31.

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Desperté. La luz me segaba. Tardé unos momentos en acostumbrarme. Luego reconocí el lugar. Un hospital. No supe en dónde estaba. Miré los alrededores. Casi no me podía mover. Y tenía la intravenosa conectada en no sé dónde. No había nadie en la habitación.
Me quedé así, observando. Me dolía la cabeza. Pero recordaba lo que había pasado. No había forma de olvidar algo así.

Al poco rato entró mi madre, ocupada leyendo unos papeles. Como no me moví no vio que estaba despierto. Seguía con la vista en las hojas. Luego entró el doctor Harper. ¿Qué hacía ahí?

— ¿En dónde tengo que firmar?— dijo mamá.
— En la rayita— le dije.
— Ah, gracias...

Me miró. Y sus ojos se llenaron de lágrimas. Se quedó ahí y luego se sentó en el suelo mientras lloraba en silencio. El doctor Harper se apresuró a ayudarla a levantar. No sabía que ella no se levantaría hasta que terminara de llorar. Era así. Necesitaba sacar todas sus emociones.

— Mamá— dije—, estoy bien. Creo. Al menos que me hayan amputado ambas piernas y no lo sepa. Eso sería aterrador.

Mi mamá trató de decir algo pero no entendí nada. Victoria entró enseguida. Miró a mamá. Luego me miró a mí.

— Hola— dije.

Se acercó a ver a mamá. Luego salió. Supongo que debió ir a avisarle a papá.
Mamá se recuperó y se acercó a mí.

— Andrew— dijo, entre sollozos—, te quiero mucho...
— Lo sé— dije—. 8 de cada 10 gatos me prefieren, obvio que tú también.
— Me agrada ver que te sientes bien— dijo el doctor.
— No se ofenda, pero ¿Qué hace aquí?
— Yo tengo tu historial médico completo. Como tu caso es particular decidí traerlo.
— Yo pensé que vino a visitarme—dije.
— También vine a hacer eso, desde luego.
— Pero usted es un hombre muy ocupado.
— Claro que no. De hecho, tengo mucho tiempo libre. Además, mi hermano está en este hospital. También vine a visitarlo.

Estaba observando al doctor Harper cuando la puerta se abrió de nuevo. Entró mi papá. Y mi hermana. El doctor se retiró lentamente, supongo que para darnos privacidad.

— Estás bien— dijo papá, aliviado.
— Parece que voy a seguir causándoles problemas— dije.
— Eso espero— dijo papá, contento.

Mamá se acercó. Ya no lloraba.

— No te preocupes— dijo ella—, no tienes nada grave.
— Me siento muy bien— dije—. Lo que es extraño. Por un momento pensé que en verdad iba a morir. Lo que sería irónico porque acababa de descubrir algo importante.
— No digas eso— dijo papá-. Estás muy bien. Aunque ya pasó más de un año desde que te dormiste.
— ¿Qué?— dije, asustado—, ¿Qué día es hoy?
— ¡Era una broma!— dijo papá, riendo sonoramente—, ¡Debiste ver tu cara!
— Me la creí— me reí también—, ¿Cómo pude creer en eso?
— Tu padre ha estado practicando esa broma desde ayer— dijo mamá.
— ¡Es genial!— dije, me gustaba que ambos estuvieran de buen humor—, Entonces, ¿He estado aquí todo un día?
— Así es— dijo papá—. Pero el médico y el doctor Harper dicen que ya te podrás ir mañana.
— Qué bueno. Ya quiero salir.

Pensé en Connor. Tal vez él no quería verme. Pero yo tenía que verlo. Tenía que decirle. Definitivamente. Aunque no quisiera.

Estaba pensando en todo lo que había ocurrido cuando alguién golpeó la puerta.

— Debe ser el doctor Harper— dijo mamá, que se apresuró a abrir.

La puerta se abrió. Yo estaba pensando en hacerle una broma al doctor pero no, no era él. Era Connor.
Mi corazón empezó a latir como loco.

Se veía cansado, despeinado, preocupado, afligido y nervioso. Igual que yo.

— Connor— dije.

Él me miró. Todos lo miraron. Fueron unos cuantos segundos los que tardamos en mirarnos fijamente. Y sentí que las cosas no estaban para nada bien.

— Connor— dijo papá-, deberías ir a casa. Necesitas descansar. Nosotros nos quedaremos con Andrew.
— Sí— dijo mamá—, como puedes ver, está bien.
— Necesito hablar con él— dijo.
— ¿Podrían dejarnos solos?— dije.

Mi familia se miró entre sí. Papá asintió.

— Estaremos afuera por si necesitan algo— dijo mamá.

Luego ella, papá y Victoria salieron.

Sentía que mi corazón se partía. Y estaba temblando.
Connor se acercó a mí. Se detuvo frente a mi cama.

— ¿Te sientes bien?— dijo.
— Estoy bien— dije—. Aunque me debo ver terrible.
— Me alegra que estés bien.
— No te ves feliz— dije, él desvío su mirada.
— Es que...— se detuvo. No habló por unos segundos—... lo siento mucho.
— No— dije—, yo lo lamento tanto. Seguro que casi te infartas cuando me encontraron en el suelo de tu casa. Perdón por ser tan torpe. Por cierto, ¿Quién me encontró? Supongo que debería disculparme...

Él se alejó un poco. Caminó hacia una ventana al otro extremo del lugar. Lo observé.

— No intentes culparte de eso— dijo—. Es obvio que es mi culpa.
— No, claro que no...
— Lo es— me interrumpió—, te pasó porque me seguías. Porque no quise detenerme. Porque soy egoísta. Y cobarde.

Se giró a verme. Lo observé. Y pensé que podría ponerme a llorar. Porque nunca había visto su cara así. Se veía que estaba pasando mucho dolor. Y yo no quería que eso fuera cierto.

— Por favor— dijo, con esa misma expresión en la cara—, perdóname.

No dije nada. No podía. Había un enorme nudo en mi garganta. Y me sentía triste...

— No— dije—, no digas eso. No es cierto. No es tu culpa...

Quería llorar. Me estaba costando contenerme. Un aparatito cerca de mí empezó a emitir un sonidito extraño.
Connor se acercó asustado.

— ¿Te sientes mal?— dijo, podía ver el terror en su mirada—, voy a llamar a alguien...
— No— dije mientras sujetaba su mano con toda mi fuerza y trataba de que mirara mis ojos—, no te vayas... necesito decirte algo...

Me estaba costando respirar. Estaba muy conmocionado,  tanto que me había alterado de más.

— Llamaré a un doctor— dijo.
— No, no lo llames...

Él se soltó de mí. Al parecer mis fuerzas aún no habían sido recuperadas.
Él se alejaba a la puerta.

Otra vez se iba. No quería quedarse. Una vez más no podía seguirlo. Una vez más no podía decirle nada.
Una vez más sentía que aplastaban mi corazón.
¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía calmar su corazón y a la vez el mío? ¿Cómo podía transmitir mis sentimientos rápidamente?

— Connor— dije, el pecho me dolía de verdad mucho, el aparatito seguía sonando—, espera...

El puso su mano en el pomo de la puerta. No iba a escucharme. Y me dolía respirar.

— ¡Connor!— grité— ¡Te amo!

Y cerré los ojos mientras pensaba en eso. Lo amaba. Lo amaba. Lo amaba mucho.

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