*Capitulo 1* (editado)

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Maldito corsé, maldita criada que cada vez apretaba con más fuerza dejándome sin aire. No soportaba este tipo de vestidos, los detestaba con todo mi ser pero mis padres, los reyes, me obligaban a ponérmelo, ¿y por qué me obligaban? Simple, su querida hija, la futura reina de su gran reino no puede vestir con ropas normales o como ellos lo decían "trapos mugrosos". Me negué muchas veces a llevar estos vestidos tan lujosos, ya que no me gustaban, aunque me vistieran así desde que tengo memoria.
Muchas veces cuando ellos estaban muy ocupados con sus quehaceres, me vestía con ropas que cualquier muchacha de mi reino llevaría, salía del castillo sin que nadie se diera cuenta e iba a ver a los del pueblo, los cuales apesar de la codicia de mis padres, la gente reía y bailaba, disfrutaba de sus sencillas vidas con sus seres queridos y había fiestas por doquier. Lo que más me gusta de mi reino, no es pensar que algún día yo gobernaré sobre estas personas, sino que aquí abundan personas felices, las que no se rinden ante las adversidades y las que siempre te tienden una mano cuando necesitas ayuda.

Por eso seguía en el castillo, tuve millones de ocasiones para huir de allí, olvidarme de todo y todos, de mis responsabilidades, de mis deberes como princesa e incluso de mis padres. Los amaba con todo mi corazón, pero no podía seguir conviviendo con ellos, no con esta forma de vida, me agobiaba el hecho de estar toda la mañana, tarde, noche aprendiendo modales, aprendiendo como ser el tipo de princesa que ellos querían y que yo odiaba.

Para colmo no demostraban ni el mas sentimiento de afecto, eran serios, nunca los vi sonreír, nunca los vi cercanos, ni a mi ni entre ellos, nunca recibí un abrazo de su parte, lo único que recuerdo es recibir ordenes desde muy temprana edad.


-¡Lilianna!- Se quejó Mariam detrás mía. Una mujer de mediana edad, de cabellos rubios y ojos marrones, bajita y lo que se suele decir, rellenita. Mariam es la que me crió, le tenía un gran cariño, incluso más que a mis padres.- ¡Por favor chiquilla estate quieta que no puedo ponerte bien el corsé si estás todo el rato moviéndote!

-¡Maldita sea! ¡Mariam para de apretar tanto! ¡Voy a explotar como sigas así!- Recibí un apretón aún más fuerte haciendo que abriera la boca en busca de un poco de oxígeno.

-¡Esos modales señorita! ¡Me da lo mismo lo que digas, tengo que apretar más el corsé para que quede bien puesto! ¡Así que aguantate!- Gritó enfadada. Yo solté un gruñido.- Lo que me faltaba, ¡no gruñas no eres un animal!

Terminó por apretar con todas sus ganas, y yo con mis intentos de decir que se detuviera aunque solo salía sonidos incomprensibles. Acabado su trabajo me giré para que me viera, no podía moverme con libertad, me sentía como si estuviera atada. Mi cara demostraba incomodidad mientras que ella sonrió satisfecha, puso cada una de sus manos a los lados de su cadera.

-Esta hermosa mi niña.- Dijo con ternura.

Que rápido pasa del enfado a la felicidad.

-Bueno, antes de bajar ¿querrías verte?- Dijo haciendo una ademán hacia el espejo que se encontraba a mi izquierda.

Me encaminé hacia el espejo donde podría ver que clase de vestido me habían puesto esta vez. Cuando llegué pude apreciar que el vestido, era el más pomposo que me había puesto hasta ahora y para empeorar las cosas, de color rosa. Mi cara pereció, cada día los vestidos eran peores. Parecía que tenia dos pelotas de trapos en los hombros, la falda del vestido... parecía que llevaba tres cancanees... y la parte del torso no me disgustaba tanto, a lo mejor me llegaba a gustar si no fuera por el corsé, ya que he de admitir que el escote en forma de corazón siempre me gustó, pero todas las partes del vestido en conjunto... más el color rosa...

¿Y yo tenía que salir a recibir invitados así vestida? Trágame tierra...

Me giré y miré a Mariam. Su sonrisa se hizo más amplia cuando nuestras miradas se encontraron, en cambio yo tenía ganas de llorar. Irme a un rincón de mi enorme habitación, ponerme a pensar qué ganaban mis padres viéndome así vestida... parecía un bufón dios mío...

Nos alarmamos cuando escuchamos unas trompetas sonar. Ya habían llegado.

- Ya llegó la hora- Dijo con un notable tono de emoción en su voz, a lo que yo solo revoleé los ojos.

-Sí sí, que alegría, venga vamos- Se notaba el sarcasmo ¿no?

Mariam negó con la cabeza riéndose. Se acercó a mí y me puso una mano en la mejilla. Me miraba con ternura mientras con el pulgar acariciaba mi mejilla.

-Lilianna, es solo una visita del rey Roger y su hijo, no te va a pasar nada.

-Ya lo sé, pero no quiero pasar toda la tarde con unas personas igual de arrogantes que mis padres.- Me quejé. Ella volvió a reír y quitó su mano de mi cara.

- Lo siento, tendrás que aguantar hoy.- Dijo para después dirigirse hacia la puerta de mi habitación y salir. Yo suspiré.

- Es lo que hago todos los días... todos los días...- Dicho esto hice el mismo camino que Mariam y me dirigí hacia la puerta principal.

Leyendas de la realeza I: El mito del rey  || Editando ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora