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Todo lo que sabía era que las horas pasaban de manera lenta en esos días. La navidad se avecinaba. Y odiaba la navidad tanto como los chocolates. El que Connor me dio lo guardé. Quería tirarlo pero no pude. Tenía una envoltura muy brillante, me dio lástima. Por otra parte, Victoria recibió los libros. Le dije a mi amorosa madre que no le dijera a mi hermana que Connor me conocía. Sería difícil explicar cómo lo conocí porque ni yo podía decirlo con claridad.

Leí Orgullo y Prejuicio. Al principio me daba flojera y no entendía nada hasta que me engachó. Oh dios, no podía creer que evité ese libro tanto tiempo en mi vida. Era interesante. Mucho. Tanto que incluso empecé a imaginar mi vida como si estuviera en esa época. Hubiera sido bueno.

Me entusiasmé tanto con el libro que quería contarle a alguien. Así que cité a Lizzy en el Cat Coffie. Fui y estaba esperando a que llegara pero luego me envió un mensaje diciendo que no iría porque la tienda de su padre se había quedado sola y alguien tenía que atenderla. La familia de Lizzy se dedicaba a fabricar dulces caseros. Tenía una gran tienda y en Diciembre las ventas eran bastantes buenas.
Estaba por irme cuando decidí pedir un café. Y releer Orgullo y Prejuicio.

Tomé un gran sorbo cuando al lugar apareció Victoria y sus amigas. Eran otras dos chicas que desde luego no conocía. Ella me ignoró. Pensé que tal vez no me vio. Incluso se sentó de espaldas hacia mi.
Me di cuenta de que últimamente pensaba mucho en eso. En ella y nuestra relación. No sabía por qué. Concluí que tal vez no me gustaba que nadie supiera que éramos hermanos.

Seguía pensando en eso cuando apareció Connor, con su laptop. Inmediatamente me vio. Miré instintivamente a donde estaba Victoria. Ello lo miró. No supe qué hacer. Él venía hacia mí y mi hermana sabría que lo conocía. Tal vez se acercarían para hablar de la universidad.

En parte era bueno por que sabría cómo era Victoria en realidad. Es decir, ahí estaba con sus amigas pero parecía callada y en realidad no podía ver su cara.

— Oh— dijo Connor, sentándose en la única silla de mi mesa—, parece que me esperabas.
— Ya quisieras— dije.
— ¿Vas a encontrarte con tu amiga?
— No. Hoy estás a salvo.
— Menos mal. ¿Leías?
— Sí— le enseñé el libro.
— ¿Ya lo terminaste de leer?
— ¡Claro que sí! ¡Es genial! Aunque no entiendo por qué me lo diste.
— Porque quería que supieras que en veces los peores inicios se transforman en algo bueno. Esa es una gran lección.
— Yo pensé que la lección principal del libro era que el orgullo y el prejuicio son unos muy malos defectos.
— Depende del punto de vista.
— Desde el mío— dije—, son malos.
—No en los personajes principales. Realmente no creí que lo terminarías de leer.
— Yo tampoco lo creí. Pero me fue sencillo hacerlo.
— ¿Qué es lo que más te gustó?
— La época. Creo que las personas eran más simples. Se podían decir ciertas cosas sin tantas acciones innecesarias.
— Y el romance— agregó—. Era más genuino.
— Ahora también podría serlo— dije—. Lamentablemente no hay tantas personas como Darcy en el universo.
— ¿Darcy es tu personaje favorito?— dijo.
— Sí. Es perfecto.

Repentinamente se giró y se debió dar cuenta de que en la mesa de al lado estaba mi hermana y otras chicas. Las saludó. Al parecer, eran todas sus compañeras. Me sentí incómodo. No era el único. Victoria no había volteado siquiera. No respondió al saludo de Connor.

¿Sería por mí? Podía ser. A decir verdad, siempre supe lo que pasaba entre ella y yo. Admitirlo era doloroso. Pero no tendría caso ocultar la verdad. Ella se avergonzaba de mí. ¿Quién no lo haría? Supuse que no era agradable decirle a las personas que tenía una hermano discapacitado. Menos tratándose de ella, que era muy perfeccionista.

Seguía pensando en eso cuando Connor volvió a dirigirme la palabra. Era extraño. Pensé que se iría con ellas, pero no lo hizo.

— ¿Tienes tiempo?— dijo.
— ¿Ahora?
— Sí. Quiero mostrarte algo.

Estaba por decirle que tal vez sí, cuando Victoria se levantó de su silla muy sonoramente, tomó sus cosas y salió muy rápido. Incluso dejó a sus amigas ahí. Connor y yo la miramos irse.
No supe explicar qué pasaba.

— ¿Ella está bien?— me preguntó.
— No lo sé.
— ¿Aún quieres venir conmigo?
— ¿Vas a matarme y arrojar mi cuerpo al mar?
— No es posible. No hay playas cerca de aquí.
— Entonces sí.

Salimos. Él se veía tranquilo. Yo estaba otra vez invadido por la curiosidad.
Después de unas calles, nos detuvimos.

— ¿Qué pasa?— dije.
— Hay que esperar a que vengan por nosotros.
— ¿Quién?

No me contestó. No hubo tiempo. Un auto enorme y negro se detuvo frente a nosotros.
Un sujeto salió y se apresuró a abrir la puerta.

— Hay que entrar— me dijo Connor.
— Pensé que quedamos en evitar los homicidios.
— No va a pasarte nada. Sólo iremos a mi casa.
— ¿En éste auto?
— Sí. De otra forma no llegaríamos rápido.

Yo estaba por hacerle miles de preguntas cuando sin preguntarme nada, se acercó y me levantó de la silla.

— ¿Qué estás haciendo?— dije, nervioso.
— Te ayudo a entrar.
— ¡No he dicho que quiero hacerlo!
— Claro que sí. Cuando estábamos adentro de la cafetería.

Iba a quejarme más pero no pude hacer nada. El chofer, que al parecer eso era, metió mi silla en algún lugar y sin decir nada se puso a conducir.

— Me siento secuestrado— dije.
— No es secuestro si tú accedes a ir.
— Ahora resulta que eres abogado.
— No lo soy. Tal vez en un futuro. Mi padre es Juez. No me vendría mal saber un poco de leyes.
— ¿Tu padre es Juez?
— Sí. De la Suprema Corte.
— ¿Y tu madre? ¿Acaso es presidenta?
— No. Es senadora.

Estaba ideando más preguntas cuando repentinamente llegamos a una zona boscosa. Miré por la ventana.

— ¿Pasamos a otra dimensión?— dije.
— No. Sólo estamos a las afueras de la ciudad. No te preocupes, llegaremos pronto.
— Estoy muy confundido ahora.
— Y espera a que lleguemos— me sonrió.

Comencé a pensar que definitivamente no conocía a la persona que tenía al lado.

Todo lo que séDonde viven las historias. Descúbrelo ahora