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Cuando llegamos a casa, Jack disimuló su enojo y les ordenó a Tiana y a Georgia que se fueran a sus casas, ellas un poco confundidas obedecieron la orden, pero yo solo quería gritarle a Tiana que me llevara con ella.

Temblaba de miedo. No sabía que iba a hacerme o qué tan enojado estaba.

— Desnúdate — dijo con la voz peligroso, cargada de enojo, una vez que estuvimos solos en la sala de estar.

No titubee, pero no puedo decir que lo hice rápido. Me tomé mi tiempo, esperando que él lo notara, pero no. Se dio la vuelta y se fue al sótano, donde sin duda iba a traer el objeto de castigo.

Se tardó un poco en el cuarto rojo, suponía que tratando de calmarse porque no le gustaba castigarme con mucho enojo en él, pero para cuando él estuvo de nuevo conmigo, yo ya estaba desnuda y con mi cabello recogido en una coleta como él me decía que lo hiciera cuando me castigaba.

Un azote con un látigo de tiras me sacó un gritó cuando me golpeó fuertemente sin avisó, di un paso hacia adelante y tape mi boca con una mano ahogando mi sollozo.

La imponente figura de mi amo se puso ante mí, me obligue a destapar mi boca y llevar ambas manos detrás de mi espalda. Mordí fuertemente mi labio para no llorar.

— Sabes porque voy a castigarte.

Tragué fuerte — Por desobedecerte.

— ¿Solo por eso?

— No, señor — mi voz salía irreconociblemente ronca.

Azotó de nuevo mi trasero. Grité y mordí más fuerte mi labio para no llorar, al menos no aún.

Él ordenó — Dilo.

— P-por no escuchar lo que me dices, por alzarte la voz, y por vestirme como yo quise para salir sin ti, señor.

— ¿Cuántos hombres te dijeron cosas?

Menee la cabeza — N-No lo sé, señor.

Vi de soslayo como asintió con la cabeza — Te lo advertí, ¿verdad?

— Sí — musité sintiendo como las lágrimas se acumulaban en mis ojos.

— Ahora, ¿qué hubiera pasado si yo no hubiera llegado a tiempo y ese tipejo te hubiera tomado?

— No lo sé, señor — sollocé está vez, sin poder evitar dejar surgir mi miedo.

— ¿No lo sabes? — esa voz que muchas veces amaba, tan dominante y fuerte, ahora solo me daba temor. Como siempre cuando me castigaba — Te diré lo que hubiera pasado. Por cómo te tomó el culo, dudo que él hubiera titubeado para llevarte a no-sé-donde para follarte como si fueras una puta de la calle. Y yo, estuviera aquí sin saber que mierda hacer por no poder encontrarte, ¿sería justo para tu dueño eso, Elsa? ¿sería justo para ti?

— No, señor... — las lágrimas corrían por mi rostro — Perdón yo no quería...

— Ya habrá tiempo para que te disculpes — soltó fuertemente — Acércate.

Di tres pasos hacia él, sacó de la bolsa de su pantalón unos pequeños ahora, parecían de hierro cubierto por goma. Una corriente pasó por mi columna con violencia, sabía que eran. Aros constrictores.

— Voy a ponértelos, y van a durar todo lo que quede de tu castigo, ¿entiendes?

— Sí señor.

Procedió a colocar un aro en mi pezón derecho, con cuidado al principio, cuando comenzó a cerrarlo, sentí la infernal presión en mi punta. Era como si me pellizcaran tan fuerte que se tornaba insoportable.

Soy Su SumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora