Capitulo 23

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Espera, demos unos pasitos atrás, vamos a analizar la situación y la gran locura que acaba de decir mi padre. Seguramente escuché mal. ¿Yo? ¿casarme? Me niego a casarme tan joven ¿Y con William? Prefiero casarme con mi caballo me hará mejor compañía, pero como he dicho, escuché mal, lo sé y estoy segura. Esta situación era tan ilógica y tan subrreal. La verdad no tanto como mi sueño que se reproducía una y otra vez en mi cabeza sin necesidad de estar dormida, pero, vamos, eso fue un sueño dónde un medio demonio me pidió que lo buscara y la verdad la curiosidad me mataba, pero seguía siendo un sueño y puedo asegurar que ahora mismo estoy muy despierta... ¿o puede que no? ¿A lo mejor estoy dormida?... No seguramente no estoy dormida, me acuerdo de aquel magnífico desayuno y de eso si que estoy segura que era real.

Me reí ante aquella gran estupidez que dijo mi padre haciendo que los dos fruncieran el ceño mientras me miraban. Les observé y lentamente mi sonrisa fue desapareciendo.

- ¿No es una broma?- Pregunté aun sabiendo que mis padres no eran de hacer bromas, pero a lo mejor hoy les dio por hacerme una, siempre hay una primera vez.

Mi madre negó con la cabeza y la expresión de mi padre se endureció.

- ¿Nosotros hacemos bromas estúpida?- Dijo mi madre. Negué con la cabeza.- Pues usa esa nuez que tienes por cerebro.

- Pero... yo no me quiero casar.- Dije tranquilamente. Ellos abrieron sus ojos de la sorpresa a que por segunda vez su hija se le "revelara".

- Te casarás. No hay nada que discutir.- Dijo mi padre. Su voz resonó por toda la sala. Yo me estaba pensando si contestarle o no. No quería, no me podían obligar.

- No quiero- Dije firmemente.

- Sí quieres- Dijo mi padre.

- No. Quiero.- Dije despacito para que se enterase.

- No le vuelvas a contestar a tu padre así, desagradecida.

- No me podéis obligar a casarme con William, no le quiero y nunca lo querré. Si me hacéis esto seria arruinarme la poca buena vida que tengo.

- ¿Crees a nosotros nos importa tu opinión?- Dijo mi padre.- Te casarás, quieras o no. Así el reino prosperará.

- Lo único que conseguiréis es más pobreza. El reino del Rey Roger es diez veces más grande que el nuestro, nosotros proveemos materias primas, cosa que a ellos les falta en este momento, si forjados una alianza de esta manera, justo en este momento, lo único que pasará es que nuestro reino perecerá y lo más probable es que al poco tiempo desaparezca. Lo único que quiere el Rey Roger son nuestras tierras y nuestra gente para esclavizarlos y hacerlos trabajar más de lo que lo hacen ahora. No me puedo creer que no os hayáis podido dar cuenta de una cosa tan sencilla.

- Sí entramos en guerra entonces si que desapareceremos.- Dijo mi madre

- Se puede llegar a otro tipos de acuerdos, no hace falta levantar la espada antes de saber las opciones y poder discutirlas entre los interesados. Los reinos siempre pueden beneficiarse los unos de los otros sin necesidad de violencia, él quiere aumentar su imperio, eso es todo.

- Él solo nos dio esas dos opciones.- Dijo mi padre más serio de lo normal.- O nos rendimos antes de tiempo o nuestro pequeño reino arderá. Eso es lo que dijo y prefiero rendirme a ver mi castillo y mis tierras en llamas.

- Entonces te da igual que tu gente sean explotados por un rey igual de egoísta y codicioso que tú. Te pensaba más egoísta papá.- Se levantó de su asiento golpeando con su puño en la mesa.

-¡Cállate mocosa! ¡Te casarás con el príncipe y se acabó!

Le observé y observé a mi madre. Desesperados por no entrar en una guerra cuando tenían miles de guerras interiores. Me levanté lentamente, mire a mi padre quien respiraba agitadamente y me miraba con odio. Esta vez no gritaría, me contendría.

- Padre, lamento decirte que no puedo casarme con el principe William. No lo amo, así que no me casaré. Mis ideales en un matrimonio son la confianza, la lealtad y sobretodo el amor, si no obtengo de la persona que me interesa una de esas condicones me rehuso a casarme con él.- Me encaminé hacía la puerta.- Ahora con su permiso me iré a mi cuarto a descansar.

Fui andando lentamente hacía la puerta, tenía los dedos de mis manos entrelazadas e iba erguida cómo si se tratase de un tablón de madera. Escuche cómo mi padre maldecia una y otra vez mi nombre. Al salir cerré la puerta detrás mia y ahí fue cuando desató su ira. Gritaba una y otra vez mi nombre, maldiciendolo, maldiciendo mi forma de ser y mis ocurrencias pacifistas.

Salí de allí como alma que lleva el diablo, me dirigí hacía la biblioteca a recoger el libro que hace unos momentos estaba leyendo.

Dentro de unos días abandonaría el castillo.

Leyendas de la realeza I: El mito del rey  || Editando ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora