Empezamos a andar hasta llegar a una fuente situada al otro lado del jardín. Allí nos sentamos y comenzamos a hablar sobre cualquier cosa que se nos viniera a la cabeza, aunque principalmente nos reíamos de nuestras anécdotas sobre la vida en el castillo.
William era muy amable y simpático, era agradable hablar con él.- Bueno, y supongo que estarás ansiosa de que llegue tu coronación- Le miré extrañada cuando mencionó aquel tema. Él sin embargo miraba hacía el cielo, su cara no reflejaba una expresión concreta.
- Sinceramente, no me hace mucha ilusión gobernar sobre la gente. ¿Por qué preguntas?- Dejó de mirar al cielo para después clavar sus ojos azules en los míos.
- Por nada, solo era curiosidad.- Levanté una ceja esperando darle a entender que no me lo creía. Él rió.- Es verdad, es sólo mi pura e inocente curiosidad.- Rió otra vez haciendo que me le uniera.
- Me da a mí que eres tú el que está ansioso por ser rey.- Dije entre risas. Él paro de reír, solo me dedicó una sonrisa tímida. Hizo una pausa antes de pronunciar alguna palabra.
- ...Sí, la verdad es que sí.
- ¿Y qué quieres hacer cuándo seas rey?
- Me da un poco de verguenza decirlo.
- Adelante, no pasa nada.- Dije animandolo.
- Bueno, pues la verdad es que quiero ser el mejor rey que haya conocido este mundo. Descubrir y conquistar tierras. Tener miles de personas a mi servicio, que esos patanes estén ahí para su rey cómo y cuándo yo les ordene. Tener un ejercito de más de un millón de hombres y todas las mujeres del reino a mi disposición. Y después de todo eso, después de todas mis metas cumplidas, enamorarme y sentar la cabeza. - Y terminó con una sonrisa de satisfacción. Mi cara se descompuso ante aquel discurso que me había proporcionado.- Solo de imaginármelo me entra una alegría inmensa. Saber que algún día podré hacer lo que desee cuando a mi me plazca.
Sus palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez. Lo conocía de hace unas horas, pero no me imaginaría que un chico como William anhelara tanto poder.
- ¿Estás bien, Lilianna?- Preguntó con cara de preocupación, sacándome de mi horrible trance.
Mi cara seguramente reflejaba terror y normal ante tal cosa que dijo. Fruncí el ceño, lo miré con odio, con asco. ¿¡Cómo podía decir tal cosa y quedarse tan bien!?
- ¿Qué si estoy bien? ¿¡William tú te has oído!? ¿¡Has oído la GRAN ESTUPIDEZ que dijiste!? ¿Miles de personas, o como tú dices, patanes a tu servicio? ¿¡Ejércitos de más de un millón de hombres!?- Me levanté y lo apunté con el dedo índice. Me miraba sorprendido, como si estuviera loca.- ¿¡Acaso conoces a esas personas a las que tú llamas patanes!? ¡Esas personas trabajan duro para conseguir un trozo de pan para una familia de cinco, esas personas que aunque su vida sea una miseria festejan y ayudan a los demás, porque son honrados, amables y solidarios! ¡¡ME DA A MÍ QUE EL PATÁN ERES TÚ!! ¡Si nunca los conociste, o si nunca quisiste conocerlos, no hables de ellos como si fueran inferiores! ¿¡Y por qué tantas guerras!? ¿¡Por qué sacrificar hombres con esposas e hijos en una estupida guerra por conquistar tierras!? ¡Eso es matar gente por unas cuantas hectáreas más! ¿¡Y tú te llamas hombre a ti mismo!?- Dicho esto me di la vuelta y caminé rápido aunque torpemente hacia el interior del castillo.
Llegué a la sala donde antes había recibido a mi molesta visita y subí las escaleras. Refunfuñando iba hasta que pisé mal y caí hacia las duras escaleras. Maldije por lo bajo. Toda la maldita culpa de los tacones. Me senté en los escalones y bruscamente me los quité. Los sostuve en la mano, me levanté y seguí subiendo los escalones. Llegado ya a la parte de arriba giré a mi izquierda dispuesta a irme a mi habitación.
- ¡Lilianna!- Alguien me llamaba, me giré, provenía de abajo. Bajé la mirada y allí estaba él. Repiraba agitado y sus pelos rubios despeinados volvían a caer sobre su frente. Su mirada de preocupación me observaba como si quisiera llorar.- ¡Perdóname si dije algo que no te gustase! ¡No era mi intención!- Puse cara de indiferente y seguí mi camino. Siguió gritando mi nombre pero no me giré y él no me siguió.
No merecía que le dirigiera la palabra después de lo que dijo, ni yo ni nadie más. No merecía tener una vida tan buena, tan llena de lujos como él tenía. Personas de mi reino matarían por poder pasar un día viviendo en el castillo, viviendo nuestra vida, poder comer bien, poder tener un sitio decente para dormir, poder tener una educación, poder tener toda clase de medicinas para ellos y sus hijos... y sólo porque él, y muchos reyes, reinas, príncipes y princesas tienen lo que ellos no, no significa que ellos sean menos. Ese sentimiento de superioridad lo odiaba, me repugnaba, no hay cosa más asquerosa que eso. Prepotencia, egoísmo, hipocresía, codicia... es lo único que se encuentra en una persona que tiene el poder. El poder te corrompe, te transforma, cambia tu forma de ser, tus acciones incluso tus principios. Odio tanto ser una princesa, odio tanto ser de la nobleza...
Sin darme cuenta llegué a mi cuarto. Cerré la puerta detrás de mi y me dirigí a mi cama. Por el camino iba quitándome ese maldito vestido. Tiré los tacones a mi izquierda, dirigí mis manos hacía mi espalda buscando el nudo del corsé que me había hecho Mariam horas atrás, me costó trabajo pero conseguí desatar el nudo, empecé a aflojar las cuerdas y me lo quité, por fin podía respirar con normalidad, el vestido no me lo podía quitar yo sola, así que me lo deje puesto. Llegué a mi querida cama y me desplomé en ella. Pronto toda mi visión se volvió oscura. Me había quedado dormida.
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Leyendas de la realeza I: El mito del rey || Editando ||
FantasiCuando el rey decide comprometerla por conveniencia, huye para poder vivir lejos de aquel extraño sitio al que una vez llamó hogar. Sin propósito ni meta más que no ser descubierta, emprende una búsqueda para encontrar aquella criatura que recurre...