96. El último sobreviviente.

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Apenas amanece, abre los ojos y lo entiende.

Su miedo ya no era sólo
un sueño, lo que respiraba
ya no era aire.

Ya no existía el oxigeno,
más bien lo que olía parecía ser carbono, azufre y sulfúrico.

Una nube gris cubría
el cielo por completo
y ahí estaban todos;
lloraban, gritaban,
corrían y huían.

Los más pequeños
se caían, nadie los ayudaba, nadie los apoyaba... ahí morían,
a nadie le importaba.

Entonces lo peor ocurrió,
una gran explosión a lo lejos se escuchó; una intensa luz por un momento me cegó.

Al recobrar la conciencia sólo cuerpos humeantes
se veían, ojos no tenían,
nada sentido tenía,
creerlo no podía.

La angustia en forma de lágrimas se me caía,
trataba de gritar y no podía.

Aterrorizado observaba
el cruel paisaje donde ahora ya no hay nada más.

Al fin lo hicieron,
al fin lo consiguieron; luego de tantos años contaminando el planeta entero.

Todo por el egoísmo
y la ambición.

Creyeron poder arreglarlo, vaya error... todo se les escapó de las manos.

Después de tantas guerras, después de ver tantos hermanos matando hermanos... ya no quedan humanos.

Me desquiciaba preguntando mil veces
a los  cielos un “por qué”,
esperando una respuesta solo allí me quedé.

Ni una palabra obtendría de él.

—No es momento de arrepentirse ni deprimirse— Me dije.

No me quedaban fuerzas ni para mantenerme
en pie.

Me dispuse a caminar,
mi cuerpo no dejaba de temblar; me costaba hasta respirar.

Empecé a vagar
con un rumbo incierto;
tenía que pisar los rostros de los muertos no lo podía evitar si quería avanzar.

Hasta que caí, entre llantos y risas enloquecí.

Entonces lo entendí,
todo el mundo yace aquí.
Soy el único que sobreviví.

Golpeo la tierra con mis ojos enrojecidos, maldiciendo el seguir vivo.

Ayer era un niño inocente; deprimido bailaba
y tentaba a la muerte.

Irónicamente hoy soy el único sobreviviente...

Ésto es peor que el infierno, trato de buscar la paz en mi recuerdos...
pero no la encuentro.

Es que era inevitable sentir la desolación,
no pueden ni imaginarlo,
no era una simple aflicción.

Era la perdida del mundo entero, no quedaba nada ni nadie donde hallar consuelo.

Pasaron los días,
un anciano ya me sentía,
quería sobrevivir aunque sabía que no podría.

De hambre yo moría.
Decidí devorar los restos de mi familia.

La tristeza de mí no se apartaba, la soledad palabras de suicidio me aconsejaba.

La muerte me acosaba,
me esperaba.

Comencé con mi tía,
no les podría decir que sabor tenía; todo por igual olía a carne podrida.

Quería conservar la historia de la humanidad,
pero sabía que ya había llegado al final.

Y así es como termino ésta poesía.

Quieto esperaré hasta reunirme con los demás –La piel, uña y cabellos se me caían–. Quieto esperé pudriéndome en vida desde el interior.

Quieto esperé hasta reunirme al fin con Dios.

La vida en Poesías.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora