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Después de unos días, Victoria me habló por primera vez en mucho tiempo. Se acercó mientras yo esperaba a papá en la sala. Al principio pensé que iba a buscar algo pero no. Se quedó frente a mi y me observó.

— ¿Por qué conoces a Connor?— me dijo.
— ¿Eh?— dije, confundido.

Ella me miraba atenta.

— Lo conocí en la cafetería— dije.
— ¿Y?
— Comenzamos a hablar.
— ¿Eso es todo?
— Sí. Él es amigable.

Luego de eso, se giró y se fue. Wow, esas fueron muchas palabras. Decidí ignorar que eso pasaba.
No entendía porqué ella dejó pasar una semana para preguntarme sobre Connor. Era extraño.

"Mañana iré al museo. ¿Quieres ir conmigo?"

Decía Connor en un mensaje.

"¿Por qué? ¿Nadie más quiere ir contigo? Lo haré si aceptas una interrogación tipo detective de mi parte"

Le escribí.

"De acuerdo. ¿Paso por ti?"

Papá llegó. Últimamente tenía mucho trabajo. Las elecciones se acercaban y en el partido político de papá estaban en medio de las elecciones internas para escoger a un candidato a alcalde. Mi padre estaba envuelto en todo eso. Solía llegar cansado pero como era el padre feliz, siempre fingía ser un hombre maravilla.

— Hola, familia— dijo, contento.
— Hola, amor— dijo mamá, que se acercó para darle un beso.
— Hola Andrew— me dijo él a mi.
— ¿Qué hay?— dije.

Yo esperaba que llegara papá ya que debía explicarle el por qué estaba a punto de suspender álgebra. Pero ya tenía otra cosa de qué hablarle.

— ¿Puedo ir mañana al museo con un amigo?
— ¿Museo?— me observó— ¡Por supuesto que puedes!— dijo contento.
— Qué bien.
— Aunque está lejos. Te llevaré de todos modos.
— No— dije—, mi amigo pasará por mí.
— ¿Tu amigo tiene auto?

Realmente no, quise decirle. Su padre tiene un auto. Él sólo le dice al chofer a dónde quiere ir. Desde luego que no iba a decir eso, ellos harían muchas preguntas.

— Es universitario— dije—. Sabe conducir.
— De acuerdo. Que te vaya bien.

"Sí"

Contesté al mensaje de Connor. Quedó de pasar por mí por la tarde.
Al día aiguente, él lo hizo, increíblemente puntual. Tanto que sólo llegué a casa de la escuela y me cambié de ropa cuando él llegó.

— Mamá— le dije—. Ya me voy.
— Sí cariño. Cuídate mucho— me dijo feliz.
— Sólo voy al museo. Y en auto.
— ¿A qué museo? Escuché que Victoria tenía que ir a un museo. Tal vez sea el mismo. Podrían ir juntos.
Victoria estaba en la sala. La miramos.

— Es el museo de arte moderno— dije.
—¿El de arte moderno?— dijo ella, levantándose de golpe.
— Sí— dije—. Iré con Connor.
— ¿Por qué? ¿Por qué quiere ir contigo?
— No lo sé— dije.

Me miró atentamente. Estaba bastante sorprendida. Como aquella vez que descubrió que yo conocía a Connor. Se fue rápidamente.

— ¿Qué le pasa?— me dijo mamá.
— No lo sé. ¿El síndrome de los 19 años?
— No creo que eso exista. De todas formas, ve y diviértete.
— Entonces me voy.

Salí. Mamá estaba mirando a cómo me iba. Connor estaba ahí. Sólo él y un auto. Nada más.

— ¿Y tu chofer con cara inexpresiva?— dije.
— Decidí que lo hacía conducir sin motivo.
— Claro que sí. Por eso le pagan. Es un chofer.
— Lo sé, pero quería hacerlo yo mismo. Además de que tendríamos más privacidad.
— Quién lo diría— dije—. Acabo de mentir diciendo que sabías conducir cuando realmente esperaba a tu chofer. Pero resulta que sí conduces. Gracias, Connor. Ahora acabo de quedar como alguien honesto.
— ¿Entonces querías ser un mentiroso?
— Sí. Gracias por arruinar mis sueños. Pero te regresaré el favor. Santa Claus no existe.
— ¿Qué significa eso?
— Que no es real. Arruiné tu infancia. Sufre.
— Ya lo sabía— dijo.
— Pensé que las familias ricas contrataban a sujetos para disfrazarse de Santa e ir a engañar a sus ilusos hijos.
— Excedes tu imaginación cuando se trata de mí. Sube.

