Todo lo que sé es que desde que era pequeño las personas me decían que me veía tierno, lo que siempre pensé que se debía a que era un niño discapacitado. Naturalmente las personas te juzgan de débil y lindo, cosa que adjudico a una horrible programación de una aún más terrible televisora que hace que en los primeros días de Diciembre se transmitan historias desgarradoras para que la ilusa gente les done dinero. Odiaba en serio ese programa. Por que lo que las personas discapacitadas necesitan no es dinero ni costosas rehabilitaciones. Sólo alguien que entienda que son como ellos, no personas diferentes. Alguien que no aplauda el hecho de que podemos nadar, pintar, jugar basquetbol o algo parecido. A las personas normales no les festejan por eso. ¿Qué le hace pensar a las personas que nosotros queremos que nos traten como retrasados mentales?
Regresando a lo que contaba, ahí estaba yo, mirando a Connor porque al parecer, le gustaba mi cara.
— Por favor— me dijo, hasta cierto punto afligido—, olvida que dije eso.
— ¿Como quieres que lo haga?
— No lo sé...
— Entiendo a qué te refieres— dije—. Lo comprendo bien.
— ¿De verdad?
— Sí. Las personas piensan que soy tierno. No las culpo. La silla llama demasiado la atención y tal vez no te hayas fijado bien en mí.
— No— dijo—. No hablaba de la silla. Sólo de ti.
— Acabas de confundirme.
— No puedo explicarlo— me dijo—. No ahora. Lo haré, estoy seguro. Dame un poco de tiempo para aclarar mis ideas.
— Seguro.No había entendido bien a dónde nos estaba llevando la conversación. Decidí ignorarla. Me ayudaron a bajar. Me dejé ayudar. Entramos al museo.
Después de unas cuantas pinturas, tenía una gran opinión al respecto.— Aburrido— dije.
— No es aburrido. Es abstracto.
— Es lo mismo. ¿Por qué alguien que estudia relaciones internacionales necesita saber de arte?
— De hecho, nos dieron a escoger un museo. Yo no había visitado éste así que lo elegí.
— Y escogiste el más indescifrable. Felicidades.
— Creo que es encantador.Caminamos hasta que me encontré con mis rivales de toda la vida: escaleras.
— Creo que no hay elevador— dijo Connor.
Me acerqué a una señorita que trabajaba para el museo, según indicaba su identificación.
— Disculpe— dije, ella me miró atenta—, tengo entendido que éste museo es para todo público, ¿Me equivoco?
— No, es correcto— dijo ella—. Todos pueden entrar.
— Entiendo— dije—. Y dígame, si es muy amable, ¿Cómo demonios voy a subir las escaleras? ¿Volando? ¿Recuperando milagrosamente la capacidad de caminar?
— Ah...— dijo ella, sin duda estaba asustada.
— ¿Qué le pasa a todo el mundo? ¿Creen que todos somos perfectos?
— Andrew— me dijo Connor, que debió ver la cara de la pobre mujer—, no deberías hacer eso...
— De acuerdo— le dije—. Ve a ver el resto de la exhibición solo.
— No puedo hacer eso, no voy a dejarte.
— No te preocupes, no voy a perderme. Si te das cuenta, no puedo ir a ningún lado. Además, planeo escribir muchas quejas para el buzón de sugerencias.
— De acuerdo— me dijo—. No me tardo, ahora vuelvo.Salió corriendo. Me quedé con la chica que ya había llamado a algún superior suyo.
Apareció un hombre. Le exigí una hoja. Me la dio. Parecía temeroso con respecto a lo que escribiría.
La escribí con mucho odio. Y la metí lentamente en el buzón de sugerencias. Ellos me observaron hacerlo. Me sentí poderoso.— ¿Ustedes conocen a la senadora Finley?— dije.
— Claro, votamos por ella— dijo el hombre.
— Pues es mi amiga. Y les juro que se enterará de ésto.Ambos se quedaron viendo atentamente. Connor apareció. Se acercó apresurado.
— Connor— le dije—, ¿Crees que pueda hablar con la senadora Finley hoy?
— ¿Con mamá? Sí, pero tendrías que esperar, llegará tarde a casa.
— Tengo tiempo— dije, fulminé con la mirada a esas personas—. ¿Nos vamos?Asintió. Salimos. Maté de susto a esos dos. Eso se ganaban por tener escaleras.
— ¿De qué quieres hablar con mamá?— me dijo.
— No, sólo lo dije para asustar a esos dos.
— Eso es cruel.
— Soy cruel. Para nada tierno.
— Eso no es cierto. Aunque admito que en veces das miedo.
— Por eso las personas no se meten conmigo. Si hubiera estado bien físicamente, me hubiera vuelto mafioso, como tus padres.
— ¡Mis padres no son mafiosos!
— Pero si son dueños de casi la mitad de la ciudad. Nadie tiene tanto poder y dinero.
— Ellos son importantes, a su modo. Todo completamente legal.
— No me convence. Admito que es conveniente tenerte de amigo, puedo usar a tus padres como amenazas.
— No lo hagas. Hace parecer a mis padres como personas horribles.Regresamos al auto. En algún punto me subí y seguimos hablando. Descubrí muchas cosas sobre él. No le gustaban las cosas picantes, era adicto a una serie sobre médicos que yo también veía, podía tocar el piano, había protagonizado varias obras de teatro en la escuela en donde curiosamente todos los papeles que le tocaban morían en escena, tenía un promedio de excelencia académica, una vez conoció al presidente y éste le dijo que tenía unos zapatos bonitos. Había tenido sólo dos novias oficiales, una en secundaria y otra en un verano cuando fue de vacaciones a la casa de playa de sus padres. Anduvo con la de secundaria porque ella se lo pidió y él quería saber qué era tener novia. Al parecer a la de las vacaciones sí la quiso, aunque no está muy seguro porque sólo tenía diez años entonces.
Llegamos a mi casa. Era tarde, pero no noche. Bajé. Estaba tan interesante nuestra conversación que no quería despedirme. Lo hice, sin entusiasmo.
— Independientemente de la escena que hiciste en el museo, me divertí— dijo.
— Yo también— dije—. Hay que repetirlo. La próxima vez yo conduzco— me miró—. ¡Era broma! ¡No me digas que lo creíste!
— No puedo tomarme a la ligera todo lo que dices.
— Aunque si quieres que conduzca, puedo intentarlo.
— No, mejor yo lo hago.Mamá se asomó por la ventana.
— Entonces, me voy— dije.
— Claro. Te veo luego.Comencé a avanzar hacia mi casa cuando recordé algo que no le dije.
— Oye, Connor— dije, él estaba por entrar a su auto, pero me escuchó y me miró—, sabes, deberías hablar más con Victoria en la escuela.
— Lo haré— dijo.Entré. Mamá feliz estaba ahí.
— ¿Cómo te fue?— preguntó.
— Mal. Pero muy bien.
ESTÁS LEYENDO
Todo lo que sé
Short StoryUn chico muy inteligente. Un chico en silla de ruedas. Una cafetería. Una mesa. Una conversación. Una conexión especial. Todo lo que sé es que no sé por qué no imaginé que todas esas cosas juntas no eran sólo una simple coincidencia.