Eres Fuerte. Part/ II

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Cuando era niña estaba jugando en un gran árbol
alejada de mi casa.

No recuerdo el cómo,
pero sí recuerdo que me caí, me torcí el pie.

Pero para mí el dolor era el de una fractura o peor.
Siempre he sido bastante sensible al dolor y es un poco obvio, ¿a quién le gusta sufrir?

Creo que a nadie, y el que diga lo contrario ¡miente!

Quizás con el pasar del tiempo algunas personas lo puedan soportar un poco más, pero eso no significa que lo acepten,
les guste o lo busquen ¿o sí?

Y si a alguien de verdad le gusta el dolor; perdón,
generalizar no es mi intención.

Después de todo,
gustos hay tantos como colores.

Bueno, me dolía de una forma exagerada mi pie izquierdo y más por ser pequeña, y más por estar asustada y más sentirme sola.

No grité, mis lágrimas caían pero no dije ni una palabra, de todos modos sabía que no había nadie en ese pequeño bosque.

Y nadie podría escucharme, sabía que necesitaba ayuda y que allí no la iba a encontrar.

Tenía que ir a casa, corrección: ¡DEBÍA ir a mi casa!

Me quedé quieta un par de minutos para calmarme
y hacer algún tipo de plan.

Al fin me decidí,
junté valor y me puse de pie, apreté mis manos y mis dientes.

Ningún paso fue más fácil que el anterior, muchas veces lloré hasta que mis ojos quemaron, más veces caí, muchas veces me rendí.

Pero muchas más veces me levanté y me di ánimos; me dije a mi misma:
"Si puedes, no te rindas. Falta poco, no duele, sólo.. sólo un paso más, no duele".

Claro, era una mentira.
Me estaba mintiendo, estaba tratando de convencerme a mí misma, pero el dolor cada vez se hacía más intenso;
sentía como se ramificaba poco a poco.

Me dolían mis deditos,
la pierna, la rodilla, incluso hasta mis huesos de la cadera.

Junté mis fuerzas y dije:
"¡Ya no más, basta de llorar!".


En todos existe una voz que te dice: "Das asco, tú no puedes, ríndete, el esfuerzo es inútil".

Y esa voz estaba muy presente, odiaba cada una de sus palabras.

Me di asco por lo débil que era, la desesperanza se apoderaba de mí.

Y aún con todo ésto yo seguía, sabía que debía llegar a hasta mi hogar.

Ahogué la voz en mi mente y soportando el dolor me apresuré.

Pensé, que sería mejor aguantar un dolor un poco más intenso pero por menos tiempo. Que un dolor menor por mucho más tiempo.

El camino se me hacía tortuosamente largo, y el tiempo infinitamente lento. Cuando al fin llegué a las puertas de mi casa, caí desmayada.

***

Cada vez que pienso en ésta anécdota aprendo
y descubro algo nuevo,
y cuando estoy por rendirme recuerdo aquella ocasión y me digo:

"Si no me rendí cuando era tan sólo una niña, ¿por qué debería hacerlo ahora?"

Gracias a ésta experiencia aprendí la diferencia entre:

Quiero hacer algo,
y debo hacer algo.

Aprendí a:

No rendirme por mucho que algo duela; que no sirve tu voz si nadie la escucha; que hay más de una formas de hacer las cosas.

La forma escandalosa y exagerada para llamar la atención y que todos sientan lástima por ti;
y la verdadera forma,
en silencio. Puedes llorar, sufrir, gritar y sentirás la mirada de todos juzgandote. Pero el verdadero llanto, el verdadero sufrimiento es en silencio oculta de las miradas y prejuicios de la gente.

Aprendí que:

La voz del pesimismo y la depresión está presente en los peores momento y sólo tú decides escucharla o ahogarla.

Aprendí que:

Llorar no hace que el dolor desaparezca. Pero vaya que libera, aun así debe haber un momento en el que diga "basta" y secar tus ojos.



Corregido por:
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