Gay.

4.6K 411 29
                                    

Podía jurar que había oído la ronca risa salir por un instante de la garganta de Kyle, pero cuando le miré, él estaba completamente serio, mirándome

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Podía jurar que había oído la ronca risa salir por un instante de la garganta de Kyle, pero cuando le miré, él estaba completamente serio, mirándome.
—No has respondido a mi pregunta.

— Bueno, he venido a jugar.

—¿A jugar? Es raro, no suele venir gente joven a este local.

Él sonrió. ¿A caso había dicho algo gracioso o simplemente se reía de mí? En definitiva, no me importaba. Dejó sobre la mesa cinco dólares, por lo que le di dos cartones y volví a mi trabajo como azafata, repartiendo los cartones. El bingo estaba algo más lleno que de costumbre, pero aún así, muchos sitios quedaban vacíos. Me acerqué a la chica que cantaba el bingo y dejé junto a ella los cartones sobrantes. Tenía mi edad, de hecho, íbamos al mismo instituto, solo que por más que insistiera no estaba capacitada para rodearme por sus docenas de conocidos.

—¿Qué hace Kyle aquí? —Preguntó mientras susurraba, lo veía venir. Leila era una chica preciosa, que duda cabe, y Kyle... Realmente increíble.
Si él había decidido venir, era por ella.

— No lo sé, tal vez tenga que ver algo contigo. —Respondí y mordí mi labio con fuerza. Si seguía haciéndolo pronto sangraría, así que simplemente paré.

—¿Tú crees? Lo dudo, no deja de mirarte.

Me giré lentamente y si, efectivamente me estaba mirando, quizá analizando el uniforme que llevaba. Un vestido -algo corto, o demasiado- blanco. Vale, si, no era nada del otro mundo, ni siquiera los tacones que llevaba eran lo suficientemente altos como para poder pensar que miraba mis piernas. Pero no; él observaba mi rostro con suma atención.
Volví a mirar a Leila.

—Debo estar horrible —admití— he dormido poco esta noche.

—¿Tu padre empeoró? —Preguntó preocupada y yo rápidamente negué con la cabeza.

—No, al contrario— parece que la nueva medicina está funcionando, puede hablar más seguido sin perder la mayor parte de su oxígeno y oh, está algo curioso.

— Me encantaría conocerle, debe de ser un buen hombre.

—Está bien, cuando tenga un día libre te aviso y vienes a mi casa.

Ella asintió frenéticamente antes de anunciar que comenzaba el bingo y explicar las normas del juego.
Dos horas más tarde, me dirigía a la cafetería, seguía lloviendo y yo como persona poco inteligente que soy, había dejado mi paraguas en el bingo y el abrigo que llevaba no tenía capucha. No podía volver al bingo a por el paraguas, llegaría tarde a la cafetería y no podía permitirme ni un solo retraso.

De pronto, un coche apareció, a gran velocidad y rápidamente me aparté, si me mojaban también el uniforme del bingo y llegaba así a mi otro trabajo, no sabía que sería de mí. El coche se detuvo junto a mí y sentí miedo, mucho miedo. Pero esto se convirtió en una gran tranquilidad cuando la ventanilla bajó y pude ver que el conductor era ni más ni menos que Kyle.
Este chico estaba en todos lados.

Huye.
—Sube, vas a enfermarte.

— Tengo que ir al trabajo,
Kyle. —Respondí y él rodó los ojos. ¿Había dicho algo muy obvio?

—Te llevo.

Algo dubitativa, accedí y subí. La calefacción estaba tan alta que pronto sentí como mis mejillas y nariz volvían a su color habitual.

—Gracias. —Susurré. Vaya, era tan intimidante verle desde mi posición... Estaba nervioso, en realidad, parecía estarlo siempre que estaba cerca de mí.

—Está lloviendo, podrías enfermarte.

—¿Haces esto a menudo? Digo, lo de meter desconocidos en el coche.

— Para mí no eres ningún desconocido.

— Ah, ¿si? ¿Qué tanto sabes de mí, Kyle? —Espeté incrédula. Lo que más odiaba en el mundo es que dieran por hecho que me conocían por compartir conmigo un breve lapso de tiempo.

—Bueno, vives sola con tu padre, trabajas en el bingo y la cafetería, odias estar rodeada de gente, cuando estás nerviosa te muerdes el labio, te gusta analizar a la gente y...

— Eso no es suficiente para conocer una persona—repliqué y él me miró, esperando a que continuara.— Conocer a alguien es predecir cada uno de sus movimientos, saber que le ha ocurrido sin necesidad de preguntarlo, saber como calmar su llanto y convertirlo en risa, conocer hasta el más mínimo detalle de su vida, incluso si tiene un pasado oscuro. ¿Entiendes? Yo sé quien eres, pero no te conozco, porque no sé nada relevante sobre ti.

—Tienes razón, Elena.

Asentí y sonreí victoriosa, a lo que él rió. Si, me gustaba su risa, era algo ronca, como si no se riera a menudo pero en un solo día le había visto y oído reír bastante, aunque intentara disimularlo.
Pocos minutos más de trayecto, completamente en silencio, llegamos a la cafetería.

—Gracias por traerme, Kyle. De verdad. —Se lo agradecí, me puse el abrigo y sin darle tiempo a responder bajé del coche, pero juraría haber escuchado que decía gracias a ti, Elena.

Este chico era todo un misterio.
Entré en la cafetería y lo primero que hice fue cambiarme de uniforme, reuniendome junto a mis compañeros, quienes tenían el mismo turno que yo.

— Buenas noches. —Saludé mientras me acercaba y me sentaba junto a Erick, quien pasó su brazo por mis hombros. Si, me caía bien, pero mi espacio vital era de suma importancia. Pero no me moví, sabía que Erick era un chico especialmente afectuoso, a parte de que conocer su orientación sexual. Si, él era gay y por mí estaba más que bien. De hecho, sino le hubiera visto con su novio hace unos meses, no hubiera podido creer que fuera homosexual. Era un chico del montón, es decir, no era el más guapo, pero tenía algo, y no tenía pluma en lo absoluto. Era como romper un estúpido tópico.
Segundos más tarde, todos nos pusimos manos a la obra. Eran las nueve y media de la noche y no podía faltar el típico grupo de amigos mediocres los cuales solo venían a beber e intentar ligar con alguna que otra camarera. Por esa misma razón, los turnos nocturnos eran los que más camareros tenían y en su mayoría todos los chicos estaban en buen estado físico. Habían sido de gran ayuda a la hora de intimidar a algún cliente que se pasase de la raya, pero yo sabía muy bien que si llegaba el momento de enfrentarse seriamente, las chicas serían quienes diéramos un paso hacia adelante -mientras ellos retrocedían- y tuviéramos el valor de enfrentar la situación.

Dulce asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora