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Era mi primer día en la universidad, en la ambientación de dos semanas, y ni siquiera podía levantarme de la cama.

— Oh Dios... Esto duele — susurré para mí misma tocando por encima de mi vientre. No me dolía exactamente esa parte, pero no quería tocar más abajo.

Sí, siempre me pasaba después de una sesión muy fuerte.

Me había dado cuenta de que Jack no había estado en cama cuando desperté, eran las siete y quince. Yo entraba a la universidad a las diez pero él debía trabajar... creía.

Me senté en la cama, pero rápidamente volví a acostarme siseando de dolor. Maldita sea, en serio me follo duro ayer. Bien, no solo me dolía la vagina, también mi culo. El plugg y los azotes ya los podía sentir. Me puse de pie a regañadientes, pero igual volví a acostarme sobre la cama. ¡No podía caminar! En serio dolía.

— ¿Cómo se supone que iré ahora? — me puse una camiseta de Jack que encontré más cerca y me levanté de una vez por todas.

Cada paso que daba hacia el baño era una punzada de dolor fuerte. Incluso mis muñecas y mi cadera dolía debido a las cuerdas que me sostuvieron. Cuando por fin llegué al baño me miré al espejo, mi cabello lucía hecho un desastre, mi rostro necesitaba un poco de cuidado.

Me lavé la cara y luego mis dientes. Entonces volví a la cama.

Okay, yo en serio estaba en problemas. ¿Cómo iba a ir a la universidad de esa forma? Usualmente el dolor se iba dos días después, el primero dolía como el infierno y el segundo ya era más soportable, pero ahora dolía hasta mi culo, y dudaba que no doliera el resto del día.

La puerta de la habitación se abrió dejando ver a Jack, quien traía algo sudada su ropa deportiva. Había estado haciendo ejercicio. Maldita sea, por un momento hasta olvide mi dolor cuando él comenzó a quitarse la camisa. Dios santo.

— Buenos días — saludó acercándose a mí.

— Buenos días.

Frunció un poco su ceño, pero sus labios se torcieron en una media sonrisa — Sabes, recuerdo que te dejé desnuda en la cama.

— No creo que me quieras desnuda todo el día.

— Que poco me conoces.

Me reí — No lo creo, pero debo ir a la universidad ahora y no creo que quieras que otros vean mi cuerpo.

— No, claro que no. Tu eres mía — se inclinó sobre mí, sus ojos azules penetrantes se fijaron en los míos — y nadie más que yo puede ver lo que me pertenece.

Alcé mis manos y acaricié su cabello — Te pertenezco.

— Dilo de nuevo — me ordenó, con esa voz que dominaba mis pensamientos y me enamoraba.

— Soy tuya, soy toda tuya — declaré sintiendo mi sumisión para él, siempre se apreciaba así.

Sus labios parecieron además de besar los míos, parecían que besaban mis palabras. Que las adoraba tanto como yo lo adoraba a él. Sus labios se movían salvajes y fuertes contra los míos, me daba esa sensación de sentirme intimidada por su beso, dominada. Se removió sobre la cama hasta quedar entre mis piernas, cuando chocó contra mi cuerpo no pude evitar soltar un quejido.

Sea como sea, el entendió por qué me quejé, y se rió sobre mis labios.

— ¿Te duele?

— Tu qué crees, genio — dije juguetonamente.

Una suave risa brotó de sus labios, se separó de mí y se recargó en uno de sus brazos. Su otra mano bajó por mi abdomen cruzando mi vientre hasta mi feminidad, situó la caliente palma de su mano sobre ella haciendo que una corriente viajara por mi cuerpo.

Soy Su SumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora