Capitulo 45

967 92 3
                                    

Tras horas y horas vagando entre las enormes montañas de arena, soportando el sol quemando nuestras cabezas e intentando que no nos diera una insolación.

- Óscar.

- ¿Qué pasa?

- Tengo sed.

- Lo sé.

- ¿Nos queda agua?

- No queda nada, te la bebiste toda.

- ¿Ni una gotita?

- Lilianna, me has preguntado esto más de cinco veces en menos de diez minutos y la respuesta siempre será la misma. No. Hay. Agua. No es culpa mia de que necesites más agua que un pez para repirar solo porque no soportas un poco de calor.- Se quejó. Fruncí el ceño e insconcientemente.

- No sé si te diste cuenta pero estamos en medio de un desierto, así que veo muy normal que tenga sed y quiera beber. Además tampoco es culpa mia que tú, a comparación de mi, puedas soportar o sobrellevar mejor estos climas extremos. En todo el viaje no te he visto sudar todavía, sin embargo yo tengo cataratas saliendo de todas las partes de mi cuerpo.

- Que asco...

- ¡Cállate!- Grité enfadada. Él iba delante de mi por lo que no podía verle la cara, pero juraría que, o se estaba divirtiendo con el tema o en realidad estaba en su mundo pensando en sus cosas.- ¿Vamos por el camino correcto?

- No hay camino.

- Entonces, ¿vamos en la dirección correcta?

- Sí.

- ¿Seguro?

- Que sí. Si sigues hablando te cansarás más, así que cierra la boca y no gastes saliva.- Suspiré fastidiada. Sin previo aviso me choqué con su espalda, se había parado de repente.

- ¿Qué pasa?- Pregunté curiosa.

- Agáchate.- Con una mano me cogió de la cabeza y empujó para abajo haciendo que cayese y me estampase contra el suelo tragándome un poco de arena, él estaba tumbado boca abajo mirando atentamente a no sé dónde.

- ¿Qué demonios te pasa?- Puso su mano en mi boca callandome. Empecé a intentar apartarla, porque aparte de conseguir que me callase, me impedía respirar.

No podía, con cada intento lo único que hacía es que su agarre fuera más fuerte. Le dí varios golpes a su mano freneticamente, me miró y quitó su mano. Tosí un poco y le miré más enfadada todavía, pero antes de poder contestar me mando a callar (otra vez). Revoleé los ojos y miré en la misma dirección que Óscar. Miles de soldados cabalgaban enfrente de nosotros, todos armados. Mi cuerpo se paralizó. Se oían algunos de sus gritos y risas mientras cabalgaban.

- Lilianna, tranquilizate.- Asentí. No me di cuenta que todo mi cuerpo empezo a temblar. No podía evitar esa horrible sensación. Sentir que cada vez que los despistamos o saliamos aireados era como escapar de las mismas garras de la muerte. Pensaba que me había hecho a la idea antes de salir de castillo que las cosas serían así, pero al parecer no.

Noté como tocaron mi hombro. Miré hacía Óscar suponiendo que era él quien tocaba mi hombro, pero no veía su brazo extendido. Con brusquedad me dieron la vuelta, quedé mirándo hacía arriba encontrándome con un guardia. Iba a gritar pero el soldado me calló tapandome la boca. Puso su dedo índice a la altura de sus labios. Óscar contemplaba la escena al lado mia mientras que su mano se dirigía discretamente hacía la empuñadura de su espada.

- No creo que quieras hacer eso Óscar.- Fruncí el ceño

- ¿Qué mierda quieres?- Preguntó Óscar con desprecio. El hombre rió amargamente y negó con la cabeza.

- Lleváis semanas desaparecidos, todo el mundo os busca, y con lo que corre la voz hasta los asesinos más buscados del reino se habrán enterado.

- ¿Y qué pasa con eso?- Masculló el rubio.

- ¿No está claro? No estáis a salvo, os buscan y no aclararon si deberíais estar vivos o muertos.

- No tenemos intención alguna de volver.- El soldado volvió a reír, quitó su mano de mi boca para bajarla hacía mi cuello y empezar a apretar.

- Tras vuestra desaparición los reyes anunciaron dar una recompensa por llevaros de vuelta, y he decir que no es poca cosa lo que ofrecen.

- Vaya, parece que los reyes no son los únicos ambiciosos del reino.- Rió Óscar. Su agarre cada vez se hacía más fuerte, cada vez entraba menos aire en mis pulmones y ni con tantos intentos lograba ejecutar mi necesidad.- Sueltala.

- Que te crees que lo haré.- Óscar dirigió su mano a la empuñadura de su espada y cuando la iba a sacar se detuvo.- Eh, eh, muchacho tranquilo, no manches tu espada sin motivo alguno, a menos que quieras que ella no viva para contarlo.- Mis manos se dirigieron a su brazo donde empecé a dar golpes freneticamente para que me soltara, sin embargo lo que provocó es que forzara su agarre. Le miraba con terror, me estaba quedando sin aire y mi visión se volvía borrosa.

- ¡Suéltala! ¡Haré todo lo que me pidas pero suéltala!- Gritó desesperado Óscar. El hombre rió y aflojó su agarre, dejándome respirar pero no desprendió su mano de mi cuello. Miraba hacía Óscar todo el rato estando a alerta por si se le ocurría empuñar su espada. Vi un pequeño espacio entre el yelmo y la armadura de su torso, que dejaba ver su cuello. Dejé caer mi mano y la dirigí a mi cintura. Abrí la navaja y se la clave en aquella pequeña abertura, en ese mismo instante hilos de sangre empezó a recorrer la armadura, su brazo cayó en su costado, dejándome por fin respirar libremente. Su cuerpo cayó en la arena mientras que yo tosia en busca de aire.

¿Os esperabais este final?
Espero que os haya gustado. - Anastasia.

Leyendas de la realeza I: El mito del rey  || Editando ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora