43.

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Connor fue a casa muy tarde. Victoria se metió a su habitación y no salió. Yo fui obligado a tomar un baño. Luego dormí. Hacía mucho que no dormía tan bien.
Desperté muy tarde al día siguiente. Mamá dijo que estaba bien que faltara a clases. Victoria tampoco había ido. Connor tampoco. Llegó a casa muy temprano.
Mamá me dio helado para desayunar.

Victoria salió de su habitación al medio día. Se veía terrible. Se acercó a mí. Connor y mamá se fueron.

— Lo siento— dijo—. Lamento todo. Me gustaría jamás haber dicho cosas tan crueles.
— Yo no lo siento— dije—. Antes no me hablabas. No sabía por qué. Pero ahora lo sé. Y estamos hablando. Eso es bueno.
— De verdad lo siento. No quería decir eso. Me sentía triste.
— Pero está bien. Me gusta que me hables. Aunque sea sólo para decir cosas crueles. Me gusta que digas que algo no te gusta. Quedarte callada no es bueno.
— En verdad me siento muy mal— estaba conteniendo su llanto—, por favor, perdóname.
— Entonces perdóname tú a mí también— le sonreí—, por no darme cuenta de lo que sentías. Y por no preguntarte nunca el por qué eras así. Lo siento mucho.
— No te disculpes— dijo ella—, todo fue mi culpa.
—;De ambos. De todos. No hay que pensar en eso. Hay que ver a futuro.
— ¿Aún quieres seguir hablando conmigo?— dijo ella—, ¿Aún después de todo?
— Somos hermanos. Pero no quiero que lo seamos. Quiero que seas mi amiga. Y yo tu amigo.
— ¿De verdad?
— De verdad. No podemos iniciar de nuevo, pero sí arreglar las cosas.

Ella me miró. Se veía muy conmovida.

— Gracias— dijo entre lágrimas—, gracias por perdonarme...

Me abrazó. Ella nunca había hecho eso. Descubrí que los brazos de hermanos son de lo mejor.

— Deberías tomar un baño— le dije—. Tu maquillaje se quedó pegado a mi ropa.
— ¡Lo siento!— dijo apenada.
— Ve a bañarte— le dije—. Connor está aquí y tienes que verte presentable.
— Yo...— dijo ella—, soy mala y egoísta y tal vez ahora no me sea muy fácil desearte que seas muy feliz con él pero... en verdad te lo deseo. Si se aman, por favor, sean muy felices.
— Así será—le dije—. Ahora ve a bañarte.

Ella salió de ahí. Me quedé un rato solo. Parecía que la tormenta ya había pasado. Una de tantas.

Los días pasaron. Papá y mamá castigaron a Victoria. Ella no iba a poder salir de casa en dos meses. Pero sus amigas sí podían ir a visitarla. Se disculpó con Connor. Y él con ella, por lo que me dijo. No sé como estuvo el asunto, pero ellos quedaron como amigos.
A Jace y a Lizzy les parecía que todo lo que pasó fue para mejorar, porque después de eso Victoria y yo nos volvimos más unidos.

Una noche nos la pasamos hablando de Orgullo y Prejuicio. Al parecer, ambos enloquecíamos con ese libro. Hasta vimos la serie y las películas. También hablamos de fotografías viejas.
Teníamos muchas cosas en común. Más de las que pensaba.

Mi vida no podía estar mejor.

Connor y yo decidimos decirle a sus padres que oficialmente teníamos una relación. Su mamá casi encadena a Connor a su casa. Su papá intentó tranquilizarla. Curiosamente, me di cuenta de que yo tenía muchas cosas en común con la senadora. Lo que se me hizo raro. A ella tampoco le hizo tanta gracia. Pero terminó aceptando que su hijo era muy feliz conmigo. Luego amenazó con demandarme si lo dejaba.
Connor la regañó por asustarme.

Los días se sentían bien. Mucho. Pasaban lentamente pero rápido a la vez.

Connor y yo regresamos al lago un día.

— Hoy no vas a nadar— me dijo.
— No tengo ganas— dije—. Aunque el lago se ve muy bien.
— Yo lo veo igual.
— Supongo que no ha cambiado mucho. Aunque han pasado muchas cosas. Se siente diferente.
— La vida se siente diferente— dijo él.
— ¿De verdad?
— Sí. Se siente mejor.

Lo miré. Connor era el mismo de siempre. Todo me había llevado a él. Debí saberlo desde ese día en la cafetería. O en la biblioteca. Debí saber que era para mí. Debí saber que era el destino tratando de hacer que lo encontrara.
Ese era mi milagro. Y no podía pedir otra cosa.

— Por cierto— le dije—, ¿A qué venimos hasta aquí?
— Pensé que querías volver. Además, había algo que quería preguntarte— dijo él.
— Ya te dije que mi cabello es rubio natural— dije molesto—, la gente siempre cree que es falso.
— No iba a preguntarte por tu cabello— dijo.
— Pues no lo hagas. Me molesta.
— Lo que quiero preguntarte es más importante.
— ¿Vas a preguntarme cuál es mi tipo de sangre?— dije.
— ¿Qué? ¡No! ¿Por qué preguntaría eso? ¿Piensas que soy vampiro o qué?
— Al inicio lo pensaba— dije contento—. Luego concluí que eres hijo de mafiosos.
— ¡No soy mafioso!— dijo.
— Pero tu madre podría serlo en verdad.
— No quería hablar de eso— dijo—. En verdad quería preguntarte algo..
— Yo también quería decirte algo importante— dije.
— De acuerdo. Dime.
— He decidido ir a la misma universidad a la que vas tú.
— ¿En verdad?— dijo feliz—, ¡Qué bien!
— Sí. Quiero estar cerca de mi hermana.
— Yo pensé que lo hacías por mí— dijo decepcionado.
— También lo hago por ti, tontito. Ahora— dije—, ¿Qué ibas a decirme?
— Ah, sí. Andrew— tomó mi mano—, puede que sea muy pronto pero en verdad estoy seguro de que quiero estar contigo toda mi vida. Así que por favor, cásate conmigo.
— ¡Qué!— grité, con la cara ardiendo en llamas—, ¿Hablas en serio?
— No hoy, desde luego— dijo—, aún no estamos listos pero... en algún momento. Si quieres.
— No quiero— dije—. Sigue participando.
— ¿En verdad no quieres?— dijo angustiado.
— ¿Bromeas?— me reí—, ¡Claro que quiero casarme!
— Entonces que sea una promesa— dijo—. Nos casaremos algún día.
— Es una promesa— dije—. Por cierto, no veo mi anillo.
— No traje ningún anillo.
— Debiste traer uno de esos antiguos que se pasan de generación en generación entre las familias mafiosas.
— ¡Mi familia no es mafiosa!— dijo.
—  Sí, lo mantendremos en secreto.

Nos miramos. Y reímos.

— Parece que todo va salir bien— le dije—. Últimamente me siento capaz de todo.
— Yo creo que puedes hacerlo todo— dijo él.
— Es más— dije—, creo que incluso puedo dejar ésta silla si me lo propongo. ¿Crees que es una locura?
— No— dijo—, tú podrías hacerlo.
— Hay veces en las que siento que podría simplemente levantarme e irme corriendo.
— Tal vez sí puedes— dijo él.
— Debería de intentarlo— dije—. ¿Me ayudarías?
— Sí. ¿Qué debo hacer?
— Toma mis manos y jala. No me dejes caer.
— Nunca haría eso— dijo—, mientras yo esté a tu lado nunca vas a caerte.
— Entonces, ahí vamos— dije.

Él tomó mis manos. Yo me concentré. Y me jaló hacia él, levantándome de la silla...

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