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No podía creerlo. Malditamente debía ser una broma. No podía dejar de reírme por unos minutos.

¡Literalmente era un cuarto de juegos! Con la mesa de billar, él metegol y la X-box incluido.

— ¡Cristo! ¿cómo... eso? — tenía una sonrisa más grande que la del gato del país de las maravillas.

— Lo hizo mi primo, Hiccup, solía pasar mucho tiempo aquí cuando sus novias lo terminaban y una vez salí de viaje e hizo esto — señaló la habitación con un gesto vago pero divertido.

— ¿Te enojaste con él, señor? — pregunté iniciando a caminar por el cuarto.

— Al principio, sí. Pero bueno... el pasaba aquí y no tuve de otra.

— ¿Tú la usas? — pasé mi mano por encima de la madera de la mesa de billar.

— Solo cuando él está aquí. Suelo tener mucho trabajo.

— ¿Mucho? — me di la vuelta para verlo.

— Mucho — afirmó asintiendo con la cabeza.

— Bueno... — miré hacia la X-box — Talvez cuando tengas algún viaje o mucho trabajo, pueda usarlo yo.

— ¿Te gustan los videojuegos? — preguntó sonando extrañado.

Me encogí de hombros — Tadashi tenía uno en su casa. Era divertido.

Se rio entre dientes — Vaya, una chica Gamer. Una novedad.

Alcé una ceja y crucé mis brazos — Esto no es solo cosa de hombres.

— Las mujeres no son tan buenas como nosotros— una sonrisa engreída se dibujó en su rostro.

— Algún día veremos eso, se-ñor.

Sus ojos se entornaron teniendo aun una sonrisa ladeada — Te estas ganando un par de nalgadas.

Presioné mis labios y mordí por un segundo mi labio inferior — Bueno... no es como si alguno de los dos le desagradara la idea.

Él se acercó un paso para cortar la poca distancia, sus ojos aún estaban un poco entornados. Pero Dios santo, había en su mirada eso que me gustaba, ese toque lujurioso que realmente me ponía.

— Eres tan insolente — sin previo aviso choco su palma chocó contra mi trasero haciéndome chillar — Vamos, ahora si voy a mostrarte nuestro cuarto de juegos

¡Maldita sea! Está vez era en serio y una vez más mi estómago se encogió con la familiar sensación de ansiedad. Caminamos hacia el mismo pasillo en el que estaba, la que suponía estaba su habitación, ya era la otra que no había visto. El tomó unas llaves que colgaban al lado de la puerta, al abrirla noté que habían escaleras abajo. Era el sótano... la verdad le daba un ambiente como el de una mazmorra. Bajamos con el frente a mí pues el lugar estaba pobremente iluminado. Jack rodó un pequeño ambientador y la rojiza sala inició a iluminarse tenuemente y cobró vida. Mis ojos iniciaron a observar aquella habitación y mis labios fueron humedecidos por lengua ya que se encontraban secos.

Fustas, cinturones, y varas. Todos de diferentes formas, tamaños y grosores colgaban en la pared del final. Había gatos de nueve colas, que eran los látigos de tiras de cuero, fustas con una lengua plana en la punta y los cinturones tenían diferente largo, grueso y algunos hasta tenían textura. Las varas y bastones estaban situadas como en la mansión, en una baranda de hierro, con la diferencia de que en esa misma se encontraban las esposas, las muñequeras de cuero, cuerdas de nailon, cadenas, mordazas y mordazas con una bola roja, Cerca de esto había dos repisas en la pared en la primera tenía en orden varios arneses, tipos de pinzas que parecían tener una cadena de metal adherida, también habían de plástico y de madera. Luego en el de abajo había tres cajones, en los que suponía estaban los demás juguetes sexuales... en ese momento me di cuenta que la habitación estaba dividida en dos secciones. Donde estaban los instrumentos y en donde los utilizaba, pues en la otra mitad y en su gran mayoría de la habitación, estaba la cama de cuatro postes que estaba cubierta por cobertores color escarlata. Al lado de esta, pegada en la pared, se encontraba la cruz de san Andrés. En una de las esquinas había una mesa, pero así como en la cruz, tenía fijadores para las esposas o lo que sea que el usara. Y por último poseía una silla como la de un ginecólogo solo está tenía para sujetar las piernas, brazos y la cintura.

Soy Su SumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora