo le imité, dejandome llevar por la comodidad que sentía al estar junto a él.

Me resultaba encantador.

— ¿A dónde vamos? —Pregunté mientras nos adentrabamos en un edificio— Kyle, no me gustan las sorpresas.

— Venga, ya queda menos.

Entrelazó mi mano con las suyas y tiró de mí mientras subíamos las escaleras. Me hubiera gustado que él decidiera llevarme en sus brazos, pero no pensaba pedírselo.

Abrió un gran puerta de metal que daba lugar a una pequeña y acogedora azotea, donde se encontraba una pequeña mesa circular de cristal acompañada por dos sillas del mismo material.

Las rosas blancas inundaban la terraza, dándole un aspecto elegante que solo podía aportarlo Kyle.

— ¿Te gusta? —Preguntó, con una gran sonrisa en su rostro. Pero desde luego que su sonrisa no se podía comparar con la mía en esos momentos.

— Me encanta, Kyle. Es precioso.

— Sientate, por favor. —Me pidió y retiró una de las sillas para que yo me sentara en esta y eso hice.

Conocía el lado elegante de Kyle, al igual que los toques de caballerosidad que a veces tenía. Pero desde luego que aquello superaba con creces mis expectativas.

Colocó sobre la mesa un plato de espaguetis con albóndigas y tomate.

Había un único tenedor en la
mesa —no hacían falta más— y estaba colocado justo en su lado.

Estiré el brazo en un intento por cogerlo, pero el me detuvo.

— ¿Confías en mí, pequeña? Cierra los ojos, solo déjate llevar.

Cerré los ojos y me guié por mi oído para percatarme de todas sus acciones. Sentí el frío metal del tenedor en mi boca, pero este no llevaba comida.

— Kyle, ¿qué haces? —Pregunté, temiendo que destrozara el momento romántico con alguna broma o tontería.

Temía realmente que fuera una broma, que todo esto lo fuera.

— Esto. —Susurró. Su voz estaba completamente ronca, indicándome lo que iba a pasar.

Me dejé llevar cuando sus brazos rodearon mi cuerpo y sus labios colisionaron con los míos, demostrándose entre sí cuanto se habían echado de menos.

Le había echado de menos.

Dulce asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora