33.

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— Connor— dijo ella—, tu padre está afuera con la familia de este niño. Ellos no saben que despertó. ¿Quieres avisarles que está bien?

Él asintió. Se levantó, y salió no sin antes mirarme y tranquilizarme con eso.
Nos quedamos solos.

— ¿Se puede fumar en los hospitales?— preguntó.
— ¡Claro que no!— dije enojado.
— Qué bueno que no fumo. De otra forma estaría vuelta loca.
— ¿Más? No creo que eso sea posible.

Ella se acercó. Parecía enojada. Su cara asustaba.

— No me agradas niño— dijo—. Y no me importa que casi hayas muerto. Además, me robaste a mi hijo. Lo único bueno que he hecho en mi vida. No me pidas mi simpatía.
— Lamento no agradarle— dije—. Y no me he robado a su hijo.
— Pero lo harás— me miró fijamente—. Ya me contaron todo.

¿Todo? ¿O sea, todo todito?

— Mi hijo te ama— dijo—, lamentablemente. No sé cómo lo habrás hecho. Supongo que fue tu cara de niño bueno. Da igual cómo fue. Sólo quiero decirte una cosa: si un día le haces algo malo a mi Connor yo haré de tu vida un círculo enorme de dolor y miseria.
— ¿Qué podría hacerle? ¿Atropellarlo con mi silla?
— Ponerte mal. Tanto que él se vea obligado a faltar a la escuela y a dormir en un hospital. Como ayer. Y hoy. Así que te ordeno que no te vuelvas a enfermar.
— ¿Me está ordenando estar saludable? Si fuera así de fácil no estaría aquí. ¿Creé que me gusta ser así?
— No lo sé, no te conozco bien...

Me quedé mirando a esa mujer. No podía saber qué estaba pasando por su cabeza.

Entró mi familia. Mamá me miró y se dejó caer en el suelo. Insisto, ella necesitaba hacer eso.
Papá se acercó a mí. Victoria se quedó con mamá. Connor estaba con su padre.

— Andrew— dijo papá—, bienvenido, de nuevo.
— No fui a ningún lado. Aunque me hubiera gustado.
— Lamentablemente muchas cosas han pasado desde la última vez que estuviste despierto. Los zombies han invadido la tierra y somos los últimos sobrevivientes.
— ¿De verdad? Bueno, creo que podré acostumbrarme a una vida sin humanos.
— No sólo eso— dijo—. Tú eres la cura para el virus zombie. Necesitamos que los infectados te coman vivo para que se curen.
— Qué destino tan cruel. Pero si no queda otra salida...

Nos miramos y sonreímos. Adoraba que papá siempre intentara hacer más llevaderos los días difíciles.
Mamá se levantó por fin.

— Qué bueno que estás bien de nuevo— dijo.
— Más que bien— dije.

Victoria salió del lugar.

— Creo que debería irme— dijo la senadora—. El señor Benette necesita que lo aconseje para su campaña política.
— Connor— dijo su padre—, te llamo en la tarde.

Connor dijo que sí. Luego ambos salieron.

— Connor— dijo mamá—, gracias por quedarte a cuidarlo toda la noche.
— Está bien, lo hice con gusto— dijo.
— Y yo agradezco esa decisión— dije.
— ¿Necesitas algo?— dijo papá.
— La verdad, sí. Muero de hambre— dije—. Y si no morí ayer no me gustaría morir hoy.
— A la orden— dijo.

Él y mamá salieron. Entonces yo le pedí a Connor que me contara todo lo que había pasado. Y sucedió más o menos así:

Connor se dio cuenta cuando estaba en su casa que lo mejor era explicar lo que yo había escuchado, entonces decidió regresar. Y me encontró casi muerto en su jardín. Entró en pánico y pensó que morí, cosa que yo también pensaba. Su madre apareció junto a su padre y ambos llamaron a una ambulancia. Su madre me daba por muerto y en serio temía una demanda así que contactó a sus abogados mientras me llevaban a un hospital. Connor casi moría de nervios y susto en esos momentos.
Llamó a mi madre, porque resulta que tenía su número de teléfono. Ella lloró media hora antes de preguntarle por el nombre del hospital.

Me atendieron en urgencias. Mis padres aparecieron. El doctor les dijo que realmente no fue nada importante, solo que con la caída mi columna se dañó un poco, lo que hizo que no pudiera moverme pero no era tan serio. Sólo tenía que estabilizarme un poco.
Mis padres le preguntaron a Connor el porqué me pasó eso pero realmente él no lo sabía. Y tampoco podía explicarlo. Ni yo mismo lo sabía.

Luego se pasó toda la noche en el hospital sin querer irse. Se sentía culpable por todo lo que había pasado. Y pensaba que yo lo odiaba. Él imaginaba que no había forma alguna de que yo le gustara, cosa que también pensaba yo antes de escucharlo. Así que cuando desperté el quería irse para no molestarme pero al final le ganaron las ganas de saber si estaba bien.

Y entró. Cuando le pedí hablar me dijo que pensaba en disculparse e irse para siempre. Creía que yo ya no iba a querer ser su amigo.
Así que no me arrepiento de haberle dicho que lo amaba.

Luego, me dio un ataque cardiorespiratorio. Y él no sabía si creer lo que dije porque imaginó que pudo ser algo que dije sin pensar. O para que no me fuera.
Así que se quedó pensando en eso. Por la noche, mi mamá iba a quedarse conmigo pero él se ofreció a hacerlo. Mis padres se quedaron afuera, atentos. Les habían dicho que yo ya no corría ningún peligro pero querían estar seguros.
Y Connor fracasó como cuidador porque se quedó dormido, supongo que le ganó el sueño. Y yo desperté.

— ¿Tu madre tiene muchos abogados?— dije.
— ¿Eso es lo único que te importa de lo que te acabo de contar?
— Me intriga saber el poder de tu madre, quiero estar preparado. Por cierto, tu padre le contó todo— dije.
— ¿Todo?— dijo asustado.
— Todo todito. Ella piensa que le robé a su hijo.
— ¿Mi padre le dijo? ¡Era un secreto! ¡Los secretos no se cuentan!
— Demasiado tarde. Ella vino a amenzarme de muerte. Pero no te preocupes, está bien.
— ¿Aún así quieres estar conmigo?— dijo, con inquietud.
— ¿Eso es lo que te preocupa?— dije—, ¿No te angustia que a tus padres no les importe que yo sea un chico? ¿A qué padres no les importa eso? ¿Por qué? ¿Acaso no deberían ahora tratar de alejarme de ti para que tú te vuelvas normal?
— Supongo que nunca he sido normal— dijo—. Y a ellos supongo que no les molesta. No veo por qué a ti y a mí debería de preocuparnos.
— No es que me interese tanto. Es sólo que es raro. Yo esperaba que nuestro amor prohibido tuviera muchos más obstáculos. Como en las películas.
— ¿No es suficiente con estar en el hospital?
— Por ahora sí.
— Además, no sabemos cómo lo vayan a tomar tus padres.
— Es cierto— dije—. Mi padre tiene acceso a armas. Tal vez te mate.
— ¿Estás hablando en serio?— dijo nervioso.
— Claro. Soy su adoración.
— No digas eso.
— ¿Te arrepientes?
— No— sonrió—. Correré el riesgo.

En ese momento no sabía que el más grande obstáculo estaba por venir. Si lo hubiera sabido, no lo habría creído nunca.

Todo lo que séDonde viven las historias. Descúbrelo ahora