41

8.1K 390 163
                                    

Papá me soltó poco a poco y una sonrisa cálida se dibujó bajo su fino bigote — ¿Quieres algo de beber?

También sonreí, me sentía un poco nerviosa, pero era mucho menos incómodo que al principio — Una taza de té me sentaría bien, gracias.

Colocó su mano en mi espalda guiándome a la cocina e invitándome a tomar asiento en una silla tallada de madera, mientras él ponía algo de agua en la tetera — ¿Desde hace cuánto estás en Nueva York?

— Desde hace varios meses — agarré el borde de mi falda y arrugaba la tela entre mis manos por algunos segundos — Vivo con Jackson, me mude de Portland junto a él.

Se sentó frente a mí — ¿Llevan mucho tiempo juntos?

— Sí... algo así, bueno, lo conozco desde siempre en realidad.

— Oh, bueno, ¿Vivían cerca?

— En la misma casa, a decir verdad — relamí mis labios un poco antes de continuar — Mamá y yo vivíamos en la mansión donde ella era sirvienta.

Cuando terminé de decir eso, su rostro pareció decaído y un poco apenado en cuestión de segundos — Supe que era sirvienta, ¿desde cuándo vivieron ahí?

— Llegamos ahí cuando yo tenía cuatro años... No recuerdo mucho de eso, estaba muy pequeña — sonreí de lado, recordando cada detalle de mi mamá — Mamá nunca me hizo pasarla mal por su trabajo, si lo crees... Las personas de la casa llegaron a querernos. Cuando ella murió, una anciana me cuidó y yo pasé a trabajar para ellos desde los quince.

— ¿Desde los quince? Eso es demasiado joven, Elsa... — se levantó y sirvió dos tazas de té de manzanilla frente a nosotros. Su mirada contenía mucho pesar, incluso podría decir que hasta algo de lastima por eso.

Le di un sorbo al té — Lo sé, pero vivía en su casa sin más y me hacía sentir incomoda, decidí que trabajar para ellos podría pagar de alguna forma lo que hacían por mí... Son buenas personas, créeme — sonreí tranquilamente, para tratar de relajar su gesto preocupado — Estudié, tuve pocos amigos, pero hasta el momento siguen siéndolo... Y bueno, ahora estoy con Jack y soy feliz con él.

Una media sonrisa se dibujó en su rostro — Te la has arreglado bien, por lo que veo.

— He tenido suerte — me reí suavemente, bebí otro poco y dejé el té en el platito — Yo... Esperaba que tú fueras rubio, ¿sabes?

— La genética es muy extraña muchas veces — se rió — Pero si gustas, podríamos hacer un examen de ADN. Para que ambos estemos seguros, aunque si te soy sincero no dudo que seas realmente mi hija.

Negué con la cabeza — Yo tampoco lo dudo...

Él dejó escapar un suspiro suave. Su mirada se fue a otro punto de la habitación como si pensara lo que debía decir. Habló mirándome a los ojos — Quiero mostrarte algo que he hice hace años.

Me sentí un tanto confundida al principio, pero no podía hacer nada más que confiar en lo que hiciera. Nos levantamos de la mesa y me guio a la última habitación de donde lo había visto salir. Cuando entré, no era lo que yo había imaginado. Era demasiado grande para lo que parecía esa puerta. Era su propio taller de arte. Había lienzos enormes con los paisajes más realistas y detallados que yo había visto en mi vida. Con algunos retratos de Anna y aquella mujer de cabello negro malhumorada. Y a decir verdad le quedaban muy hermosas. Era como si pudiese retratar los sentimientos mismos con la pintura y los pinceles.

— Cuando supe del accidente de Iduna, me deprimí mucho. Me encerré aquí por largos meses porque no podía decirle a nadie porqué estaba así... — desenvolvió un gran lienzo cubierto por una tela llena de polvo. La pintura era una mujer de cabello castaño demasiado abundante y largo, precioso. Cargaba una bebé. No tardé mucho para descubrir que éramos mi mamá y yo — Mi mayor distracción era pintarlas a ustedes. Lo hacía todo el tiempo... Claro que, quería que fueran tan perfectas, que no hice demasiadas.

Soy Su SumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora