25.

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Estar con Connor era muy complicado. No podía verlo sin que mi corazón se agitara. Y sin que se entristeciera. Me había convencido a mí mismo de que debía tragarme mis sentimientos y fingir no sentir nada. Sin embargo, se debieron quedar atorados en mi garganta, porque no me dejaban omitir ninguna palabra y oprimían mi pecho.

Llegamos. No dejé que me ayudaran a bajar. Generalmente no diría nada. Pero ese día sí. No quería acercarme a Connor más de lo necesario.
Él no dijo nada. Entramos a su absurdamente grande casa.

— Espera aquí— dijo—. Me aseguraré de que mi madre no aparezca.

Subió unas escaleras. Simplemente me quedé ahí. Miré el lugar. Las paredes tenían muchas pinturas extrañas. Una llamó mi atención, tenía un bello jardín junto a un lago. A un costado, había un niño. La pintura se veía distorsionada sin embargo la imagen se podía apreciar. Me daba un poco de nostalgia.

— Por increíble que parezca— dijo una voz, me giré para ver el origen. El padre de Connor acababa de entrar a la habitación-, esa y todas las pinturas del las paredes las pintó mi esposa.
— ¡Tiene que ser una broma!— dije, soné más sorprendido de lo que quería.
— No— dijo él, con la misma aura calmada y pacífica de Connor—. Es verdad. Ella es muy talentosa.
— No me lo hubiera imaginado nunca— dije—. Para ser sincero, la senadora es más como... usted sabe, ella misma.
— Entiendo eso— se río él—. Ella es muy impulsiva y siempre parece estar agitada. Nadie creería que pudiera realizar una actividad en donde tuviera que estar quieta y concentrada.
— Pues es muy buena.
— Veo que de todas las pinturas te gustó más esa— se acercó a ella y yo también—. Es la favorita de Connor.
— ¿De verdad? ¿Por qué?
— Porque el niño en la pintura es él.

Observé más de cerca. Aunque estaba borrosa, creí que sí era Connor, en algún momento de su vida.

— Él tenía 5 años— dijo—. Fuimos de vacaciones a una casa cerca de un lago propiedad de un amigo mío. Connor estaba jugando y repentinamente mi esposa pensó en pintarlo. Lo hizo. Ya tiene bastante tiempo, pero parece que pasó hace poco.
— Se ve que fue divertido.
— Eso me gustaría creer.
— ¿Puedo preguntarle algo?— dije.
— Claro.

Lo pensé un poco. Estaba por hablar cuando la senadora apareció.

— Pero si es el niñito éste...— dijo, con la voz rasposa. Resaca, sin duda.
— Deberías descansar— le dijo el papá de Connor.
— Tú deberías descansar. Yo estoy bien. Tengo la fuerza como para destruir una camioneta.
—No parece— dije.
— Pero es así— se acercó ella—. También creo que de alguna manera, no sé cómo, pero tú quieres quitarme a mi hijo.

No dije nada, estaba impactado. ¿Cómo lo supo? Es decir, no sabía si quería quitarle a su hijo pero deseaba estar a su lado siempre, lo que por ende podría significar que sí quería quitarle a su hijo.

— Claro que no— le dijo el padre—. Ven, vamos, te acompaño a la habitación.
— No. Tengo que proteger a mi Connor de éste roba hijos— dijo ella.
— No hay nada qué proteger— reiteró su esposo, que la tomó del brazo y la ayudó a subir las escaleras.

Yo estaba pensando en lo que había pasado. Me había quedado muy concentrado hasta que llegó Connor.

— No encontré a mi madre— dijo.
— Yo sí. Y no tuve que ir a ninguna parte— dije.
— ¿Estuvo aquí? ¿A dónde fue? Tengo que encontrarla, se pone de muy mal humor cuando tiene resaca. No quiero que destruya al mundo.
— Se fue con tu padre. No te preocupes, el mundo aún sigue aquí.
— ¿Mi padre? Qué bien. ¿Te dijo algo?
— Sí. Dijo que el niñito de la pintura eres tú— le señalé.
— ¡Qué vergonzoso!— exclamó—. Tienes que pensar que somos raros por tener pinturas nuestras.
— No— dije—, para nada. Las personas lo hacen todo el tiempo. He escuchado de varias que tienen retratos suyos.
— ¿De verdad? ¿Como quiénes?
— Los mafiosos tienen pinturas en donde salen junto a un tigre.
— Pero yo no soy mafioso.
— Pero podrías tener un tigre si quisieras.

Me sonrió. Y le regresé la sonrisa.
Así, todas mis dudas sobre alejarme de él se desvanecieron. No quería perderme ninguna de esas sonrisas. Quería verlas para siempre.

— ¿Y qué hacemos ahora?— dijo.
— No lo sé. Me gustaría no estar aquí en caso de que a tu madre se le ocurra volver. No quiero que vuelva a decirme que soy un roba hijos.
— ¿Ella dijo eso? Debe ser porque paso mucho tiempo contigo. No te preocupes, no lo dijo en serio.

Sí, deber ser por eso, Connor, pensé. No tiene nada que ver con el hecho de que me gustas.
Luego lo pensé más a fondo. La madre se había dado cuenta. O lo sospechaba. Eso significaba que tal vez estaba siendo un poco obvio. Tenía que cuidarme para no ser descubierto.

— Entonces juguemos videojuegos— dije.
— ¿De verdad? ¿No quieres hacer otra cosa?
— También quiero volverme el líder supremo, pero eso es difícil de conseguir. Así que jugar parece más accesible.

Sin querer, terminó por aceptar. Yo no quería estar concentrado en él. Por eso escogí los juegos. Necesitaba tener la cabeza alejada de todo eso.

Regresé a casa. Un poco decepcionado. Victoria me vio llegar. Fue a saludar a Connor. Ambos se quedaron hablando. Yo me metí a mi casa.
Estaba confundido. Quería alejarme de Connor porque eso haría que dejara de gustarme, con el tiempo. Al mismo tiempo quería seguir a su lado. Había tomado la decisión de estar junto a él aún si yo salía herido, pero no era una buena idea.

Por la tarde, ya había pensando en una serie de cosas tan aterradoras que terminaron por asustarme. Sabía que yo podría ser el amigo de Connor por siempre, aun manteniendo mis sentimientos por él intactos. Sin embargo, tendría que llegar el día en el que él encontrara a alguien a quien amara. Y yo tendría que dejarlo, lo que sería doloroso. O podría seguir siendo su amigo. Y ver cómo amaba a alguien más, sufriendo en silencio. Ambas opciones me iban a causar dolor. Pero no sabía qué hacer.

Sólo sabía que quería quedarme. Sólo eso.

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