Subí. El auto de Connor era más pequeño que el que manejaba el chofer. No sabía qué modelo era porque yo y los autos éramos como Lizzy y los libros. Pero me gustaba. Era de color negro y parecía acogedor.
Subió mi silla al asiento de atrás.

— Iniciaré mi interrogatorio— dije—. Antes, tengo unas reglas. Primero, tienes derecho a guardar silencio. Todo lo que digas se usará en tu contra. No puedes llamar a un abogado. Si no tienes uno, pues qué bueno.
— Más que un interrogatorio, parece que me estás arrestando. Y deja de cambiar reglas a tu antojo.
— Primera pregunta. ¿Cuál es tu nombre completo?
— ¿Fuiste a mi casa sin saberlo?
— Tú tampoco sabes el mío.
— Lo sé. Es como el de tu hermana. Es increíble que no le hayas preguntado a Victoria por mí.
— Ella no habla mucho.
— ¿En serio? Pensé que en su casa era diferente.
— ¿A qué te refieres?— dije.
— En la escuela casi no habla. Más que a sus amigas. De hecho no le había hablado nunca hasta esa vez en la cafetería.
— ¿De verdad es tan callada?
— Bastante. Aunque tú deberías saberlo, eres su hermano.
— No, ya acepté que fracasé como hermano. Además de que ella y yo somos muy diferentes.
— Lo sé. Tu hablas mucho. Dices hasta lo que no deberías.
— Creo en la libertad de expresión. Hablando de eso, contesta. ¿Cuál es tu apellido? ¿Cuántos años tienes?
— Connor Blake Finley. Probablemente hayas escuchado sobre mis padres. Como dije mi padre es Juez de la suprema corte. Se llama Nicholas Blake. Tal vez no lo conozcas, hasta yo acepto que su trabajo es aburrido. Pero a mi madre seguro que sí la conoces. Es Rebecca Finley. Deberías conocerla, es senadora.
— ¡Oh por dios!— dije— ¡Sé quien es! Mis padres votaron por ella en las pasadas elecciones. Además es muy bonita. Y carismática
— Lo sé.
— Tus padres son extraordinarios.
— ¿Y los tuyos?
— Son el Sr. y la Sra. Feliz. Es todo lo que tienes que saber. Además, yo soy el que está interrogando.
— Cierto. Tengo 19 años.
— ¿Por qué vas a una escuela pública si seguramente tienes dinero hasta para aventar al cielo?
— Elegí estudiar ahí porque sí. Eso hacen todas las personas normales. Y no tengo dinero. Tienen mis padres.
— Eso es lo que dicen los herederos. Todos lo dicen. Continuemos. ¿Cuál es tu color favorito?
— ¿A qué viene esa pregunta?— me miró.
— No me mires, conduce. Me pones nervioso. Y realmente quería saber cosas comunes de ti.
— De acuerdo. Mi color favorito es el negro— dijo.
— Se nota. ¿Animal favorito?
— Los gatos.
— ¡No, los gatos no! ¡Traen mala suerte!
— No, tú los odias porque tu nombre se debe a uno. Pero eso no significa que sean malos.
— No me psicoanalices. Por cierto, ¿Qué estudias?
— Relaciones internacionales.
— ¿Eso existe?— pregunté.
— ¡Claro que sí! ¿Acaso piensas que te miento?
— Pues no... siguiente pregunta. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?
— ¡Eso no tiene que ver conmigo!
— Quería saber si lo sabías. No te enojes.
— Mejor pregunta otra cosa.
— Bien— dije contento—. Si tuvieras que elegir algo que te agrade de mí, ¿Qué sería? Piensa bien en tu respuesta. De eso depende nuestra amistad.
— ¡Eso es injusto! ¡Y no tiene nada que ver conmigo!
— Responde. Tienes cinco segundos. La bomba explotará entonces.
— ¿Cuál bomba?
— Cuatro... Tres... Dos...
— Eh... eh... ¡Tu cara!

Lo miré atentamente. Se detuvo el auto. Nos quedamos viendo. En silencio. Llegamos al museo.

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