¿Zayra?

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Elevó mi cuerpo y rodee su cadera con mis piernas, eliminando cualquier espacio que se interpusiera entre nosotros.
Sentí que nos movíamos, pero mi única preocupación era deleitarme con los labios de Kyle, quienes sin ninguna duda me atraían cada vez más, al igual que él.

Recostó mi cuerpo sobre algo un colchón mullido. Sonreí al pensar que había cuidado hasta el más mínimo detalle.

Sobre nosotros caía una vaporosa tela, que nos aportaba cierto grado de privacidad mientras él se deshacía de mi blusa sin ningún tipo de cuidado, manteniendo la intensidad e inclusive aumentando esta. Enrollé mis manos en su camiseta y me deshice de esta con facilidad.

— ¿Estás segura? —Susurró contra mis labios.

— Callate.

Su suave risa acarició mi rostro y sus manos se perdieron en mi ropa interior, acariciando y jugando con mi punto de placer. Gemí, dejandome llevar por el placer que Kyle me aportaba.

No tardaron en desaparecer sus pantalones, ni los míos tampoco. La fina barrera que se interponía entre ambos desapareció.

Nuestros cuerpos, el uno sobre el otro.

Sentirle dentro de mí, jadeando con cada embestida, permitiéndose llevar por el placer era una imagen apoteósica.

...

Su pecho era mi almohada y sus brazos mi manta. Había caído exhausta cuando ambos terminamos y aún sopesaba la idea de que todo aquello fuera un mero sueño.

Pues, Kyle era de ensueño. Y todo lo que le rodeaba me parecía mágico e indescriptible al mismo tiempo.

— Elena.

— Dime.

— Te quiero.

Abracé su pecho con fuerza, temiendo que se esfumara como todo lo que me hacía feliz. Me había dicho que me quería, después de hacer el amor y demostrarme cuan intenso es nuestro amor.

— Gracias. —añadió él, aparentemente incomodo.

— ¿Por qué?

— Me encanta declararme y que me ignoren. —Ironizó.

— Lo siento, Kyle. Me caes bien y tengo confianza contigo, pero no quiero que confundas las cosas.—Cité sus palabras del día que tan directamente me había rechazado.

— He creado un monstruo. —Se burló y besó mi frente con ternura.

¿Cómo no amarle?

Disfrutamos el resto del día el uno del otro, olvidándonos del tiempo y deseando que aquel día durara eternamente, aunque en mi mente permanecería por el resto de mi vida.

Pero aunque intentara alargar el momento tanto como pudiera, aquel día debía de terminar y yo tenía que volver a mi casa, junto a mi padre.

— ¡Papá, estoy en casa! —Grité, mas no hubo respuesta.

Dejé mi bolso sobre el sofá y decidida inspeccioné el resto de mi casa. Esperaba encontrarme a mi padre durmiendo, aunque no era muy tarde, él siempre había sido de dormir pronto.

Cuando entré en su habitación, una perturbadora imagen me petrificó por completo; allí no estaba mi padre, mas si estaba su novia, Zayra.

Estaba sentada en el suelo, rodeada por velas y la palabra sangre escrita con lo que parecía serlo. Estaba inmersa en sus pensamientos hasta tal punto que no se percató de mi llegada.

— Protegenos del mal, libranos de aquellos que desean nuestra sangre, establece un escudo. Libra a mi familia de los vampiros. —Recitó.

Retrocedí unos cuantos pasos, incapaz de creer lo que oía, no quería permanecer cerca de esta mujer por más tiempo del necesario.

Huye como siempre has hecho.

Negué con la cabeza, intentando que ese pensamiento desaparezca. No estaba huyendo, solo me iba hasta que encontrara una explicación lógico. Me aferré a la puerta de mí habitación, intentando deshacerme de la imagen de mi madrastra.

No podía concebir la idea de que ella lo supiera, simplemente no. Aquella tranquila mujer no podía querer acabar con los vampiros.

Si por algún momento había pensado en huir, esa idea había desaparecido, debía enfrentar la situación, encontrar a mi padre y que Zayra se explicara.

La sangre y la desaparición tan repentina encajaban perfectamente entre sí, pero me negaba a creerlo, rogaba porque mi padre estuviera en otra habitación, o hubiera salido, solo.

Mi padre no salía solo a la calle.

— Elena.

Su firme y femenina voz interrumpió mis pensamientos. Retrocedí cuanto pude con la intención de alejarme de Zayra, quien no parecía ser ella. Su rostro cubierto por sangre, al igual que sus manos, me hacían cavilar la peor de las opciones.

— Alejate de ese ser maldito. —espetó.

— No sé de que me estás hablando.

— Te estoy avisando, Elena. Aviso una vez, la segunda actúo.

— Agradecería que reservaras tus alucinaciones para el psicólogo, porque yo no estoy dispuesta a torelarlas.

Su rostro enrojeció, pero me mantuve en mi lugar, no pensaba acobardarme. Ella odiaba a los vampiros, y al es Kyle uno de ellos, era un motivo más que suficiente para mí. Pensaba defenderles.

— ¡Consagrada muerte, llevate esta vida, condecele la eternidad a un alma corrupta! —exclamó y segundos después salpicó mi rostro con parte de la sangre que cubría el suyo.

Mi piel comenzó a arder con ferocidad, podía sentir como el tejido de mi tez era herido.

La puerta se abrió de par en par y allí estaba mi padre.

— ¡Papá! —Grité, con las escasas fuerzas que me quedaban. — ¡Vete, papá, te hará daño!

Él se acercó a mí como si de un movimiento programado se tratara; sin ningún tipo de emoción.

— ¿Papá? —Susurré.

— Tranquila, Elena. Alcanzarás la paz eterna.

Extendió sus brazos hacia mi cráneo y presionó estos durante unos minutos.

Después, todo fue oscuridad.

Dulce asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora