En la cena todos estábamos callados, nadie decía palabra alguna. El gran comedor estaba ocupado por mis padres y por mí. Mi padre en un extremo de la mesa mientras que mi madre y yo a cada lado suyo. La mesa alargada de forma rectangular, ocupaba gran parte de la sala. Tapices de tonalidades rojas y detalles dorados adornaban el comedor dándole un toque acogedor, y como no, sirvientes andando de allí para acá terminando con sus quehaceres.
Yo estaba sentada a la derecha de mi padre y enfrente de mi madre, esperaba que ellos dijeran que ya se podía empezar a comer, la tentación de hincarle el diente al entrecot que tenía delante iba creciendo mientras pasaban los minutos, hasta que por fin hablo mi padre.
- Podéis empezar- Dijo con voz profunda y dura.
Yo fui la primera en coger el cuchillo y el tenedor para poder probar aquella delicia que me pedía a gritos que me la comiera. Con ansias corté un trozo del entrecot y me lo metí en la boca. Su sabor se expandió por toda mi boca, llegándome al mismísimo cielo de las degustaciones.
Hoy volvería a felicitar a Gastón por este maravilloso plato.
Gastón, actual cocinero real, era un hombre del reino del oeste traído para cocinar para nosotros. Mis padres mandaron a ir a por él y ofrecerle trabajo aquí, ya que sus comidas tenían mucha fama, y a decir verdad, tanta fama que sus platos y creaciones nuevas se comentaban por los distintos reinos del continente. El hombre apesar de su aspecto de bonachón, tenía un carácter muy fuerte y difícil de manejar, ya entrado en la vejez seguía moviéndose como antaño, desde que entró por las puertas de este castillo nunca lo vi quieto, siempre de un lado a otro con pasitos cortos y rápidos haciendo que su barriga temblara al acelerar el paso. Algunas veces me colaba en la cocina y le observaba cocinar, me sorprendía lo fácil que él lo hacía ver, y me sigue sorprendiendo, ya que en mi tiempo libre, (que tengo mucho) me propuse cocinar y no salió el resultado que esperaba en ninguna de las recetas que intentaba elaborar. A mi duodécimo intento de llevar a cabo una receta, ya harto y resignado, Gastón intentó ayudarme y me explicó como hacer crema de chocolate. Me salió medianamente bien, aunque su cara de disgusto, asco y de posiblemente querer echar todo lo que se acababa de comer, no me convenció mucho.
En menos de 10 minutos mi plato ya estaba vacío, mientras que mis padres apenas habían empezado a comer. Me giré para mirar atrás para poder avisar a Óscar de que ya había terminado con mi plato.
Óscar era un joven sirviente de cabellos rubios, ojos marrones y he de decir, muy apuesto. Era tres años mayor que yo y la verdad nos llevábamos muy bien. Cuando mis padres no estaban en el castillo, él y yo pasábamos mucho rato juntos. A los pocos días de conocernos ya teníamos mucha confianza el uno con el otro. Un día que mis padres se fueron a hacer una visita a un reino vecino, le pedí que me enseñara el pueblo, él en un principio dudó mucho, temiendo de lo que podría pasar si nos pillaban, sin embargo al final aceptó. Me dio ropas que cualquier aldeana llevaría y salimos del castillo a hurtadillas, me llevó y me enseñó la plaza, los talleres de los artesanos, las fuentes, los establos, campos de cultivos, posadas y hasta conocí a su familia, que me hicieron el favor de no contar a nadie que había estado rondando por ahí. Fue todo como un dulce e increíble sueño, del que deseaba que no se hubiera acabado nunca. Al anochecer volvimos al castillo y nadie se dio cuenta absolutamente de nada. Fue un día que nunca olvidaré y que le agradeceré por el resto de mi vida.
Óscar se percató de mi mirada y sonrió acercándose a mi, yo le sonreí de vuelta cuando lo tuve al lado mio cogiendo mi plato.
- Óscar, dile a Gastón que hoy se ha superado, estaba riquísimo.- Dije con una sonrisa de oreja a oreja. Él rió un poco por mi expresión.
- Como usted diga, alteza- Se mantuvo a mi lado, me miró a los ojos y sonrió con dulzura, yo le devolví el gesto. Se dio la vuelta y salió de la sala.
Volví a mi postura inicial y noté miradas sobre mí. Miré hacía de donde provenía aquellas miradas. Mis padres. Sus caras expresaban desaprobación y eso me dio a entender que me regañarían a continuación.
- Lilianna, no puedes tener relaciones de ninguna clase con los sirvientes, lo sabes, ¿no?- Dijo mi madre. Sus cabellos casi platinos estaban perfectamente recogidos en un moño que dejaba ver su piel blanca y sus labios rosados, su nariz minúscula y sus ojos marrones buscando una respuesta a su pregunta.
- Claro que sí, madre.
- Bien, porque no quiero que vuelvas a hablar con ese muchacho a menos que sea para que acate ordenes.- Dijo mi padre, mirándome con el ceño fruncido mientras que sus labios hacían una fina línea recta.
- Eso es lo que hice, padre- Me miró mientras que masticaba y después desvio su mirada a su plato.
- No quiero que les muestres ese tipo de expresiones. Sé más cortantes con ellos, deben saber cual es su lugar.- Fruncí el ceño sin entender pero aún asi asentí para no discutir.
- Entendido, padre. -Mi mirada se dirigió hacia mis manos entrelazadas entre sí, que estaban situadas encima de mis piernas.
- Bien, más te vale de que no me entere de nada, porque sino él sufrirá las consecuencias.- Un escalofrío recorrió toda mi espalda y mis ojos se abrieron a más no poder. ¿Consecuencias? ¿Qué consecuencias? Miré hacía mi padre y sus ojos no mostraban vacilo alguno.- Y no solo va por ese muchacho.
- ¿Cuáles serían las consecuencias?- Pregunté nerviosa.
- ¿Qué te parece el calabozo, querido?- Dijo mi madre. Yo volví fruncir el ceño. No serían capaces de hacer algo así, eran estrictos pero no creo que hasta tal punto o más bien quiero creer que no.
- Guillotina.- Afirmó. Un escalofrio recorrió mi espalda, como siempre, me equivoqué con ellos.- ¿Lo has entendido?- Dijo mirándome. Yo simplemente asentí.
- Sí.- Dije rápidamente. Mis manos empezaron a sudar frío y mis piernas empezaron a temblar.
- Bien, dejando este tema ya zanjado,- Dijo mi madre- te informamos de que partirémos a las islas de norte a visitar al rey Roger, tenemos asuntos pendientes que discutir.
- Claro. ¿Cuándo marcharéis?
- ¿Dentro de dos días, querido?- Miró a mi padre quien miraba su plato, como si fuera la gran cosa, después miró a mi madre.
- Cuanto antes mejor, Marí. Mañana mismo estará todo preparado para partir.
- Entendido.
Me dirigieron su mirada y yo asentí haciendoles entender que me enteré de todo.
- ¿Y cuánto tiempo tardaréis en vuestro viaje?- Pregunté curiosa.
- Una semana.- Respondió mi padre. Yo solo volví a asentir.
Óscar apareció en la sala con un plato que supongo que era mi postre. En pocos pasos llegó a mi lado e hizo chocar nuestras miradas, él todavía tenía esa cálida sonrisa que no se le despegaba de la cara.
- Aquí tiene, alte...- le interrumpí bruscamente
- Ya no quiero comer más, lárgate.- Dije seria. Dirigí mi mirada hacía el frente para no tener que mirarlo a la cara, porque sabía que si lo hacía no me hubiera salido esa voz aspera y cortante.
Su cara se endureció y sin decir palabra alguna se fue por donde había venido. Yo me levanté de mi asiento y me dirigí a mis padres.
- Si me lo permitís, desearía poder ir a mi alcoba, por favor.- Dije seria, no me gustaba como acababa de hablarle a Óscar, yo sabía que explicándole la situación él lo entendería, o eso esperaba porque en ocasiones era muy terco.
- Adelante, puedes marcharte de todas formas tu padre y yo tenemos que hablar de asuntos importantes, molestarías si te quedarás aquí.- Dijo mi madre.
- Entendido, disfrutad de la cena. Buenas noches.- Hice una reverencia y salí de la sala sin recibir respuesta.
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Leyendas de la realeza I: El mito del rey || Editando ||
FantasíaCuando el rey decide comprometerla por conveniencia, huye para poder vivir lejos de aquel extraño sitio al que una vez llamó hogar. Sin propósito ni meta más que no ser descubierta, emprende una búsqueda para encontrar aquella criatura que recurre...