*Capitulo 5* (editado)

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Empecé a abrir los ojos para ver dónde estaba. Estaba en mi cuarto. Miré hacia mi gran ventanal, la luna se hizo presente en lo alto del cielo oscuro acompañado de pequeñas estrellas esparcidas por toda esta, era de noche. Como de costumbre en esta clase de ocasiones nadie me había despertado para saber qué me había pasado o por qué no había hecho acto de mi presencia en el resto de la tarde.  Me dirigí hacia el ventanal. La luz de la luna iluminaba toda mi habitación por lo que facilitaba mi visión. Cuando llegué a mi destino apoyé mis manos en el frío y transparente vidrio. Desde mi habitación se podía ver una parte de las casitas de los campesinos, vi como unos cuantos farolillos iluminaban la calle y en ella se podía ver personas caminando, saludándose los unos a los otros y despidiéndose para poder descansar de un largo día de trabajo.  Suspiré frustrada. ¿Por qué no podía ser como ellos? ¿Por qué no podía ser libre? Siempre me hacía la misma pregunta y nunca encontraba una respuesta.
Pasé un rato mirando a aquellas personas, pensando en como sería mi vida si viviera como ellos, hasta que ya no vi más movimiento. Fue entonces cuando desperté de mi trance, quité mis manos del ventanal y me alejé. Me dirigí a mi cama y me senté. Estiré mi brazo para poder coger una cuerda que se encontraba al lado de mi cómoda y tiré de ella varias veces. La solté y esperé. A los pocos minutos Mariam apareció por la puerta. Su camisón blanco relucía por el brillo del candelabro que llevaba y su pelo ahora semi recogido caía sobre su cara con expresión de preocupación, yo intenté sonreír forzudamente para poder tranquilizarla pero no fue así.

- ¿Estás bien, querida?- Dijo desde la puerta.

En ese preciso momento mi labio inferior tembló, supe que tarde o temprano lloraría y así fue. Mi sonrisa desapareció para después dejar paso a las lágrimas. Mariam vino prácticamente corriendo a mi lado y cuando llegó, dejó el candelabro a un lado, se sentó en la cama y me estrechó entre sus brazos. Yo solo apoyé mi cabeza en su hombro empezando a empaparlo con mis lágrimas. Me acariciaba la cabeza suavemente, como una madre le haría a su hijo después de que este se hubiese caído y rasguñado la rodilla.

Cuando por fin me tranquilicé y mis lágrimas dejaron de brotar, nos separamos. Ella acariciaba mi mejilla suavemente y sonreía mientras que su otra mano estaba apoyada en mi hombro. Me miraba atenta esperando a que hablase, aunque ella sabía que no diría nada. Su mirada transmitía ternura y eso le tranquilizaba más. Pronto mi respiración todavía un poco acelerada fue disminuyendo hasta desaparecer.

-¿Qué pasó esta vez?

- Acumulo de cosas... lo siento.- La voz me temblaba, sentía que pronto se me quebraría del todo.

Me volvió a abrazar. Mariam fue la que me crió y sabía que para lo que fuera la tendría ahí, siempre me ayudaba y me consolaba cuando lloraba por las noches. Mariam era la madre que nunca tuve.

- No te disculpes, amor... nada de lo que te pasa es culpa tuya.- Dijo con un tono de voz suave, casi aterciopelada.

Las lágrimas volvieron a salir. No entendía por qué me sentía culpable de todo, no entendía por qué envidiaba a los demás, no entendía mi comportamiento, no entendía qué me pasaba.

¿A lo mejor la monotonía se había apoderado de mí? ¿A lo mejor sin darme cuenta me había hundido en una depresión?

Después de haberle dado tantas vueltas, sin darme cuenta me volví a quedar dormida entre los brazos de Mariam.

•••

Los rayos de sol chocaban contra mi rostro, haciendo que abriera los ojos. Me senté en mi cama y miré alrededor. Mariam se había ido, seguramente tendría cosas que hacer. Miré hacía el ventanal y observé el sol, estaba bastante alto. Me desperté tarde. Estiré todo mi cuerpo haciendo crujir algunas partes de él y me levanté de la cama. Me dirigí hacía el gran espejo que tenía a mi derecha nada más entrar al cuarto. Me sorprendí al no verme con aquel espantoso vestido sino con mi pijama de color azul cielo puesto.

Seguramente fue Mariam.

Me acerqué al espejo para ver bien mi desastrosa cara de hoy. Mi piel blanca estaba más pálida de lo normal, mis cabellos negros ondulados alborotados y mis ojos verdes, hinchados. Me veía horrible, ni un buen baño arreglaba esto. Suspiré. Hoy tocaba no salir de la habitación, porque, aunque no conociera a nadie y los únicos que me veían eran los sirvientes y mis padres, me negaba rotundamente a que alguien me viera así.  Entonces se me ocurrió algo magnífico, la mejor idea que tuve nunca. Me encaminé hacía el ventanal, cogí las cortinas y las corrí, bloqueando los rayos de sol que me despertaron anteriormente, me dirigí a mi cama y allí me desplomé.

Un gran plan para aprovechar un día de sol.

Leyendas de la realeza I: El mito del rey  || Editando ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora