29.

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— Connor— dijo el padre—, tu madre te estaba buscando.
— Vuelvo en un momento— dijo él.
— Sí— le dije—, yo iré al jardín. Alcánzame después.

El asintió con la cabeza y se fue. Me quedé ahí con el papá de Connor. Estaba por irme al jardín cuando él me detuvo.

— Por cierto—me dijo—, ¿No querías preguntarme algo la última vez que estuviste a aquí?
— ¡Era cierto! ¡Lo había olvidado!
— Puedo escucharte ahora.
— En realidad, sin que vaya a ofenderse, quería saber cómo es que terminó enamorado de la senadora. No me malinterprete, creo que ella es genial pero... es muy diferente a usted.
— Ven, voy a mostrarte algo— dijo.

Lo seguí. Fuimos a la que parecía ser su oficina. Él buscó entre sus cosas. Encontró un papel. Me lo dio. Era una foto. En ella estaban dos niños, una niña que sostenía un pescado enorme y un niño que parecía tener la ropa mojada.

— ¿Quiénes son?— dije.
— Mi esposa y yo.
— ¿De verdad?
— Sí— dijo—. Es en el mismo lago de la pintura. Hace muchos años. Habíamos ido a pescar. Ella pescó un pez gigante. Yo un resfriado porque a ella le pareció gracioso empujarme al agua. Sin embargo en ese momento me di cuenta de que si había alguien con quien quería pasar el resto de mis días, tenía que ser ella. No me di cuenta al principio, pero así era. Simplemente me enamoré. Supongo que así es el amor. No tiene motivos o razones. Sólo aparece cuando menos te lo esperas.

Lo miré. Parecía un hombre enamorado.

— Aunque claro— dijo él entre risas—, ayudó que ella fuera bonita. Y que me quisiera. De otra forma hubiera salido corriendo. Siempre me metía en problemas. Era y sigue siendo muy impulsiva. Por lo que me cuenta Connor, te pareces a ella un poco.
— No sé cómo debería tomar eso.
— Como un cumplido.

Le sonreí. Él también a mí.

— Ese lago ha de ser muy bonito— dije—. Me gustaría conocerlo. Aunque tengo experiencias bastantes malas con lagos
— Tal vez un día lo veas— dijo—, depende de lo que decidas.
— ¿Decidir qué?

Él me miró. No entendí de nuevo.

— ¿Papá?— dijo Connor, desde afuera.
— ¡Oh por dios!— dijo él—, ¡Mi hijo! No tiene que saber que estás aquí.
— ¿Por qué?
— Él creé que no puedo guardar secretos. Lo que podría ser cierto.
— Entonces me voy— dije.
— Ahí está la puerta trasera.

Salí rápidamente. Él entrecerró la puerta. Quería darme prisa para llegar al jardín pero la rueda de mi silla se atoró en la alfombra. ¡Estúpida silla! ¿Por qué siempre me hacía eso?

Logré zafarme. Iba a irme cuando escuché la voz de Connor. No quería espiar pero me intrigaba eso de los secretos. Me asomé por la rendija.

— Connor— dijo su padre—, ¿Estás bien?
— No— dijo—. Para nada.
— ¿Por qué?
— He tomado una decisión. Una que no me agrada en lo absoluto.
— ¿Qué vas a hacer?
— No puedo seguir así— dijo Connor, por lo poco que veía parecía agobiado—, no podré soportarlo más. No quiero tener que sentirme así.
— ¿Entonces vas a alejarte?—preguntó su papá.
— Sí. Me temo que tal vez ésta sea la última vez que Andrew venga a está casa.

¿Eh? ¿Última vez? ¿Por qué? Sentí como si algo dentro de mí se rompiera. Y me sentí muy triste. ¿Connor no quería verme más? ¿Por qué? ¿Por qué?

— Hijo, lamento tanto que hayas llegado a esa resolución— dijo su padre, que puso su mano en su hombro en señal de solidaridad.
— Es lo mejor— parecía afligido—. Hoy casi pierdo el control. Estaba a punto de decirle todo pero no pude. No podría soportar que me odiara.

Tenía que hablar. Quería hacerlo. Pero mi garganta se sentía seca. Y no salían palabras. ¿Tanto me dolió saber que ya no regresaría que no podía hablar?

— Connor, me gustaría poder hacer algo— reiteró su papá.
— Estaré bien. No sé cuándo. Sólo quiero que Andrew siga pensando que soy su amigo.
— Pero Connor, eso es cruel. Sólo te lastimará. Y si quieres alejarte tarde o temprano él pensará que ya no son amigos. Podría odiarte.
— Trataré de seguir en contacto. No tanto como para que no sospeche, si no porque creo que realmente no podría sobrevivir un día más sin escuchar su voz.

Ambos sólo se quedaron viendo. Yo estaba confundido. No entendía nada. Sólo sabía que él iba a alejarme. Y eso me dolía mucho. Tanto que no pude contener mis lágrimas. Porque no quería que eso pasara. Y se suponía que yo iba a decirle una cosa, y que probablemente el resultado sería el mismo, pero no sabía que iba a dolerme mucho. Tanto que incluso pensé en la posibilidad de morir por eso. Porque antes no lo creía posible. Pero en ese momento sí lo vi.

— Soy un desastre— dijo Connor—. Aquí estoy, tratando de hacer lo mejor pero resulta que sólo hago lo que es peor para mí.

Su padre no dijo nada. Sólo lo observó. Y yo también.

— ¿De verdad lo amas tanto?— dijo su papá.
— Amo tanto a Andrew que creo que podría morir si no lo veo de nuevo.

Por la impresión de lo que acaba de escuchar, moví mi silla. Y ésta golpeó la puerta. Se abrió. Ambos se giraron a verme. Yo estaba pasmado. No podía decir nada. Sólo miraba a Connor, con miles de pensamientos en mi mente. Y él me miró asombrado. Asustado. En shock.

— ¿Andrew?— dijo el padre—, ¿Qué... qué... haces aquí?

No dije nada. Sólo miré a Connor. Y él me vio a mí. Y quise llorar. Mucho.

Estaba por decir algo cuando él salió corriendo de ahí. Lo vi como en cámara lenta. Su cara me lo dijo: para él todo había terminado.

— ¡No!— grité—, ¡Espera!
— ¡Connor!— dijo su padre—, ¡Oh no! ¿Qué debería hacer ahora? ¡Ya sé, iré por su madre! ¡Ella sabrá qué hacer!

No, pensé. Yo sabía qué hacer.
Silla, no me falles ahora, pensé. Fui lo más rápido que pude por los pasillos de la casa. Connor no estaba ahí. Comencé a inquietarme.

Connor, ¿Dónde estás?, me preguntaba. ¿Por qué te fuiste? ¿Acaso no querías escuchar mi respuesta? ¿Dónde estás?

Llegué al jardín. Ahí estaba él. Miraba el cielo. Como aquel día que nos acostamos en el césped para ver las nubes. Sólo que esa vez era diferente.

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