28.

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Todo lo que sé es que me sentía seguro. No precisamente por mi vida personal porque daba asco, pero sí en lo que haría.

— Le diré que me gusta— dije de la nada, en la cafetería de la escuela. Jace me miró sorprendido. Lizzy casi se ahoga con su limonada.
— ¿Estás seguro?— dijo Jace—, ¿Acaso no dijiste que nunca gustaría de ti?
— Sí— contesté—. Probablemente no le gusto.
— ¿Entonces por qué vas a decirle?— dijo Lizzy—, ¿Quieres razones para llorar? Puedo golpearte si lo necesitas.
— Va a dolerme escucharlo pero quiero hacerlo.
— Yo entiendo eso— dijo Jace, serio—, no quieres arrepentirte en el futuro por no decirlo.
— Exacto. Así que deberían desearme suerte— dije.
— No te preocupes— dijo Lizzy—. Te apoyaremos.
— Es más— agregó Jace—, si quieres vengarte, debes saber que yo conozco personas que podrían hacerlo.
— Generalmente apoyo la violencia— dije—, pero hoy no.

No hace falta decir que estuve nervioso todo el día. Por la tarde le pediría a mamá que me llevara a la casa de Connor. Y le diría. Luego me regresaría y pensaría lo sucedido con calma.
Los nervios consumían mi alma. Y sólo pensaba en lo mucho que me dolería ser rechazado. Pero no estaba solo. Eso me daba un poco de consuelo.

Al final de las clases, Lizzy volvió a irse con Chad. Una vez más tuve envidia. Debía dejar de hacer eso. Jace se quedó conmigo a esperar a mi mamá.

— No te preocupes— me dijo él mientras le daba palmaditas a mi cabeza—, todo saldrá bien.
— Me siento como si fuera un cachorrito— dije.
— De hecho, así le hablo a mi gato. Los perros no son lo mío.
— Una vez más soy comparado con un gato— dije—, sí, mi destino parece ser ese.

Él me sonrió. Era de esas personas que cuando estaban felices podían transmitir su alegría a todos.

— Gracias por todo— dije.
— De nada. Además, me gusta estar contigo.
— Qué bueno. Ya tengo alguien que se hará cargo de mí cuando quiera morir por ser rechazado— dije en broma.
— Hablando de eso— dijo, se acercó a mí—, hay algo que quiero decirte.
— Bien, te escucho.

Él me miró. De alguna manera el ambiente cambió.

— Me gustaría que nadie te hiriera— dijo—. Alguien como tú no debería ser lastimado nunca. Necesitas alguien que quiera estar contigo, que esté dispuesto a hacer lo que sea por ti. Porque cuando te veo, puedo apreciar lo valiente, agradable y lindo que eres. No me gustaría que te dañaran.
— Eh...— realmente me quedé sin palabras—, no sé qué decir. Verdaderamente no entiendo a dónde quieres llegar.

Se acercó y tomó mi mano. Yo lo miré confundido. No había nadie más en la escuela. Sólo nosotros dos. Y el viento agitando mi cabello y mis pensamientos.

— Lo que quiero decir es que... necesitas a alguien bueno— dijo.
— Busco a alguien así- sonreí.
— Yo...— me miró, también lo miré—... yo podría serlo.

¿Eh? ¿Me había perdido de algo?

— Andrew— dijo una voz. Me sobresaltó.

Me giré. Era Connor. Parecía enojado. Solté la mano de Jace al instante.

— Hola Connor— dije, tratando de tranquilizarme a mí mismo—, ¿Has visto a mi mamá?
— No vendrá. Yo me ofrecí para llevarte a casa. Al menos que no quieras venir conmigo.

No sabía si era yo o Connor en verdad se veía molesto. Como nunca. Jamás lo había visto así. ¿Por qué? ¿Tenía problemas en casa?

— Entonces yo me voy— dijo Jace—, adiós.

Se dio una vuelta y empezó a caminar. Entonces se detuvo, como si hubiera olvidado algo.

— Andrew— dijo, me sonrió—, piensa en lo que te dije.

Luego se fue. Me quedé muy confundido.

— Sube al auto— dijo Connor, en un tono tan frío que me dio miedo.

Lo hice sin quejarme. Connor molesto me daba miedo. Él me ayudó. Y yo tenía el corazón en la mano. No sabía si sentirme nervioso porque él estuviera muy cerca o asustarme porque luciera muy enojado.
Comenzó a conducir. Había un silencio asesino ahí. No sabía qué decir. Pero debía hacer algo.

— ¿Mamá no te dijo por qué no pudo venir?— dije.
— ¿No querías venir conmigo?— dijo.
— No es eso, es sólo que...— decidí quedarme callado.

Él seguía furioso. ¿Fui yo? ¿Hice algo para enojarlo?

— Para ser sincero no te esperaba— dije—. ¿Viste a mi mamá hoy?
— Victoria y yo salimos temprano de nuestras clases— dijo—, la llevé a tu casa. Como tenía tiempo, le dije a tu madre que me dejara venir por ti.
— Oh, qué amable— traté de fingir felicidad—. Estoy rodeado de personas agradables.
— Sí— seguía sonando distante—, como ese chico.
— ¿Quién? ¿Jace?
— Parece que son muy unidos.
— Somos amigos— dije.
— Sí. Se nota que te aprecia.
— Eso me gustaría pensar.

Él seguía de mal humor. Quería decirle alguna cosa pero no sabía qué. Y algo me decía que la conversación de antes no había ayudado en nada. Estaba por preguntarle cuando noté que no sabía en dónde estábamos.

— Este no es el camino a mi casa— dije.
— No lo es— dijo.
— ¿A dónde vamos?
— A mi casa.
— ¿Eh? ¿Por qué? ¿Y mi mamá? ¿Sabe que no llegaré a casa temprano?
— Le diré luego. Ahora necesito hacer algo más importante.
— ¿Qué cosa?
— Llevarte a donde nadie más pueda interferir.
— ¿Qué?— dije asustado—, ¿De qué hablas? ¿Me estás secuestrando?

No dijo nada. Empecé a ponerme furioso. No me decía nada pero sí podía tomarse el lujo de llevarme con él sin preguntarme si quería. ¿Quién se creía?

— Espera— le dije—, esto no está bien. No puedes hacer lo que quieras sin preguntarme.
— ¿Por qué no? Ese chico tomó tu mano y tú no te enojaste. Pensé que te daba igual lo que pasara contigo.
— ¿Viste eso?
— Y escuché. De no haber interferido quién sabe lo que hubiera pasado.
— No hubiera pasado nada. Realmente no entiendo cuál es el problema.
— El problema— dijo sin quitar la vista del volante—, es que no estoy acostumbrado a tener algo y verme obligado a compartirlo.
— ¿Eh? ¿Qué se supone que significa eso?

No me contestó. Sólo siguió conduciendo. La puerta principal de su casa se abrió. Condujo hasta la entrada de su enorme mansión. Se detuvo.
Algo no andaba bien. Definitivamente no.

— Vamos— dijo.
— No, espera— dije—, no quiero bajar. Tenemos que hablar.
— ¿De qué?— dijo molesto.
— De eso. ¿Por qué estás tan enojado? Si hice algo lo lamento.

Me miró. Desvío su mirada. Esperé un minuto en silencio. No nos movimos de ahí.

— No eres tú— dijo después de un suspiro—. Estoy un poco suceptible hoy. Eso es todo. Perdona por haberte tratado mal. Tú no tienes culpa de lo que yo pienso.
— No me sentí particularmente ofendido— dije—. Realmente no entendí nada de lo que pasó.
— Necesito decirte algo— dijo él.
— Yo también quería decirte una cosa— dije—. Hoy iba a decirle a mamá que me trajera a verte. Así que tengo suerte de que tú mismo me encontraras.

Él me miró. Se acercó a mí. Tomó mi mano. La misma que Jace había tocado momentos antes.

— Andrew, quiero que sepas una cosa.

Estaba por decir algo cuando vimos que su padre salía de la casa. Nos vio y nos saludó con su mano.

— Es tu papá— dije—. Hay que bajar, quiero saludarlo.
— Ah, sí...

Salimos. Él me ayudó. Su padre se acercó.

— Hola chicos— dijo.
— Buenas tardes— le dije—. ¿Ya se va?
— Estoy esperando a que la senadora termine de arreglarse. Le tomará un tiempo. ¿Por qué no vamos adentro?
— Vamos— dije.

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