Capitulo 4.

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Salgo del baño sosteniendo la toalla alrededor a mi cuerpo y suspiro, cierro la puerta de la habitación por miedo a que mientras me esté vistiendo Justin entre y se vuelva un tanto loco. Entro en el vestidor y busco algo cómodo, un jogging gris y una musculosa blanca son los elegidos, me coloco zapatillas de deporte y nada de abrigo porque en casa la temperatura está agradable, como siempre.

Bajo las escaleras silenciosamente preparada para encontrarme a Justin teniendo un ataque de nervios, de esos que suele tener cuando rechazo sus "pedidos" que luego toma a la fuerza, pero no se encuentra en la sala. Empujo la puerta de la cocina y tampoco lo encuentro, miro a través del cristal que da al jardín trasero y no lo diviso. Golpeo la puerta del baño de visitas y nadie responde, abro y no me encuentro a nadie.

¿Dónde te metiste, Justin?

Y eso solo tiene una respuesta. Putas y bebida.

Prendo la computadora para seguir con el artículo que debo entregar la semana que viene a la revista en la que trabajo. Pero mi mente sigue pensando en Justin y su idea de salir a cenar, por lo tanto mi concentración no puede estar encima del artículo sobre vinos y manjares, sino que solo puedo maquinar acerca de qué hubiera ocurrido si yo aceptaba. 

Más tarde hago la cena y me siento sola a la mesa, Justin lleva ya cinco horas sin aparecer, pero esto no me preocupa, simplemente me preocupa más el momento en el que aparezca, que el momento en el que se fue de casa corriendo como un niño caprichoso. Levanto la mesa, fregó los platos y luego me preparo un café. Mientras espero que se haga, me siento en la encimera con los pies descalzos colgando sobre las puertas de madera de ésta. 

Siento la puerta del frente abrirse. Hola, Justin. Chau, paz.

El pitido de la cafetera y el olor a café recién hecho inunda mis fosas nasales a la vez que Justin entra en la cocina con el saco por los codos y una sola zapatilla. Intento ignorar el hecho de que viene borracho y me bajo de la encimera para hacerme con una taza. 

—Yo quiero un poco —dice con las palabras cruzadas.

Trago saliva asustada y busco otra taza en la alacena. Justin se sienta en el suelo con la espalda apoyada en la encimera y suspira, pasa sus manos en puños sobre sus ojos y estira el brazo para tomar la taza que le ofrezco. Sirvo en la mía y doy media vuelta para salir de allí.

—¿No te quedas conmigo?

Mi corazón sube asustado hasta mi garganta. 

—Tengo sueño, es tarde y mañana debo ir a trabajar.

Mi marido busca el reloj en su muñeca y cuando se da cuenta que ha desaparecido sus ojos se cierran negando lentamente con la cabeza. "¿Dónde se ha metido ese pícaro?" Pregunta buscando en sus bolsillos mientras da un sorbo al café caliente.

—No es tarde, siquiera. —Arrastra las palabras como si pesaran. Palmea el suelo a su lado—. Ven aquí.

—Justin, tengo...

—¡Ven aquí! —Grita.

La taza entre mis manos tiembla notoriamente cuando me dirijo a su lado y me siento allí. Justin me mira de reojo y da un sorbo a su café. Copio la acción de mi marido, pero bebo media taza de un solo trago.

—A que no sabes a quien he visto hoy —dice en un susurro.

—¿A quién?

—Hannah.

Mis ojos se abren de par en par.

—¿En el bar? ¿Qué hacía ella ahí?

El miedo comienza a escalar mi cuerpo para alojarse en mí como si de un virus se tratara, Justin se mueve incómodo a mi lado y ríe.

—Eres increíble, yo pensando que andas con ella los domingos y resulta que no se ven hace un mes o dos.

—Justin, yo...

—No, tú nada —dice arrugando la nariz—. Sólo dime que tienes amante y no ocurre nada, si sabes que yo tengo muchas más que tú.

Mi labio inferior tiembla levemente, mis manos se mueven nerviosamente y mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas.

—No, no, no me acuesto con nadie. No tengo a nadie, Justin —digo en un fallido intento por defenderme.

—¿Con quien comes todos los domingos? Porque según Hannah es tierno como almorzamos todos los domingos fuera cuando en verdad siempre me quedo en casa mientras tú sales.

—Oye, yo solo almuerzo en un bar donde conozco a todo mundo y...

Su mano cubre mi boca. Dejo la taza sobre el suelo y quito su mano de mi rostro para luego ponerme de pie de un salto.

—No te atrevas a reclamar cosas porque no eres el indicado para hacerlo —digo. Se pone de pie—. Y no vayas a golpearme, Justin, es suficiente.

Alza una ceja sobre su frente y termina su café pareciendo más sobrio de lo que en verdad está.

—¿Qué ocurre si me atrevo a ponerte una mano encima?

Niego con la cabeza sintiendo las lágrimas punzar en mis ojos.

—No lo hagas.

—Es solo tú culpa esto, tú te buscas los regaños y golpes, Isabella —dice como si fuera mi padre.

—Tú solo eres feliz si me golpeas —murmuro.

—¿Feliz? ¿Feliz? —Pregunta entre gritos—. Si fuera feliz no llevaría esta vida de mierda, ¿Qué no ves? Estoy casado contigo, una perra mentirosa, tengo que lidiar con la empresa de mi padre y ahora con una estúpida que tiene amante.

—Como si a ti eso te importara tanto. —Aprieto los dientes—. Y no tengo amante. Y no soy mentirosa. Y menos una perra. ¡Perras son aquellas con las que tú te acuestas!

Avanza lentamente dos pasos hacia mí, retrocedo hasta chocar con la pared y cierro los ojos.

—Si tú no hubieras inventado un embarazo para casarte conmigo, quizá hoy en día si seríamos felices. 

—No fue un invento y lo sabes —digo entre lágrimas.

Su rostro se pega al mío haciendo que sienta el olor a alcohol entremezclado con el café. Mis manos se pegan a la pared, aprieto mis ojos cerrados esperando el primero golpe. Pero ese golpe no es físico, sino emocional.

—Ya digo yo, esto es tu culpa. Íbamos a casarnos, solo tenías que esperar uno o dos años más y decidiste apresurarte, inventaste un embarazo y cuando me tenías dentro de tu juego, ese niño desapareció.

Save Me. {j.b}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora