Salí de mi habitación y recorrí pasillos extremadamente adornados con tapices y cuadros que ya no me parecían tan hermosos como hace unos años atrás, ya que todos ellos se me hacían muy repetitivos. Observar esos pequeños detalles de los tapices y esas delicadas pinceladas de los cuadros era mi pasatiempo de niña, pues no había nada mejor que hacer ¿qué iba a hacer una niña sin amigos en un palacio donde absolutamente nadie, le hacía caso? Era obvio que nada, absolutamente nada.
Sin darme cuenta ya estaba en la gran entrada, en la parte de arriba que era donde estaban las habitaciones. Paré de caminar, quedando en medio del pasillo en frente de las espaciosas escaleras que conectaban la primera planta con la baja y observé la entrada. Estaban mis padres y dos hombres más que no conocía. Guardé silencio y observé a esos extraños hombres. Primero me fijé en el hombre que hablaba alegremente con mi padre; un hombre con ropas de terciopelo, botas marrones de cuero que le llegaban por los tobillos, tenía una gran barba castaña y un cuerpo voluminoso. Por lo visto mi padre y él se llevaban muy bien, pues no paraban de reír. Fruncí un poco el ceño. Desvíe mi mirada para poder observar a mi madre, ella también se estaba riendo mientras hablaba con el otro hombre, que ahora que me fijo, no era nada más que un muchacho, posiblemente de mi edad o un poco mayor que yo, no más.
Lilianna, estas soñando, despierta de una vez.
Me di un pellizco en el brazo izquierdo para comprobar si esto era un sueño, pero no funcionó... y me pasé pechizcandome el brazo, dolió mucho.
No es un sueño.
¿Será el fin del mundo?
Me maldije a mi misma por tener ese estúpido pensamiento... pero es verdad que era una de las pocas veces que los veía sonreír, no estaba acostumbrada. Un dolor punzante se instaló en mi pecho solo al pensar que esas sonrisas no eran para mí y que mucho menos las había provocado yo, por un momento me sentí despreciada, miles de intentos que había planeado para que mis padres se sintieran orgullosos de mí y me dedicaran aunque fuera una simple sonrisa o algún acto de afecto, se fueron a la basura al ver que unos desconocidos los habían hecho reír en menos de cinco minutos.
-¡Lilianna!- La fría y dura voz de mi padre me llamaba e hizo que saliera de mi trance.- Baja aquí- Dijo lo bastante alto para que yo pudiera oírlo. Su expresión volvió a ser la misma de siempre, indiferente.
Empecé a bajar las escaleras. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis escalones, me estaba empezando a sentir incomoda. Todos estaban callados, observándome, seguramente preguntándose que rayos hacia con este vestido, además, el vestido tenía una falda muy larga y sentía que me caería en cualquier momento.
Maldito vestido, malditas miradas que me ponen nerviosa.
Ya a dos escalones de mi destino, me pisé la falda pero antes de que mi cuerpo se estrellara contra el frío suelo, unos brazos fuertes me rodearon evitando tal hecho que por un momento parecía inevitable. Miré hacía la persona que me sujetaba. Sus ojos azules me miran fijamente, algunos mechones rubios caían sobre su frente, su nariz se arrugaba ya que había sonreído dejando ver sus casi deslumbrantes y alineados dientes.
-¿Está bien, alteza?- Su voz inundó toda la sala o mejor dicho toda mi cabeza. Parpadeé varias veces.
Me quedé en blanco, ¿qué digo?
¡Di GRACIAS, di que es HERMOSO!
- Lilianna, ¿no sabes hacer otra cosa más que dejarnos en ridículo?- Dijo mi padre posicionándose a mi derecha seguido del hombre barbudo con el que antes reía.
- Deberías darle las gracias al príncipe William, te salvó de caer desplomada al suelo.- Dijo mi madre en tono neutro situándose a la izquierda de la situación. El tal príncipe me ayudó a incorporarme y él hizo lo mismo.
- Majestades, no seáis tan duros con vuestra hija. Fue un accidente, los accidentes pasan todos los días.- Hizo una pausa y amplió más su sonrisa. Seguía mirándome, no apartaba su mirada ni un milímetro de mis ojos- Además he de admitir que hizo su entrada muy original.
Mi cara ardía, seguro que estaba roja. No tenía suficiente con este vestido pomposo rosa, tenía que añadirle un color rojo, ¿y qué mejor que mi cara? El príncipe rió por lo que yo me sonrojé aún más. Ahora mismo mi cara podría sustituir una fogata. ¿Por qué me pasaba esto? Y lo peor... ¿por qué no emitía ni una sola palabra? Sin previo aviso me cogió la mano derecha y se inclinó para besarla. La sostenía como si fuera de cristal y lo besó como si se fuera a romper. Todavía estando sus labios presionados contra mi mano, me dedicó otra mirada. Se separó volviendo a su posición anterior sin dejar libre mi mano.
- William III de las islas del norte. Es un enorme honor poder estar con usted princesa, tenía unas tremendas ganas de conocerla.
- Ehh... Lilianna I de las islas del sur. El placer es todo mio... muchas gracias por lo sucedido anteriormente.- Tartamudeé un poco estaba nerviosa, pero por fin consigo decir algo.
-No hace falta que me de las gracias, princesa.- Y volvió a sonreír. Yo le devolví el gesto y fue cuando el hombre barbudo carraspeo llamando la atención de todos.
- ¡Oh! Alteza os presento a mi padre Roger Vl, el rey de toda la parte norte de este continente.- Dijo William haciendo un ademán para que dirigiera mi mirada hacia allí y eso hice.
- Es todo un honor para mi conocerle majestad.- Dije haciéndole una reverencia.
- Lo mismo digo joven princesa.- Hizo una reverencia.
Ahora que me fijo bien, es un hombre entrado en años ya que su piel era cortada por arrugas, no muy notorias, pero perceptibles, y en sus manos ya se dejaban ver manchas.
- Bueno Federico, ¿empezamos ya con la merienda?- Dijo alegre. Golpeó la espalda de mi padre amistosamente, supongo que para llamar su atención.
- Claro Roger, por favor siganme- Dijo sonriendo.
Dió una vuelta sobre si mismo y caminó recto hacia una gran puerta situada al lado de la entrada principal. Detrás de ella estaba el jardín. Todos seguimos a mi padre.
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Leyendas de la realeza I: El mito del rey || Editando ||
FantasiCuando el rey decide comprometerla por conveniencia, huye para poder vivir lejos de aquel extraño sitio al que una vez llamó hogar. Sin propósito ni meta más que no ser descubierta, emprende una búsqueda para encontrar aquella criatura que recurre...