Su mano libre se aferró a mis caderas, provocando que un leve gemido se escapara de mis labios, quienes recibían por completo la atención de sus dedos nuevamente.
Cerró los ojos y no fue hasta que sentí sus labios presionarse contra los míos que imité su acción. No se parecía en lo absoluto al beso de tres días atrás, este era lento, dulce. Con mi mano en su nuca le acerqué más a mí, si es que aquello era posible. Su lengua había entrado sin permiso y la mía se encargó de hacerle saber cuanto tiempo había deseado esto. Sus manos recorrían mi cuerpo, descubriéndolo, acariciándolo.
Me aferró más a él y pronto mi espalda colisionó contra lo que supuse que sería uno de los sillones de masajes. Pero no me importaba. Nada me importaba en ese momento.
Invirtiendo gran parte de mi fuerza, me posicioné sobre él, poniendo ambas rodillas a los lados de su cuerpo. Sentí como sus frías manos atravesaban la barrera que nos suponía mi jersey.
Acarició con cuidado cada milímetro de mi abdomen, subiendo con precaución hasta la altura de mis pechos, pero sin tocarlos.
—Elena. —Gimió en mi boca y sentí que había muerto e iba al cielo. Nada sonaba mejor que mi nombre en su boca mientras gemía.
Sus manos se mantuvieron dentro de mi jersey en todo momento, incluso cuando el beso finalizó.
—Ha sido perfecto. —murmuró él, con la voz completamente ronca.
— Yo lo definiría como glorioso.
Una sonrisa se asomó en sus rojos e hinchados labios después de nuestra sesión de besos. Estaba despeinando, y su camiseta se había subido permitiéndome una excelente visión de su abdomen. Marcado, firme, perfecto. Tal y como él.
Apoyé mi cabeza en su hombro, impidiéndome a mi misma el volver a besarle. Tenía que adaptarme por completo a su ritmo y respetarlo en la medida de lo posible.
—¿Qué haces que no me estás besando, Elena?
Eso era una invitación más que directa. Y así fue como comprendí que ni Kyle ni nadie me impediría disfrutar de aquellos labios cuanto deseara.
El olor a lejía inundaba la mansión, era tan fuerte que nos habíamos visto obligados a abrir absolutamente todas las ventanas y eso nos había llevado algún tiempo. Todo ello había sido gracias a la excitación del momento, y a la genial idea de huir de él hacia el baño cuando había comenzado a hacerme cosquillas en mitad de una exquisita sesión de besos.
Al entrar había abierto la puerta con brusquedad, olvidando de que el día anterior yo misma había dejado el bote de lejía tras la puerta. Este reventó y ahora me encontraba a punto de vomitar, bajo la atenta mirada de Kyle.
— Creo que a partir de ahora guardaré la lejía bajo llave, hay gente muy torpe.—Bromeó.
— Pues yo creo que sino te callas te voy a vomitar encima.
— Que miedo, Elena. Eres muy agresiva conmigo.
— Pues no te la juegues.
Pretendía fingir seriedad pero finalmente la risa pudo conmigo y se deslizó por mi garganta.
— ¿Ya estás mejor? —Preguntó y se arrodilló junto a mí. Yo me limité a asentir, el poder hablar con él tan libremente me distraía de cualquier mal. — He pensado que un día de estos podríamos ir a cenar a algún sitio.
— Dirás a que cene yo.
— Bueno, si —admitió— pero no me agrada la idea de que estés encerrada todo el tiempo.
— Prefiero ir a algún sitio donde podamos disfrutar los dos, como al cine.
— Me parece buena idea, así que venga, arreglate.
— ¿Cómo? Habías dicho algún día, no hoy. —protesté.
— Hoy es tan válido como cualquier otro día, de modo que si, hoy.
Rodé los ojos.
— No quiero oírte más —bromee— me voy a duchar.
— Esa es también una actividad que ambos podemos disfrutar juntos.
Sentí como mi sangre se detenía en mis mejillas. Nunca podría acostumbrarme a los comentarios de Kyle.
Me giré y comencé a subir las escaleras cuando un grito providente del salón me hizo girarme.
— ¿Eso es un no?
No pude evitar reír ante su grito. Me hubiera gustado tanto como a él compartir una ducha, o incluso más. Pero no podía darle todo a la primera de cambio.
La ducha fue relajante. Desde que había conocido a Kyle, todas mis duchas eran mi principal momento de reflexión y es que, después de todo, no solamente me había enamorado. Sino que, por primera vez, estaba dispuesta a hundirme con el ancla.
Parecía que mi mente y mi cuerpo no iban en el mismo compás, mientras yo me distraía pensando en Kyle, mi cuerpo se encargaba de prepararme para ir al cine junto a él.
Quería estar guapa. No solo para él, que también, sino para sentirme bien conmigo misma. No estaba de más poderse mirar al espejo y alagar a mis padres por su buen trabajo.
Así que finalmente una camiseta negra cubría mi torso, mientras una chaqueta de cuero lo acompañaba. De pantalones mi elección fue unos jeans ajustados de un azul bastante claro.
Acompañado todo esto de unas zapatillas negras. No pensaba ponerme tacones para ir al cine, me parecía excesivo.Entonces mi mente comenzó a trabajar y a pensar en que, oficialmente, esto era una cita. Una cita con Kyle.
Volví a entrar a mi habitación aún con las ideas claras en mi mente. Nada era excesivo cuando acompañas a un semi Dios al cine. Nada lo es.
Me miré por última vez en el espejo, comprobando que el maquillaje fuera correcto. Al diablo. Ya no sabía distinguir lo malo de lo bueno, lo sencillo de lo excesivo.
— Increíble. —susurró Kyle al verme. Bien, esa era la reacción que quería. Me permití deleitarme con su magnífico cuerpo y me percaté de que ambos habíamos tenido la misma idea. Una chaqueta de cuero cubría una camiseta grisácea.
— Increíble. —Repetí antes de acercarme a él.
A veces la inocencia es la clave para sobrevivir.
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Dulce asesino
VampireSabía que él acabaría con mi vida, mi mera presencia lo ameritaba. Y quizá, después de todo, no mereciera más que eso; había buscado mi propia muerte al conocerle. Todos nos guiamos por nuestros deseos más internos, y sabía que su único deseo era b...