20. Ladrón.

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Hoy he venido a confesarme; ella es una pequeña y dulce flor exótica en el jardín
de otro hombre.

Mientras yo soy un ladrón que codicia la única luz que tiene ese jardinero.
Me robé su luz, me robé su esperanza y su única razón para vivir.

Y ahora soy yo el dueño de ésta hermosa flor, confieso mi pecado por amor.

Y me justifico diciendo qué: yo sabré cuidar de ella mucho mejor que aquél jardinero que la hacía marchitar.

No la dejaré en el jardín,
sino que adornará mi mesa con su belleza.

Y la pondré en mi pecho
cuando salga caminar,
y así todos sabrán
que ésta exótica flor
es la dueña de mi corazón.

Mi amor será su regadío y
mi calor la alimentará más que el sol; y debo aclarar
que ella es mía, que aquél jardinero perdió su potestad.

Mientras que yo aprovecho mi oportunidad de besar cada mañana
cada uno de sus bellos pétalos.

Aprovecho mi oportunidad de dejarme seducir por
su maravillosa fragancia.

Serán mis manos las que descifren todos los secretos de su cuerpo.

¡Soy culpable! Lo reconozco, sin embargo, ¿quién puede juzgarme?

¿Será que merezco recibir algún castigo por amar?

¿Por seducir y robar lo que era de otro hombre?

¿Por seducir y robar a ésta bella flor que no era valorada?

Si es así, acepto mi condena, valió la pena por tan sólo una de sus sonrisas -Aunque sea una pequeña.

Y por cada noche de pasión en sus dulces brazos aceptaré mi pena de muerte, o moriré de pena.

Aquí el único que sufre es aquél jardinero, al darse cuenta tenía una exótica flor en su jardín, una flor que nunca respetó.

Sufre al darse cuenta de lo bella, dulce y hermosa que ella era; ahora adorna el pecho de un simple ladrón.

Un ladrón que se ha convertido en jardinero para podar todos y cada uno de sus agobios con una lluvia de besos.

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